Piezas de tela bordadas con el símbolo de cada ciudad.
Solían comprarlo los mochileros para coserlo en su petate y así dar muestra de los sitios por donde habían ido pasando.
A mí me encantaba coleccionar, así que me llevé todo el viaje a la caza y captura de los escuditos. París, Bruselas, Gante, Brujas, Ámsterdam, Copenhague, Berlín, Zurich, Ginebra... Lo recuerdo como si fuese ayer.
Mi mochila era prestada, así que, al no poder coserlos, decidí guardarlos en una caja.
Me llevé veinte años obsesionado con tener el máximo número de ellos. No valía que nadie me los regalase al viajar. Debía ser yo, siempre poniéndome retos. Pero el radio de acción se ampliaba, y en América o Asia esos souvenirs no eran fáciles de encontrar, para mi disgusto.
Con el tiempo me fui dando cuenta de lo tonto que puede ser querer almacenar recuerdos en una caja de metal.
Las experiencias no se miden en escuditos ni viajar es una competición por ver quién recorre más kilómetros.
Los escudos están en el corazón.
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