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jueves, abril 25, 2019

Desorden

Éramos sólo dos en un compartimento de los antiguos trenes que hacían la ruta Madrid-Sevilla. Yo tendría 20 años, él 25. Me preguntó qué leía y le enseñé la portada de la novela de Millás, 'El desorden de tu nombre'.

-Hermoso título -me dijo-. ¿Me puedes contar la historia?

Su acento, fuerte, era mexicano; su aspecto, de familia bien. Yo venía de recorrerme Europa con cuatro perras hasta casi el círculo polar ártico, él venía a desintoxicarse en una finca para familias pudientes en un pueblecito de Córdoba.

Me enseñó un neceser con ampollas de cristal que debía tomar; por pudor no me atreví a preguntar a qué estaba enganchado. A cambio, le hablaba de mí, de las gaviotas que no nos dejaron dormir en Helsinki, de nuestro deambular perdido por las calles de Berlín, de mis estudios recién empezados de Ingeniería. Sus cinco años de más eran un muro enorme, pero el miedo en sus ojos marcaban su vulnerabilidad.

Yo no podía imaginar por entonces que se pudiesen vivir escenas tan hermosas que se acabasen para siempre; que la vida, que recién me abría las puertas a terrenos inexplorados de carne, soledad y emoción, me tuviera preparado un futuro tan luminoso, tan divertido, tan pasional. Tan duro, a veces.

Ya son casi 25 años escuchando sonar cada día la alarma a las 6h de la mañana, ya no seré mil cosas que por entonces le hubiera dicho al mexicano que habría querido ser.

Recuerdo su abrazo, sus miedos al bajar del vagón, mis nervios anotándole mi dirección en la entradilla de una novela que nunca terminé, porque pensé que un día me escribiría para devolvérmela y contarme cómo le fue.

Hay días, pocos, en que añoro de forma salvaje esos tiempos de desorden.

sábado, abril 06, 2019

Cambiar

Hay que cambiar. Es una ley, que rige mi destino, autoimpuesta a partir de la más pura racionalidad, un compromiso conmigo mismo para no convertirme en una ameba.

Buscar días iguales es el engaño del que hace gala la felicidad más facilona. Repetir como terapia, para no escapar de lo conocido, lo calentito, aquí donde no hay peligros.

La vida me regaló con singularidades que me hicieron rebelarme contra el futuro presentido, lo que a día de hoy me hace ser un tipo muy diferente al que se suponía que podría ser. Circunstancias que me centrifugaban a descubrir mundos nuevos en una dinámica que me afano en no perder.

En mis pesadillas más repetidas está el no tener con quien salir el viernes noche cuando era joven o vivir una vejez arisca cada día más solitario. El tesoro buscado en esos sueños es precisamente lo que rehuyo en mis horas despierto: la certeza de lo controlado.

Yo quiero, sin renunciar a proteger lo que ya tengo, retos diferentes, amigos nuevos, ciudades por descubrir, autores que no conozco, vidas raras. Decir que sí sin miedo; lo que me obliga a seleccionar bien lo que poseo, para saber cuánto de lo que tengo acumulado me es útil; un proceso doloroso de asumir que renunciar a lo que me resulta mediocre es un camino necesario, e inacabable, para seguir creciendo como persona; consciente de que habrá quienes, en la búsqueda de su ventura, me dejen a mí atrás.