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martes, junio 28, 2022

Cupo

Hay un cupo de desgracias a partir del cual el cuerpo se hace a lo peor, sin necesidad de que ello te quite la sonrisa ni que renuncies a tomar cañas por el barrio.

Casi toda la gente que está en la tercera edad ha sobrepasado con creces ese cupo que les hace llorar lágrimas de cocodrilo, porque no tienen de las auténticas, cuando el dolor llama de nuevo a sus puertas.

No sé si inteligente, al menos es comprensible esa capa involuntaria de anestesia para vivir sin el cuerpo descontrolado. Ver desde esa atalaya al resto de la humanidad no será ni agradable ni lo contrario, tan sólo les sirve para relativizar las victorias ajenas de personas que están en el centro del huracán de los éxitos y el bienestar.

Se asoman con una sonrisa, seguro que sin pensar en que hace ya tiempo que sobrepasaron el cupo.

jueves, junio 09, 2022

Fortunata

Yo era de Fortunata y Jacinta, en le ápoca en la que debería ser del Gato con botas.

Las carcajadas de los dibujitos animados de los domingos por la tarde yo las imitaba de ni hermana Raquel, con lo que me reía a destiempo.

A mí me gustaba jugar a policías y ladrones cuando mi pandilla ya se escondía, pero para meterse mano tras las esquinas de los contenedores a meterse mano.

Yo siempre tuve la sensación de llegar tarde, de escandalizarme. A mí todo me sonaba a pecado cuando en realidad desprendía juventud.

A mí me gustaba ir de la mano de mi madre al Corte Inglés para que me pusiera guapo, mientras a mis amigos les deban dinero con el que quitárselos de encima para que se compraran camisetas imposibles.

Siempre tuve la sensación de ir detrás, de ser el último en beber, en dar un pico a una niña, en declararle a una de ellas un amor inventado.

Recuerdo el vello negro que le salió a Cristi de su bañador y cómo me azoré al ver que ella que vio que yo lo vi. Me observó con guasa, no cerró las piernas y yo temblé de terror.






























yo era dyyyy

miércoles, junio 08, 2022

Soria

Veo un reportaje de un señor de Soria que tiene que viajar cada día cuatro horas de ida a vuelta para que le den su sesión de radioterapia en Burgos, y me pongo enfermo.

Somos un país extenso, hay zonas despobladas, no somos un país rico. Pero siempre nos hemos considerados solidarios y Soria no son tres calles de mala muerte, sino una ciudad con vida que he tenido la suerte de visitar varias veces para, entre otras cosas, comprobar que se sienten abandonados.

Luego enciendes la tele y ves un Congreso de los Diputados que es un gallinero de gritos e insultos. Vamos a ver, pongamos orden. ¿Qué hace digno a un país?

El otro día leía a un político en un debate decir una frase más que precisa:

Cuando la enfermedad entra en una casa, la familia se desbarata.

En Soria, además, te arruina.

martes, junio 07, 2022

Cerveza

—El avión da un zambombazo en el suelo cuando hay tanta nieve —me explicó un ingeniero japonés, vecino de asiento, al aterrizar en el aeropuerto de Teherán—. Así se agarra bien a la pista.

Eran las dos de la madrugada de un periplo que había comenzado 48 horas antes en Sevilla. Había un problema urgente que resolver en las redes de concesionarios iraníes y ningún voluntario para acudir, en una semana donde los periódicos anunciaban dos atentados en la capital.

—Te va a tocar ir —me dijo mi jefe.

En pleno duro invierno, se tuvo que deshacer el primer intento debido a una tormenta histórica de nieve, que hizo a la nave, donde yo viajaba, poner rumbo a Catar para que pudiésemos descansar. Al día siguiente vino el barrigazo contra la pista iraní.

El país era tan negro como me lo habían pintado. Todas las mujeres con el velo, pocas sonrisas en los funcionarios y austeridad hasta en las máquinas expendedoras de agua. Me esperaba un chófer.

—¿Navarro?

—Yes.

Yo no sabía que pudiese existir tanto frío, ni tantos metros de nieve para transportar unos elementos de repuesto que pensaban un quintal en mi maleta.

—El coche no arranca —me dijo el conductor, mientras yo buscaba en la lejanía un cartel luminoso que pusiera hotel.

Tras varios empujones en los que perdí medio hígado por la boca, un coche se ofreció a empujarnos y pudimos salir de esa ratonera.

La felicidad fue llegar al hotel de cinco estrellas. Aún recuerdo su situación en un alto, entre montañas nevadas, calentito por dentro y con una maravillosa vista de Teherán. Cuando el botones dejó la maleta en mi habitación le di no sé cuántos billetes de una moneda que aún no conocía y le supliqué por una cerveza fresquita, con un guiño, que no tardó en venir. A los cinco minutos pedí otra y dormí como un angelito con el mareíllo que dan las burbujas del alcohol.

Ya al día siguiente, tras una jornada intensa de trabajo, decidí cenar en el mismo hotel. Me dejé aconsejar para la comida, riquísima.

—¿Y para beber?

—Una cerveza, por favor —pedí.

—Sólo la tenemos sin alcohol.

—Pero, si yo aquí, ayer... —él negó, condescendiente, con la cabeza. Yo recordaba el gustirrinín de perder un poco el pie al tomarla-. Una que tenía la tapa dorada —insistí.

—En Irán está prohibido el alcohol, señor.

En situaciones similares trato de ejercitar esa práctica de la sugestión, que tan bien bordé en la fría noche de Teherán, pensando que las prohibiciones no lo son tanto para los clientes noveleros de hotelazos suntuosos como el que me tocó.

lunes, junio 06, 2022

Rocío

A mí no me gusta el Rocío, y no por eso soy menos andaluz.

Ni los toros, y no creo que por ello me tengan que tildar de tibio en cuanto a la defensa de mis raíces.

Tengo gente a mi alrededor que vive en esta ciudad, tampoco demasiada, sin haber hecho el camino a la Aldea ni haberse asomado a los tendidos de la Maestranza en tarde taurina.

Además, no lo echamos en falta, ni presumimos de ello, ni consideramos que nuestro pedigrí sea menos auténtico.

A mí me no me agrada que se relacione lo andaluz con una fiesta regada de alcohol en honor a una virgen, pero está ahí desde hace siglos y permanecerá mientras yo no sea más que ceniza esparcida en cualquier campo. Sé de quien la vive con fanatismos, pero sé también de quien, por el contrario, lo disfruta como una exaltación de autenticidad, fervor popular y belleza estética.

Sé de personas muy queridas que viven por y para el Rocío. No voy a dejar de quererlos igual.

Un pueblo no será del todo libre mientras cada uno de sus ciudadanos no pueda expresar, sin temor a ser señalado, qué es lo que le disgusta de su tierra, cuánto cambiaría de ella, qué eliminaría, cuánto reformularía. Por el simple hecho de quererla.

Y porque uno sólo quiere lo mejor para los suyos.


sábado, junio 04, 2022

Triste

¿Qué hace cuando uno está triste de verdad?

Nadie ha encontrado la pócima mágica, el libro secreto, el gran consejo, la palabra adecuada.

Siempre hay un motivo, larvado o no, que hay que querer saber encontrar para salir del laberinto de lo descorazonador. 

Encontrar, las razones de la tristeza, no es ni siquiera el principio de la victoria, pero sí es condición necesaria para reconstruirse en una persona vital.

Porque hay veces que la razón última de ese malestar es asumir que algo se ha roto para siempre y, cuando eso ocurre, en el momento en el que te das cuenta que determinadas imágenes nunca más se volverán a producir; entonces viene el desasosiego.

De la tristeza profunda no se sale sin mudar de piel, sin tirar al río una mochila de objetos que parecían imprescindibles. Del desconsuelo se sale con un arreón de valentía o no se sale.

Y la valentía escasea, por lo que la sociedad tiende a no buscar motivos bajo las alfombras, ni a comprar mochilas que tirar al río, ni a traer a la mente recuerdos que lo hicieron feliz.

Es más fácil comprar gafas oscuras, torcer el gesto y convencerse de que la vida es más grande que las ganas de volver a intentarlo de nuevo.

Poesía, Noche

Nunca quise ser ave nocturna.

Me da miedo el entorno y me doy miedo yo. Un miedo motivador, eso sí, a descubrir en ese animal que hay que en mí la falta de filtros que me coloca la luz diurna.

La noche es más poesía y siempre fui de prosa, tal vez porque la poesía implica libertad, un grado de locura, menos corsés. En el poema está la desvergüenza, la falta de pudor, la palabra impúdica e inentendible; está tu ego, tus riesgos; ahí muestras lo que tú piensas que eres sin que te piense nadie.

Sin que te entienda nadie, si es preciso.

El simple sonido del primer tren de cercanías antes de amanecer ya apaga esa llamarada que estaba combustiendo en tu interior. Ya dejas de ser sólo tú y el verso se convierte en frágil, mortal, cursi, desgarrable. Humano. 

Al poeta le preocupa poco parecer cuerdo, escribir sin reglas, entregarse entero.

Relajarme con ese sonido de ciudad desperezándose no implica que no disfrute de estas noches en las que sólo estoy yo, con el silencio absoluto y el terror a lo inefable, frente a un papel que no me permite diálogos fáciles, ni anécdotas pasadas, donde no hay moralejas que insinuar más que las de un tipo que piensa demasiado en cómo debe ser la vida, de noche, para vivirla, y contarla, de día.

La noche es mi muerte, a la que acudo a diario para entender mi vida.

viernes, junio 03, 2022

Gintónic

Me contaba Isaac que su tía, en sus últimos años de vida, terminaba siempre con la misma pregunta su visita al médico.

Pero, ¿me puedo seguir tomando el gintónic antes de dormir?

Claro que sí le respondía el médico.

¿Cómo nos vamos a prohibir la felicidad de los pequeños momentos en busca de la eternidad?

A mi padre, con los días ya contados, se le entristecía la mirada cuando le traían esa pechuga de pollo sin sal del hospital. Una de sus últimas noches mi hermana Raquel se sacó del bolsillo una servilleta y le echó unas escamitas de remanguillé.

No más allá de dos días antes de morir, le propuse.

Papá, ¿nos tomamos una cervecita en el Jamaica?

Fue un paseo larguísimo de cinco metros desde el coche hasta la silla preferida de su restaurante. Pero allí estaba él. Con su cerveza, la gorra puesta como un señor y levantando la mano para saludar a quienes no vería nunca jamás.

jueves, junio 02, 2022

Muerto

Ayer vi a mi segundo resucitado.

No son cosas que me pasen a diario ni que se puedan prever, aunque el fenómeno se suele intensificar con la edad y el despiste.

Hace muchos años me comentaron que un compañero del colegio había muerto en un accidente. Me produjo una pena proporcional a la edad que yo tenía, un período de la vida en el que los amigos no se mueren. Aunque llevaba toda la carrera sin verlo, su imagen la retenía claramente, la cara de papa, los ojos pequeños, los dientes de conejo. Una semana santa de muchos años después, mientras caminaba entre la muchedumbre, el muerto se apareció. Precedía precisamente a un paso de Cristo y me sonrió con su gran dentadura.

¡Hombre Salva!

Hola Andrés le respondí, con un abrazo en el que no me llegaba la camisa al cuerpo.

Desde entonces me pregunto, ¿qué Andrés se mató?

Ayer asistí a la presentación de 'Las agujas de la noche', un novelón de mi querido amigo Fernando Repiso del que pronto os daré buena cuenta. 

A pesar de ir con tiempo, el acto estaba abarrotado, así que encontré como pude un hueco desde el que disfrutar de la capacidad de Fernando para engatusarnos. De pronto, hubo un momento confuso, a un camarero se le cayó la bandeja, se recolocó la mesa de presentación y apareció mi segundo resucitado.

Un hombre divertidísimo de mi época más golfa, con quien había terminado más de una noche de gintónics hasta el amanecer. Dejamos de vernos como se dejan de ver las simpáticas amistades cuyo nexo de unión no es sino el viernes por la noche y las ganas de reír.

Tú sabes, le dio un síncope me dijeron, con el tiempo.

Anoche, sin embargo, el del síncope apareció. Justo tras las bambalinas, en pleno escándalo de las cervezas reventando contra el suelo, el de la risa floja de los viernes por la noche, con mucha más barriga y menos pelo, apareció.

Se lo curra mucho mi amigo Fernando para crearle atmósfera a sus lanzamientos editoriales.

Batido

Yo era el tonto del batido de chocolate. En todas sus marcas y acepciones, porque soy tremendamente goloso.

Pero era fan, hablo en pasado, particularmente en la calle. Ya tomo suficiente café en el trabajo o en casa como para no aprovechar la oportunidad del tiempo desencorsetado para darme un atragantón de chocolate.

La revelación cayó del cielo.

No sé hacia dónde viajaba, pero viajaba, porque tomé con la maleta y el periódico una de las mesas de la cafetería del aeropuerto de Sevilla más cercanas a las puertas de embarque. Era bien temprano y viajaba solo, así que la duda no era el batido sino con qué lo iba a acompañar. Estar dormido a esas horas me hizo no fijarme en los detalles cuando llegué a la caja. Cogí mi bandeja, feliz, y me senté. Con la pantalla de vuelos visible para leer la prensa sin tensión.

Así que despejé la mesa, monté el chiringuito y tomé la botella de chocolate, que meneé bien fuerte para evitar que quedase la sustancia en el fondo.

-¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!

Un alarido multiplicado por diez se organizó a mis espaldas. Tardé segundos en darme cuenta que yo tenía en mis manos el arma del delito.

¿A qué camarero se le ocurre desenroscar la botella de un batido de chocolate a las siete de la mañana?

Mi cara de espanto fue mi disculpa más sincera ante un público que corría hacia los servicios.