Esta noche cenaré en Lisboa y me reiré del mundo. Brindaré por mi felicidad y la de los míos. Me subiré al carro de la euforia que provoca dejar de trabajar unas semanas. Viviré con emoción ese paseo por las calles empedradas de una ciudad que pretendo hacer mía los próximos días, abierto a olerla, a montarme en sus tranvías, a alquilar motos eléctricas con las que ir de los barrios altos a la Plaza del Comercio con mi amor, a untar paté de sardinas y beber vino alentejano, a recorrer las rutas que nos ha preparado mi amiga Mariángeles, a buscar bares donde canten fado para nosotros.
Hay quien dice que la euforia es de tontos, porque la vida pone todo en su sitio. Que ser tremendamente feliz por empezar unas vacaciones es no ser consciente que antes que te des cuenta estarás de nuevo en reuniones de trabajo.
Yo, no. Si no celebro hoy que soy feliz, ¿cuándo lo hago? ¿A quién hay que pedir permiso para perder los papeles y gritar que me muero de ganas de aprovechar estos días que serán sólo para mí?
En un rato cogemos el coche, en unas horas seremos lisboetas y durante días recorreremos un puñado de ciudades y muchos paisajes para disfrutar de la alegría de estar vivos.
¿Me acompañas?
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