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viernes, junio 29, 2018

Generosidad

Hace diez o veinte años la noticia que la mayoría de ciudadanos de nuestra querida España hubiese querido ver en las portadas era el fin de ETA, una banda malhechora, asesina sin escrúpulos, retorcida, siniestra, que se escondía en pasamontañas para pegar tiros en la nuca por la espalda con el pretendido aval de un pueblo maltratado.

Esos criminales fueron entrando en prisión, uno tras otro. Se les fue juzgando con toda la fuerza del estado de Derecho con el que nos dotamos hace décadas y comenzó el declive, acelerado por el repudio propio de una sociedad vasca hastiada de que en su nombre se cometieran salvajadas indefendibles.

Nadie que lo haya vivido puede sacar de su corazón el quebranto que supuso la pérdida de Miguel Ángel Blanco. Ni de tantos otros.

A ETA la vencimos porque, entre otras muchos argumentos, la razón estaba de nuestro lado. La superioridad moral era total. El bien y el mal tenían claramente trazado su camino en ese conflicto.

ETA desapareció porque perdió en todos los frentes. Ya no existe.

Quedan muchos muertos, sí. Un dolor infinito y vidas irrecuperables, sí.

Precisamente porque ganamos los buenos, debemos tener la altura moral de actuar con generosidad hacia con ellos; para terminar de demostrar cuál es el camino del correcto comportamiento humano.

Acercar los presos a sus hogares no es rebajarse, ni achantarse, ni doblegarse. Es mostrar con generosidad que somos una sociedad sana y que estamos muy por encima de los comportamientos execrables que, durante años interminables, demostraron hacia quienes hoy les respondemos con grandeza.

lunes, junio 25, 2018

Sillas

Terminada cada reunión de trabajo, François Frenette venía a quejarse de lo mismo.

-No arrastren las sillas, por favor.

Las sillas hacen ruido al arrastrarse. Un sonido incómodo que molesta más a quien no lo produce, a quien no mueve la silla.

En la vorágine de decisiones por tomar hay mañanas que me escapo a desayunar fuera de la fábrica. Pido mi batido de chocolate y media tostada con jamón. ¿Triturado o en rodajas? Siempre triturado. Me concentro en mis pensamientos, trato de evadirme de todo. De las charlas del bar, de la tele encendida, del sonido de la cafetera. El camarero, sin embargo, recoge las tazas de café como si no pudiera hacerlo sin golpear escandalosamente unas con otras.

Ni que uno fuera a desayunar para relajarse...

No me gusta la gente que no controla los ruidos que provoca. Quien grita a lo lejos sin atender a los que están cerca, quien hace sonar el claxon sin atender al peatón de justo al lado, quien taconea suelos sin pensar en los vecinos de abajo.

El mundo chirría de sillas arrastrándose, tazas golpeándose, cláxones sonando que no dejan observar el silencio con el que muchos otros se manejan con cuidado pensando en ti.

lunes, junio 18, 2018

Ayuda

Escuchaba la radio conduciendo, pocos placeres comparables, y entrevistaban a una voluntaria de la Cruz Roja preparada para recibir a los desheredados del Aquarius.

Ante la pregunta del locutor acerca de sus razones para trabajar de forma altruista, la mujer respondió:

-Porque me gusta ayudar.

Se hizo un silencio en el estudio y un silencio en mi coche.

Ya sobraba el resto de preguntas ni los detalles del dispositivo de acogida a esas personas desorientadas, vacías de mochila y repletas de valentía, que tanto queremos sin conocer.

No imagina ese chica la envidia que nos produce a muchos esa capacidad de ser felices de forma tan pura.

lunes, junio 11, 2018

Claridad

Si desgajamos la asertividad en ingredientes, uno de ellos es el hablar claro. Está también la empatía, la educación, el tacto, la escucha.

Aprecio enormemente a la gente asertiva, tal vez porque deba aprender mucho de ella, y especialmente a aquélla que se expresa sin contemporizar, que no da vueltas en redondo para no decir lo que su interlocutor no llega a interpretar.

Hace mucho más daño andar con rodeos que mirar a los ojos y decir lo que uno siente acerca del otro. Sin necesidad de aleccionar ni mostrarse en posesiones de la verdad que no existen.

Son numerosos los recuerdos, más frecuentes cuanto más joven era, en que perdí oportunidades de expresarme de frente acerca de mis posicionamientos interiores respecto a gente que fue importante para mí. Cuando estas certidumbres internas no enganchan con tus gestos, tus acciones, las miradas hacia aquél que enfrentas, todo se pudre, empezando por la confianza.

Es mucho más parecido a la Vida el quitar filtros que ésta no tiene. La vida es salvaje, transgresora, no tiene piedades, te reta, es directa, no tiene estrategias, impone, golpea, maravilla y no avisa, te revolea, es azarosa, contundente, no tiene reglas, te enamora, te chulea, se ríe de tus proyectos, no se casa con nadie, te da cancha y te ningunea. Somos más vivos cuanto mejor nos mimetizamos con ella para ofrecerle a la gente que queremos el espejo en que ellos se reflejan sin que nos escondamos a la sombra, ni nos pongamos de costado, ni empañemos el cristal de las verdades propias que necesitan encontrar en nosotros. 

Siempre pincelada por el amor, a mí me gusta ver en quien me quiere la imagen que tienen de mí, no la que piensan que yo quiero ver.

lunes, junio 04, 2018

Quoi

Cuando llegué a París, para instalarme a vivir allí durante unos años, comprobé la distancia sideral entre un idioma aprendido, en mi caso con fascículos de Planeta Agostini, y el que se habla en la calle. Entendía con cierta claridad lo que se hablaba en reuniones de trabajo, más cuanto más formales eran, pero me quedaba a cuadros en las charlas junto a la máquina de café. No pillaba una.

Los atascos parisinos, inmensos, me hicieron ganar en paciencia, algo que no es mi fuerte, y en mi capacidad de escucha. Esas dos o tres horas diarias encerrado desesperadamente en el coche me sirvieron para hacerme con la lengua a partir de programas de radio. Entrevistas, debates o programas humorísticos que me abrían puertas a un idioma del que me fui enamorando a partir de que comencé a introducirme en sus sutilezas.

Sin embargo había expresiones, casi todas callejeras, que me sacudían. Yo las repetía como un mono en conversaciones sin saber ni cómo se escribían y observaba las reacciones. Brigitte a veces me miraba con sus grandes ojos pintados de celeste.

-'¡Salva! eso es un taco muy feo' -y me traducía al oído la grosería que yo acababa de soltar sin saberlo.

Un día le pregunté cómo traducir ese 'quoi', pronúnciese 'kuá', que casi todo el mundo colocaba, tarde o temprano, al final de alguna frase. 'Je viens de manger, quoi'. Ella me decía que eso era de gente malhablada. Una coletilla que no aportaba nada y era una forma de ensuciar el francés. Entonces yo esperaba el momento a que ella lo dijese.

-¡Lo has dicho!

-¡¡¡No!!!

-Sí, lo has dicho.

Nunca lo reconocía. Intenté traducirlo al español, más aún, al andaluz. Vendría a ser el '¿sabes?' que remata una frase y que por aquí muchos acaban pronunciando como... ¿abe?, o el 'vamos' final que no viene a decir nada. 'Que no viene a decir nada, vamos...'

-Estuve anoche en el cine, 'abe'

-¡Lo has dicho!

-¡Sí, hombre!

No. No vemos los 'quoi' más que en los otros. El malhablado siempre es el otro, ¿abe?