La publicidad, las redes sociales o la música nos están educando de tal manera en el culto a la belleza que los establecimientos de moda o los restaurantes de diseño tienen vetados a quienes tienen más de 30 años o no tienen las proporciones físicas de lo que se considera un cuerpo atlético.
Y esa mancha se extiende a cada vez más negocios que tienen que ver con el trato comercial.
La otra noche estrenábamos uno de esos restaurantes en Sevilla, de una estética espectacular, repleto de buen gusto en cada detalle, y se me acercó un señor bien entrado en la cincuentena a preguntarme si ya estábamos todos en la mesa. Mi primera reacción fue pensar, éste es el jefe. Pero no, era un camarero más, muy eficiente por cierto, atento como pocos al desarrollo de la cena. Quizás porque se le exija un plus, o se lo exija él mismo, a la vista de no cumplir con los cánones que esta sociedad establece para un servicio al público de máxima calidad.
Apartamos a quien envejece o a quien engorda.
A mí me gusta comprar en el Zara que hay por la calle Tetuán, y cada vez que voy miro de reojo por si sigue en la caja la dependienta que lleva tantos años allí, porque las leyes de la juventud que mueven el mundo la tienen condenada a desaparecer en cuanto nos descuidemos, como en 'La fuga de Logan'.
Ponte crema, corre mucho, no te rías, que se te hacen arrugas, bebe agua, cuida el pelo.
Seguro que es más agradable para la vista estar servidos por modelos, ¿pero es sano para nuestra sociedad? ¿Potenciamos lo suficiente la buena actitud?
Hay algunos chavales en sitios de copas que parece que se han tragado un palo, que tienen más tontería que un mueble-bar y que, encima, te miran por encima del hombro. ¿Perdona?
¿No preferiríamos un tipo profesional con picardía y don de gentes?
La dictadura de la imagen.
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