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jueves, febrero 24, 2022

Apretar

Apretar es un verbo duro, pero necesario.

Tengo la sensación, tal vez propia de alguien de mi edad, de que se ha perdido la capacidad de apretar los dientes, los puños, el pecho cuando la situación lo requiere.

Esta sociedad es impaciente, poco dada a dar segundas oportunidades ni a aguantar lo mínimo exigible a quien se equivoca, al que trata de crecer, a quien necesita apoyo, al que no sabe hacer las cosas bien.

Giramos demasiado rápido la cabeza hacia otro lado, en cuestiones de amor, en proyectos laborales, en situaciones sociales que requieren de nosotros un poco más de empatía, de paciencia, de atención, de escucha hacia el otro.

Hay que integrar que en nuestra vida muchas veces tenemos que apretar, que apretarnos, aunque no nos apetezca. Aguantar el tipo. Ser solidarios. Mantenernos en pie.

Esta sociedad de la prisa quiere resultados ya, quiere placer inmediato, no admite que las recompensas se ganan también desde el esfuerzo, la constancia y la tensión.

Jóvenes

Los jóvenes se adentran en el mundo como si lo hubiésemos inventado los mayores.

En su mirada hacia nosotros, antes de asimilar la enorme inercia del universo, pesa un cierto reproche subconsciente en el que nos hacen responsables de que las cosas no fluyan como debiesen.

Yo también he sido así y los que tenemos ya una edad poseemos una enorme ventaja respecto a los que entran en la edad adulta, y no es otra que saber que tienen razón aun estando equivocados, que en esas edades hay que quejarse de que el mundo sea como es, porque ya vendrán los tiempos en los que descubran su impotencia, los dolores de la traición, el desengaño que provoca la rapidez con la que pasa el tiempo.

El que llega nos mira de soslayo y nos dice 'ya os vale', sin saber que la rueda seguirá girando y cuando nos vean viejecitos dirán, 'pobrecillos, hicieron lo que pudieron'.

Vanidades

Al haber organizado el viaje sin apenas tiempo, la agencia de viajes sólo pudo conseguirme ayer un billete en el vagón 'Confort' del AVE.

Toda una experiencia.

Viajar en ese primer coche del tren de alta velocidad es introducirte en la hoguera de las vanidades, con riesgo alto de salir escaldado, cuanto menos horrorizado.

No puede haber más tontería por metro cuadrado. Ejecutivos maqueados que se hablan entre sí con ínfulas de salvadores del mundo y que ejercen un constante postureo en el que se llevan horas hablando sin decirse nada. Todos descuelgan varias veces el teléfono para hablar de acciones, de agendas apretadas, de congresos, seminarios, comités de dirección y compromisos de altos vuelos.

Lo importante no es quien está al otro lado de la línea, si es que alguien, lo importante es que se entere el del asiento de al lado.

Tras de mí había una pareja, compañeros de empresa, que se llevaron todo el trayecto hablando de trabajo, en voz bien alta, sin darse cuenta de lo ridículo que llegaban a sonar. Al menos a mí, porque quizás el resto del vagón tiene ese mismo lenguaje ampuloso de gritar frases sin contenido.

-A nivel 'people', ¿qué podemos hacer? -planteaba ella.

-Yo sí sé de que manera me gustaría hacer el 'approach' -aclaraba él.

-Pues tienes que darme esos 'inputs' -reclamaba ella.

La pena es que este país que tanto queremos está dirigido, en gran parte, por élites económicas que están a años-luz de la realidad de las cosas, introducidos en sus burbujas ideales en las que lo más importante es aparentar que la vida es 'amazing', narcotizados por su propio cuento de hadas.

Qué bonito sería que lo admirable fuera el saber y no el poseer.

miércoles, febrero 23, 2022

Eugenia

Salva, hay una señora ahí afuera que quiere saludarte.

Tras dos días tristón por la muerte de Antonio, me tomaba una cerveza anoche con Fran para bajar cierta angustia. La mujer entró en el Disparate, uno de mis lugares favoritos para olvidarme del mundo.

―Perdona que te moleste, pero he leído todos tus libros, estoy enganchada a tus textos, te he visto entrar y me apetecía darte un achuchón.

Nos dimos un abrazo de los que quitan las penas.

―¿Cómo te llamas? ―me interesé.

―Eugenia.

―No te sitúo.

―Es imposible, porque nunca comento lo que escribes ni doy señales de vida, pero estoy ahí. Te conozco, te sigo, sé todo de ti y quiero decir que me hace mucho bien leerte.

Yo le hablé de cómo hacía cinco minutos estaba pidiendo una cerveza para bajar la presión.

―Me has alegrado la noche, Eugenia.

Unas horas antes me había llamado mi hermana Raquel para confirmarme qué nombre hay detrás de Maru. María Eugenia. De pronto le puse cara y cuerpo a mi protagonista. Era una aparición. La heroína de mi próxima novela se me había acercado para darme un achuchón.

No hay que dudar. Si nos apetece dar un abrazo, decir aquí estoy, mostrar empatía, ofrecer una sonrisa, hay que hacerlo.

Salimos ganando los dos. 

De no haber entrado en el restaurante, no habría escrito esto hoy para decirle:

―Gracias.

martes, febrero 22, 2022

Momentos

—Tú sólo te quedas con los buenos momentos —me dijo un amigo hace años.

—Sí, me encanta tener esa bendita enfermedad —le respondí.

Es una fortuna tener esa capacidad de retener lo luminoso y no sé qué parte de ella está trabajada por mí o ya venía de fábrica.

Haber tenido una adolescencia muy negra pudo haber supuesto una condena para mis días futuros, pero yo supe transformar lo previsible en un mal sueño y creo, honestamente, que me ayudó mucho la literatura.

Porque yo me encerré en la ficción cuando me sentí el chaval más atormentado del mundo. En las novelas que leía encontré un abanico de personajes perfectamente perfilados donde podía verme con nitidez. Si al sumergirme en historias de otros sitios encontraba la tristeza, no era tan raro yo, si al viajar a otros tiempos comprobaba que la gente perdía los papeles por amor, ¿por qué no yo? si cuando perseguía al protagonista éste confesaba sus flaquezas, ¿qué había en mí que me impidiese hacerlo?

Yo no era menos que nadie.

Esas novelas fueron mis mejores amigas en el tremendo desfiladero que suponía ir abrazando la madurez. No eran objetos de papel, sino regalos escritos por personas venidas de otros lugares, de otra épocas, que me contaban que el mundo era así, grande, imperfecto, arrebatador, inabarcable. Que nada era tan extraño, que todo era posible.

Es entonces cuando yo me agarré a la luz de mis sueños para romper el futuro que me correspondía.

Yo quería ser el héroe de mi propia vida. No quería enfangarme en la pena, ni atarme a mis desgracias, así que creé un mecanismo en mí, una especie de repelente a lo negro del que me embadurnaba cada mañana, que me hace siempre remontar, buscar lo bueno, obviar lo negro, decir que eso lo viví, que nada me asusta lo suficiente, que tengo unas grandes alas para seguir viajando hacia allí donde se cumplen los deseos.

lunes, febrero 21, 2022

Palomita

Hoy se ha muerto Antonio.

A mí me llamaban 'La Palomita de San Gil' me contó una tarde de otoño, el día en el que lo conocí.

Llegado a Sevilla siendo un adolescente, sin apenas saber leer, para huir de las habladurías de su pueblo, en plena posguerra, consiguió trabajo como pintor de brocha gorda.

Siempre me he ganado yo las habichuelas, Salva —me explicaba, orgulloso, con sus 85 años bien vividos a cuestas.

Fue uno de los primeros transexuales en esa Sevilla en blanco y negro. Conforme fue creciendo se fue haciendo conocida como cantante de tabernas.

—Es que yo soy una mujer.

—¿Tienes por ahí alguna cinta, en la que yo te pueda ver actuar?

Ella meneaba la cabeza, apesadumbrada, pero pronto se animaba.

Me gustaba cantar coplas picantes me soltaba, con ojos gamberros.

Yo apartaba la mirada, acalorado, para investigar su vida a través de la enormidad de objetos, cuadros, fotos que había por todos lados.

—Estás en tu casa, Salva. Mira y coge lo que quieras.

¿Quién es este hombre de la foto? le pregunté.

Se enamoró de un joven casado, muy apuesto, al que conoció en un bar, y con quien tuvo una relación de cincuenta años.

Era mi amigo me dijo, con la boca pequeña.

Yo estoy casado con un hombre, Antonio le aclaré, para que me abriera su corazón.

Sí, pues ese guayabo tan guapo era como mi marido. Y se me murió. Y su familia me repudió, y tiró todas mis cosas por la ventana.

Una ONG maravillosa, que se encarga de cuidar a la gente a la que no miramos, a los viejos solitarios, a quienes viven en la calle, a quienes penan en una cárcel, me encargó contar la historia de su vida. Pero nos faltó tiempo. Ya a la segunda cita estaba metido en la cama, sin querer moverse.

¿Por qué ya no vistes como una mujer? le pregunté, para provocar un punto de coquetería en él, ya sin apenas dientes, apenas un pellejo con huesos, maltratado por la soledad y el frío de una casa minúscula.

Porque es muy cansado, Salva. Ser mujer es muy cansado y yo ya no tengo ganas de vivir.

No pude ahondar en esa vida rebosante de anécdotas, amores, coplas, valentías y desengaños. Llegué tarde. Ya estaba cerrando la puerta cuando llamé para interesarme por su vida.

Os dejo la foto que me permitió hacer de él de la época en la que actuaba, junto con los retratos de sus padres.

Mira qué cuerpecito tenía, Salva. Mira qué guapa era yo.

Hoy ha muerto la Palomita de San Gil.

Maldad

Charlábamos en una taberna de Triana acerca del mal.

¿Existe gente realmente mala?

Tras compartir cada uno ejemplos con nombres y apellidos, concluimos que sí. No todo se puede justificar en infancias difíciles, complejos incontrolables, desequilibrios mentales. De todo eso hay, claro que sí, pero no todo comportamiento miserable tiene una justificación detrás.

Hace un tiempo leí una entrevista a una juez que lo afirmaba con una rotundidad que ponía los vellos de punta.

-No nos engañemos, hay gente mala malísima.

Sí. Es bueno, además, que todos sepamos poner nombre y apellidos, una cara, una escena, un momento clave en el que hayamos vislumbrado ese lado negro tizón del ser humano.

Nos conviene saber que el precipicio está ahí, que los monstruos son reales.

sábado, febrero 19, 2022

Rocío

—¡Sal de ahí! —le grito, con cariño, a Fran.

—Voy, voy...

Y cambia de canal. 

No quiero saber nada, no me interesa nada, no quiero oler esa sangre. De gente que vende sus intimidades al mejor postor para echar bilis por la boca hablando de su hermana, su cuñada, su hijo, las exclusivas que vendió, las declaraciones que hicieron en su contra, el dinero que se embolsó.

La carnaza del amarillismo es hipnotizadora para gente aburrida o sin ganas de pensar. 

—Es que llevo todo el día currando y ver esto me relaja...

Como en el circo romano, que tiren a los leones para ver cómo se comen a la presa, mientras yo estoy comiendo pipas.

¡Claro que es atractivo el ver cómo se pelean una madre y un hijo! Es puro morbo, porque nuestras tripas también tienen ganas de disfrutar de los leones zampándose una presa. Y si son dos leones comiéndose entre sí, mejor. Más divertido.

Uno pasa de una cadena a otra y por el camino escucha 'ella era una puta', 'él se acostaba con su hermana', 'el hijo denunció a la madre'. Y te entran ganas de parar, tirarte en el sofá, y ver la carnicería.

—Fran, ¡sal de ahí!

Broma

En cuestiones de trabajo, me gusta tantear con una broma a las personas con las que empiezo a tratar. Que son muchas, por el puesto específico que desempeño. 

No hay día en el que no tenga que presentarme a alguien de una fábrica en cualquier lugar del mundo, o a un directivo parisino, o a un compañero que trabaja en Rumanía, o a alguien de Recursos Humanos en España. 

Como casi todo es a distancia, lo primero que hago es tantear.

No me sale decir 'bonjour' y soltar una lista de peticiones, preguntas o informaciones. Lanzo el 'bonjour', el 'good morning' o el 'buenos días' y doy un paso atrás.

Quizás no en la primera respuesta, pero en la segunda ya ves qué tipo de persona se mueve al otro lado. 

Es entonces, como en las historias de amor, cuando se juega todo. Hay que encontrar el tono justo, la frase concisa, para hacerte ver como un tipo cercano, en el que se puede confiar, que no ha venido a buscarte para salvar su culo ni para darte más trabajo ni problemas. Que, independientemente de la pregunta técnica que te vaya a hacer, sé que hay una persona al otro lado de mi pantalla de ordenador.

La mayoría de la gente no se da cuenta de que las tres primeras frases, incluso en una relación profesional, son transcendentales.

Lo contrario es echar un huevo a una sartén sin aceite.

viernes, febrero 18, 2022

Jamaica

A mí me dicen 'Jamaica' y no pienso en un país.

Yo escucho 'Jamaica' y pienso en mi padre. En mediodías al sol, con sus amigos jubilados, todos sentados en las mesas metálicas de ese bar de nuestra infancia. 

Si yo oigo 'Jamaica' se me vienen a la cabeza los huevos rellenos que tanto le gustan a mi hermana Raquel, y la alegría cervecera de mi padre contándonos de sus amigos.

A mí me gustaba escaparme al mediodía del trabajo y plantarme allí, sin avisarle. 

¡Hombre, Borete!

Me presentaba a uno y a otro, me pedía la cerveza, me preguntaba qué tal por la fábrica. Y presumía de mí.

Éste es mi hijo el ingeniero.

A mí me daba la vida sentarme a su lado, que me pidiera mero empanado y me propusiera irnos de ronda por otros bares. 

Siempre había un hueco, siempre, para decirme que tenía que estar pendiente de la familia cuando él ya no estuviese. 

Hay días en los que, de golpe, siento la necesidad de dejar todo a un lado y tirar para el 'Jamaica', de buscarlo entre las mesas, de pedirme una cerveza para esperarlo, de darle una sorpresa, de que se gire y me diga:

¡Hombre, Borete!

jueves, febrero 17, 2022

Enseñar

Siempre que explico un tema que domino experimento un burbujeo cerebral.

Gustosísimo, como unas cosquillas sutiles en la cabeza que deben tener mucho con la química, cuando mis neuronas, generosas, se afanan en organizarse para poner en pie todo esa masa de información que fluye por mi cerebro como Pedro por su casa.

Desde pequeño ya tuve claro que no quería ser maestro, tal vez porque endiosaba la profesión. ¡Los admiraba tanto! Entendía que ir todos los días a dar clase implicaba un esfuerzo enorme, para saberlo todo en todo momento y poder responder a las preguntas de los alumnos más perversos.

Eso no quita que, fundamentalmente en el trabajo, cuando me piden que explique algo, algo que controlo, mis niveles de dopamina suben por las nubes, y alcanzan la estratosfera cuando alguien me pregunta y sé, con todo lujo de detalles, cómo aclarar sus dudas.

miércoles, febrero 16, 2022

Farruquito

Fran dice que llevo un 'tablao' flamenco desplegable en el bolsillo.

Lo utilizo poco, pero me gusta tenerlo ahí.

Llevaba años asistiendo a una reunión en la que uno de los integrantes no hacía sino provocar con su mal rollo. Hubo un día en el que se me fue la olla, noté que perdía el control. Lo mandé callar a voz en grito y mis compañeros se quedaron de piedra. Yo, el más prudente de la fábrica, había patinado. Noté el corazón a cien y pedí disculpas.

Son contadas las ocasiones en las que he perdido los papeles, pero los he perdido.

Esos momentos en los que, según Fran, sacó el 'tablao' portátil, lo tiro al suelo y me pego un 'zapateao' a la salud de los presentes.

Tal vez sea la consecuencia de ser tan contenido, de tratar de ser siempre amable y considerado, que llega un día en que me tocan las palmas y tiro el 'tablao' al suelo.

Ahí está mi Farruquito diría Fran.

martes, febrero 15, 2022

Emoticonos

Hay una persona, a la que quiero mucho, que detesta los emoticonos.

Como tampoco tiene redes sociales y no la voy a nombrar, me permitiré hablar de lo poco que me gusta la palabra detestar cuando a cosas insustanciales se refiere.

Bueno, sí, yo detesto los tomates cherry y las anchoas. Pero lo llevo mal, porque no me gustan las actitudes talibanes aplicadas a tonterías.

Tan acostumbrado estoy a poner corazones, que cuando le escribo a ella tengo que contenerme para no salirme de la pura gramática castellana.

En lo fundamental, estoy de acuerdo con mi amiga, porque hasta en el lenguaje nos estamos haciendo vagos. No hacemos por buscar la frase, porque las caras amarillas representan mil estados anímicos, y eso nos empobrece, como nos empobrece no hacer esfuerzos por traer a la memoria una respuesta y buscarla rápidamente en Google.

No me gustan nada las prohibiciones ni los odios exagerados, así que en cada mensaje que recibo de ella sueño con que me entregue un corazón bien grande, para poder devolvérselo yo multiplicado por tres.

¿Será que envidio su determinación?

Desaparecer

Saber desaparecer es un arte, cuando ya no te quieren.

Y a todos ha dejado de querernos alguien alguna vez, por culpa nuestra, de ellos, o del mundo.

Con dolor o indiferencia, pero hay que acertar para encontrar el momento en el que decir el adiós definitivo.

Lo más complicado es cuando no sabes por qué, cuando de un día para otro no te miran con los mismos ojos, ni ríen tu forma de contar las cosas, ni te llaman para saber qué tal estás.

Me ha pasado en varias ocasiones, sobre todo en épocas tempranas de la vida en las que todo necesita una explicación para no volverte un erizo.

Es quizás por eso, porque uno sabe del dolor, por lo que necesito aclarar qué es lo que me hizo un día darme cuenta de que ya no significabas lo mismo para mí. Porque me hiciste esto, dijiste aquello y te comportaste así.

Las relaciones, de cualquier tipo, hay que romperlas con gallardía. No por lo que te importa ahora, sino por lo mucho que lo hizo entonces.

lunes, febrero 14, 2022

Pragmatismo

El pragmatismo es una cualidad que no sé calificar en una escala de cero a diez.

Es una posición que implica pies en el suelo y yo soy de tenerlos volando, es una actitud que busca ir en línea recta y yo a veces me pierdo en mis laberintos, es una disposición a resolver entuertos, a actuar de frente, a hablar claro, a evitar excusas que yo a veces no soy capaz de ejercitar.

La contradicción en mí es que soy tremendamente pragmático en una lucha continua con mi forma de sentir.

Es muy raro que en mí se eternice nada porque no me lo quiero permitir. Vivo en mi mundo, pero no dejo tareas de lado; huyo de compromisos que no me aportan, pero cuando los adquiero los remato; quiero soltar mochilas, pero las que tengo no las arrincono en el trastero.

Ser pragmático no es poético, pero ayuda a alisar el terreno para escribir poesía.

domingo, febrero 13, 2022

Curiosidad

La curiosidad es fuente de energía.

Yo tengo siempre los depósitos cargados y me hace mucho bien, porque vivo con los faros encendidos y oteando el horizonte, lo que me permite estar al loro, tener reflejos, saber elegir.

No es una energía inagotable y no son pocos quienes van con el depósito vacío, porque no es imprescindible para caminar, es un plus que te garantiza simplemente más calidad de vida.

Sí, soy de los que piensa que la calidad de vida tiene mucho que ver con el coco, con tener una mente ágil, con las ganas de descubrir, aunque sólo sea saber qué se cuece a dos manzanas de tu casa.

Que el exterior no te interese no dice mucho a favor de que te preocupes de ti.

sábado, febrero 12, 2022

Arrugas

Cenábamos en San Sebastián y me senté un rato en la mesa de los críos.

Era fin de año, nos habíamos juntado muchos amigos en casa de Txema y Paula, y yo quise conocer a los chavalillos que me acababan de presentar.

Se quedaron en silencio al verme allí, en su pequeña mesa llena de comidas de colores. Me presenté y les pregunté cómo se llamaban, tras quedarme prendado con la mayor, de nueve años.

Le pregunté acerca del colegio, de sus amigos, del euskera, de cómo se llevan entre ellos. Ella me explicaba todo con una inocente candidez que me enamoró. No hay edades que te impidan admirar a una persona.

Al día siguiente me interesé por ella.

Es una niña inteligentísima me confirmó Paula, pero arrastra complejos enormes. No le gusta su físico ni tener unos padres tan mayores.

A los niños con una sensibilidad extrema todo les remueve por dentro y esa niña se sentía feílla, además de rara por tener unos padres que parecían abuelos, sin darse cuenta de la luz que desprendía y que yo supe ver.

Paula entonces me contaba que le decía a su madre.

Mamá, ¡pero si es que tienes incluso arrugas dentro de las arrugas!




Catetismo

Más viajas y más modulas el catetismo que todos llevamos incorporado de serie, ése que dice que como en nuestra tierra no se vive en ningún lado.

Más lees y menos te asustas por las cosas del vivir, imposibles de conocer en una existencia tan limitada como las que nos tocó en el sorteo de la vida.

No hay matemáticas que demuestren los resultados, porque no existe el aparato que mida el provincianismo o la cortedad de miras, pero sí sé que a mí me ha supuesto la mejor educación para ser la persona que soy, porque cuanto más conoces más te das cuenta de lo pequeñito que eres y de la grandeza del existir.

Ser consciente de nuestra pequeñez no es malo, lo terrible es creerte en la posesión de una verdad que no existe.

Saberse pequeño estimula a seguir creciendo.

viernes, febrero 11, 2022

Luka

A nuestra cócker la bautizamos Luka por la canción de Suzanne Vega.

Era mi época universitaria en casa de mi padres. Ésa que se suele idealizar pero a la que no puedes hacerle un zoom sin admitir los desgarros emocionales que conllevaba nacer al mundo de los maduros.

Yo era justo el reverso de lo que soy hoy. Desorientado, inseguro, tímido, acomplejado en un cóctel al que había que añadir orfandad y una homosexualidad de la que jamás, me decía, se enteraría nadie.

Nada era natural en mí por entonces. Hacía esfuerzos para quedar con amigos que sólo hablaban de chicas, me arriesgaba a entrar en sitios malditos por esa época, me emborrachaba como un pelele para ponerme a tono de lo que se suponía que uno tenía que hacer.

Llegaba a casa dando tumbos, tropezando con todo, solo como la una. Encendía la tele, le quitaba el sonido y veía en bucle programas en los que te vendían máquinas para cortar patatas.

Entonces aparecía Luka, muerta de sueño, y se lanzaba a mi regazo. Abierta de piernas dejaba que yo le tocara la barriguilla mientras se quedaba de nuevo dormida, haciendo por abrir los ojos de vez en cuando para comprobar que su joven borrachillo seguía ahí.

Eran todas las caricias que supe dar durante todos los años en los que fui tremendamente infeliz.

Salto

Al llegar a casa, Fran da un pequeño salto para entrar al patio central de nuestro edificio.

Siempre va delante de mí, con su vitalidad desbordante, marcando el camino. Salimos de la oscuridad del rellano y se aparece la claridad sevillana del patio, donde Fran entra siempre con el mismo pie. 

Su salto de entrada.

Llevo casi veinte años tras de él, entrando en casa, atravesando el rellano y disfrutando del saltito.

Es una imagen que me produce una tremenda felicidad, esa con la que se suele explicar lo que son mariposas en el estómago. 

La vida pasa, nos apuntamos a mil saraos, recorremos mundo, compartimos proyectos, cenas, amigos, paseos por esta nuestra querida ciudad, paradas en cualquier esquina para abrazarnos, siestas en las que me tortura con patadas inconscientes en los pies, simulaciones de desmayo cuando me ve poniendo la lavadora, piropos, broncas, besos de amor, bailes con la música a todo volumen, quesos con vino, vídeos de su empresa, carcajadas al teléfono, sesiones de cremas fresquitas en la cara, cabreos de puerta cerrada, post-it en los yogures para decirme en qué lugar de la nevera van, lecturas nocturnas de mis futuros textos de las cinco de la tarde, silencios de no hacer nada con besos espontáneos a media luz.

Volvemos de nuevo a casa, un día más, y me quedo rezagado detrás, para ver su saltito.

miércoles, febrero 09, 2022

Descendimiento

Estremecerse con el arte es una experiencia espiritual.

Para conseguirlo hay que enfrentarse a algo extraordinario y quitar las barreras que puedan obstaculizar tu entrega a la contemplación.

No puedo ir a Madrid sin pasar por el Prado, ni puedo visitar el Prado sin acudir a mi cita con 'El Descendimiento' de Van der Weyden.

Este sábado bien temprano, mientras Fran trabajaba, entré en el museo nada más abrir las puertas. Sabía que iba a pasar media mañana, pero sobre todo quería empezar por ahí. Tener la sala para mí entera, el cuadro todo para mí.

Son ocho personajes, es una escena religiosa. Hay un dolor que traspasa la pintura, que se te agarra dentro y tira de ti hacia ellos, que desde hace cinco siglos están esperando a que vayas a compartir esa enorme tristeza que conlleva la existencia humana. El sufrimiento de una madre, desmoronada, con su cuerpo como peso muerto agarrado por las axilas, el horror del hijo perdido.

Es entonces cuando sientes que la piel se te eriza, en el momento en el que el color de los ropajes lo acapara todo y ves las miradas, las arrugas, las manos, las sombras, la perspectiva. Cómo todo se hace realidad y te embauca hasta olvidar todo de ti.

Hace cinco siglos que Van der Weyden lo pintó para mí, para recordarme la infinita belleza que supone el dolor de estar vivos.

domingo, febrero 06, 2022

Rutina

El mundo se reparte entre los que detestan la rutina y los que se agarran a ella.

Entre esos dos extremos todos estamos, cada uno con nuestros demonios, en la lucha diaria de saber cómo enfrentar todo lo que nos va cayendo.

Yo soy de los que la detestan porque siento que estoy diseñado para dejarme narcotizar por sus efluvios. Esa sensación incómoda de pensar que yo soy carne de autómata y que toda mi vida no es sino una lucha por escapar de lo previsible, del calorcito de lo de siempre, para así abandonarme a lo sencillo de hacer lo que se esperaba del perfecto niño inteligente que iba a ser un coco.

Es por eso por lo que siempre digo que sí a lo nuevo, al cambio, a gente que llegue, al riesgo, a ciudades no visitadas, a meterme en líos, a decirte siempre que sí, a probar lo que nunca paladeé.

Me gusta ser como sé que no soy.

Trabajo

A mí me gusta que me den más trabajo que el que soy capaz de realizar.

Saber que mis horas están ocupadas en hacerlo lo mejor posible, organizar lo prioritario, programar lo menos importante, establecerme métodos para ser cada día más eficiente.

Para mí, trabajar es jugar. Lo proceso en mi cabeza para que sea así. Un juego en el que para ser brillante no puedo aburrirme, ni disimular, ni estirar rutinas para llenar el tiempo.

Cuando lo tomas así, como un proceso divertido, no duele tanto el despertador por las mañanas.

Si lo practicas de esa manera, no es que no te tomes en serio a tu empresa, sino que te pones la vestimenta del equipo para darlo todo por él.

Tomarte el trabajo a la tremenda es poner las bases para hacerlo mal.

Olfato

En gran parte la vida se compone de suerte y olfato.

Yo sufrí horrores por amor hacia personas a las que tuve la oportunidad de seguirles la pista hasta el día de hoy.

¡De lo que me libré!

En esos tiempos en que el mal de amores me hacía arrastrar la pena, con la inocente certeza de afirmarme que mi vida no sería nada sin esa persona que no me quería, en esa juventud de sangre ardiendo en la que me sentía incapaz de imaginar una madurez en armonía debí ver claro que me rebajaba por quienes no merecían mi amor.

No sé qué porcentaje hubo de olfato, cuánto de suerte, para no haber perseverado en el error de apostarlo todo por quienes, a día de hoy, no son sino individuos grises que no ven la vida con ojos muy pequeñitos.