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miércoles, febrero 28, 2024

Gozo

Escribir una novela es una lucha entre el sufrimiento y el gozo.

Tengo clarísima en mi cabeza mi próxima historia, ya los personajes conviven conmigo en mi vida diaria. Cada día descubro algún detalle de ellos que se me escurría, al acostarme me susurran historias de su pasado que casan con sus comportamientos actuales, visualizo escenas extraordinarias donde todo se derrumbó entre ellos, empatizo con sus ilusiones, admiro cómo deshicieron errores pasados.

La dificultad es encontrar la fuerza para abrir el fichero y colocarse tras la última frase, respirar hondo y mimetizarse con el escenario, con la mirada de ella, con la respiración acelerada de él, ponerse en la piel de uno y otra para continuar la historia allí donde la dejé, donde ella me dejó a mí.

Se sufre, porque tengo que salir de mí para convertirme en ellos, por lo que aparecen mil excusas para dilatar el momento, ese instante en el que, por fin, tecleo la primera frase. Él la mira, ella le dice qué estás mirando y todo comienza a rodar.

Cuando cierro el ordenador y vuelvo a ser yo, todo es gozo.

Catetos

La gente menos viajada, menos leída, menos curiosa, más apoltronada piensa que los extranjeros son tontos y no tienen remilgos en gritarlo al viento.

-Mira el guiri ese, la cara de pánfilo, que no se entera ni de la mitad.

Ese guiri, que es probable que no hable el idioma de la tierra que visita, ha hecho el esfuerzo de gastarse un dinero en visitar la tierra de quien le critica, pone de su parte por entender el menú del restaurante y trata de leer acerca del lugar que visita para ampliar su mundo.

Son los guiris, o nosotros cuando estamos en lugares lejanos, los que unen el planeta, los que lo hacen más grande, los que saben explicar qué se siente allá o allí, los que rompen fronteras.

El guiri tiene de tonto lo que de avispado tiene el cateto que lo critica.

Restaurante

A veces miro a la gente cenando en un restaurante o charlando con amigos en un parque y me digo, qué bonito es vivir.

Me pongo el disfraz de hombre invisible y me mezclo entre viandantes que no conozco, poco importa en qué ciudad, en qué país o en qué circunstancias, para disfrutar de su cotidianeidad al escuchar historias que se repiten, banales, tremendas, cómicas, tristes acerca del devenir de las cosas.

Observo a ese chaval arreglado y perfumado, a esa señora buscando algo en el móvil, a la cría saltando a la comba como si le fuera la vida en ello y me digo, qué bonito es vivir.

Gordofobia

Ya me ha ocurrido en un par de ocasiones, que alguien o yo ensalcemos la figura de una amistad a quien queremos y surja la polémica.

Eso es gordofobia.

Al principio me lo tomé a mal, porque mi intención, o la de la persona que comentaba la pérdida de peso de alguien querido, salía del corazón con la idea de animarle.

No me ha hecho falta meditarlo más de dos veces para dar la razón a quienes critican esos comentarios, que permiten profundizar en complejos físicos de quienes los escuchan. Quizás, el día que no estén tan delgados, prefieran no salir a la calle o quedar contigo. Creemos hacer un favor al piropear y lo que estamos haciendo es definir el tamaño de su jaula.

'Es que antes no existían tantas tonterías', protesta una parte de la sociedad.

Es que antes éramos menos sensibles a los traumas de los demás. El peso, el acné, el pelo, las dentaduras, la forma de las piernas. Todo lo que no pasara por el estricto filtro de lo estándar podía ser motivo de mofa o llevar asociado comentarios degradantes.

Cómo vemos el cuerpo de los demás es problema nuestro, no de ellos.

Afortunadamente que vamos cambiando, que se crean esos términos para definir lo que no deberíamos hacer, hasta llegar al punto en el que no califiquemos nunca más a nadie por su físico.

Conseguiremos que las calles estén más llenas y haya menos gente mirando por la ventana.

Seremos, todos, más bonitos.

Carrefour

Recién llegados a Conil, nos fuimos a un supermercado para rellenar la nevera con los básicos.

Ya en la cola para pagar, mientras hablaba por el móvil, vi cómo Fran ayudaba a una cría que colocaba la compra en la cinta, cómo le acercaba el carro de cestas para que depositara la suya.

La niña, de unos diez años, siguió para delante sin mirar a los ojos a Fran. 

La madre, a su bola, se enzarzaba en una conversación con la cajera.

Dejé el teléfono y lamenté.

No se educa en dar las gracias.

A lo que Fran respondió con un 'qué pena'.

Andaluz

El sentimiento andaluz no va contra nadie, sino a favor de nosotros mismos. 

Queremos ser de todos los sitios de los que somos.

Hartos de ser motivos de mofa, por nuestro acento, por nuestra economía, por nuestro folklore, cada día nos reafirmamos más en lo que nos identifica, un pueblo humilde, orgulloso de entender la vida a pecho descubierto, buenos anfitriones sin enemigos por combatir, expertos en mano izquierda y en comunicarnos sin brusquedades.

Tal vez por nuestra sangre impura de tantas razas mezcladas y ese sol fuerte que nos alegra los días, no queremos dejar de ser lo que nos caracteriza, una sociedad con personalidad propia, donde lo que menos cuenta es el RH o el origen de nuestros apellidos.

Siendo de Andalucía, somos de cualquier lugar del mundo, porque no miramos a nadie por encima del hombro. Esta, mi tierra, es tuya también, todos los acentos son bienvenidos. Y yo, que estoy muy viajado, sé bien lo que me digo.

Cuánto más me dicen que somos incultos, que somos vagos, que somos horteras, que somos superficiales, cuántas más veces me piden que cuente un chiste por haber nacido donde he nacido, más me digo para mis adentros que no me cambiaría por ninguno de los que me critican.


Anchoas

Uno de los grandes retos del ser humano es saber gestionar sus contradicciones.

Nadie se libra.

No importa cuál sea la lucha, los intereses, las aficiones o los miedos, que siempre hay un detalle en nuestro comportamiento que nos desmiente, de ahí que, salvo con temas de aceptación universal, sea tan peligroso sentenciar acerca de nada, porque tendremos antes o después que comernos nuestras palabras.

Puedo ensalzar a Murakami y al mismo tiempo detestar cómo gestiona los finales de sus obras.

Puedo odiar a toda la clase política y admirar profundamente a un político.

Puedo condenar todas las guerras y, al mismo tiempo, defender la batalla de los ucranianos.

En temas peliagudos, me he visto defendiendo una opción tras haber abanderado la contraria.

Todo quien me conoce sabe que si hay alguna comida que no soporto, son las anchoas, pero, en secreto, y sin que nadie se entere, siempre hay aceitunas con anchoas en mi nevera.

lunes, febrero 26, 2024

Odio

Mucha gente confunde la libertad de expresión que dan las redes sociales con campo libre para odiar, sin importar los daños asociados.

Autoproclamados reyes de un territorio que les da visibilidad, se vienen arriba con insultos y desprecios que, si muestran algo, es sus complejos y su pequeñez. Expulsan la bilis que su cobardía les impide desahogar en su vida diaria del mundo real.

Un adulto que se precie de serlo debe poner filtro a sus instintos.

Interpretar esta ventana que nos da la tecnología como un búnker desde donde disparar nuestras frustraciones es no haberse enterado de lo que es la clave de la comunicación entre humanos, el respeto al otro.

A mí me educaron en pensar en los demás y no hacer pupas innecesarias.

jueves, febrero 22, 2024

Redención

La risa es la redención. 

Los libros te llevan a mundos que nunca visitarlas, sí, pero también te lanzan frases que resumen toda una filosofía de vida, para apropiártela para siempre. 

Fue mi hermana Raquel quien me introdujo en la atmósfera de Kallifatides, como ya en la adolescencia me hizo descubrir a Auster o la Highsmith. 

La sensibilidad del viejo escritor griego afincado en Suecia es de una sutileza que te reconcilia con el mundo.

Sí. La risa es la redención. 

Color

Yo me aprovecho de pintores excelentes para hacerme ver, luego está en ti el curiosear o no el texto que acompaña a esas pinturas.

Los que no lo hacen, muchas veces me preguntan si el artista soy yo.

Al aclararle que yo no hago sino ponerle letras a los cuadros, suelen responderme que tengo muy buen gusto, especialmente los que me siguen por Instagram, donde todo es imagen.

A mí no me desagrada ofrecer al mundo esa paleta de colores alegres de obras que no he creado yo, porque transmiten por sí solas lo que mis relatos quieren alcanzar. Darte un trocito de luz cada día.

Sin más.

México

Os invito a jugar a un juego.

En mis años parisinos, mi jefe me llamó una tarde para hacerme una propuesta.

Tenemos un problema importante con un proveedor mexicano y necesitamos que vayas allí unos meses hasta que enderecen el rumbo.

Yo mostraba un semblante sereno de mesa para arriba y me temblaban las piernas, ¡de emoción!, de mesa para abajo. 

El compromiso con mi empresa era enviarles un informe diario de cómo avanzaban todas las acciones que íbamos poniendo en marcha, de forma acordada, para remontar esa empresa.

Los primeros días todos los grandes jefes, desde Francia, respondían a mi reporte con infinidad de propuestas y preguntas. Pasados unos meses, nadie respondía a mis informes. Así que me decidí a escribir uno en el que decía 'me acabo de caer por la terraza de mi hotel en México y esstoy muerto'.

Nadie contestó. ¡Nadie me leía!

Ahora viene el juego. 

Si me lees, no le des al me gusta, el botoncillo azul, sino al de la risa. Vamos a hacer recuento y comprobar cuánta gente me lee o si tengo que cerrar el chiringuito.

miércoles, febrero 21, 2024

Censura

 A la hora de escribir no me puede cohibir el no molestar a gente querida que piensa distinto, poque, en el fondo, las defraudaría a ellas, sí, pero, sobre todo, me defraudaría a mí.

No niego que pienso en determinadas personas cercanas cuando me posiciono sobre algún tema, del mismo modo que sé que si lo sé es porque esa persona no tiene tapujos en manifestar lo que piensan.

Cuando, hace muchísimos años, decidí publicar mi primera novela, me invadía el rubor al imaginar la reacción de mi padre al leer las escenas de sexo, a pesar de que siempre las traté con delicadeza.

Tengo claro que el creador no debe censurarse por el qué dirán, sino por dejar de lado su propia autenticidad.

martes, febrero 20, 2024

Trabajo

Qué peligro nacer sin tener necesidad de trabajar.

Pongo nombre y apellidos a casos cercanos, pero también a personajes mediáticos que nacieron en entornos en los que no solo les dieron más de lo que necesitaban, sino que no les exigieron el esfuerzo de buscarse una forma de sustento.

Sí, son pocos, por fortuna.

Trabajar es tanto la maldición como la salvación, es la independencia labrada con el esfuerzo, la condena necesaria.

Tendríamos mil cosas por hacer si no trabajasemos, tanto como sé que podríamos dedicarnos a ellas porque nos hemos ganado el poder hacerlas, hemos superado retos por nosotros mismos sin ayudas, hemos sabido apretar los dientes cuando había que hacerlo.

Saber que somos capaces y que lo hicimos, nos catapulta como individuos.

domingo, febrero 18, 2024

Biblioteca

Todos tenemos nuestra biblioteca de recuerdos sexuales en nuestra cabeza.

Para qué engañarnos, no todas nuestras relaciones son para encuadrarlas en el marco de lo inolvidable. 

Hubo momentos, eso sí, con personas, circunstancias, tiempos, deseos, cuerpos y caricias que quedan para siempre en el archivo de lo más excitante que nunca nos pasó.

Es bonito tirar de ellos, para sacar una sonrisa, por motivarse, para darse un gustazo, por mantenerlos vivos.

Ese día, con esa persona, en aquel lugar, en que levitaste de placer.

Pasteles

Marisol, la tía de Fran, le dio una bandeja con cuatro pasteles para mí.

Que se los tome, que está muy delgado.

Cuando Fran apareció con los dulces, me entró un cosquilleo de emoción por el detalle que había tenido conmigo, pero lo tuve claro.

Dale un beso muy grance y las gracias, pero eso tiene mucha azúcar.

Ya a la tarde, con Fran fuera y yo recién terminado de trabajar, vi la bandeja sobre la encimera de la cocina. La abrí, por curiosear, y me encontré dos bollos de leche y dos hojaldres con crema.

Tomé un cuchillo para recortar un pequeño extremo del dulce que no tenía crema, por ver a qué sabía.

¡Una delicia!

Me comí los cuatro pasteles.

Absurdo

Reivindico mirar la vida, de vez en cuando, desde los ojos de lo absurdo.

Nos hacemos a nacer con piernas y brazos, a tener padres, a ingerir comida y expulsarla, a tener sexo con otras personas, a morir, a creer o no creer en un dios que todo lo sabe y todo lo puede, a juntarnos con amigos, a pelearnos, a buscar el amor, a sufrir dolencias, a disfrutar victorias.

Todo es absurdo cuando te pones las gafas de ver la realidad con lentes estrictamente racionales. Todo se desbarata y el mundo se convierte en un terreno de juego inentendible que te hace preguntarte ¿qué hago yo aquí?

Luego te quitas las gafas y, como el resto que no las lleva puesta, te limitas a seguir la partida.

jueves, febrero 15, 2024

Jueces

Tenía un compañero de clase, tan empollón como yo, que tardó hasta los treinta y tantos años en sacarse las oposiciones a notario.

Pudo hacerlo porque tenía una familia pudiente detrás que lo mantuvo durante todos esos años, de encierro conventual, para empaparse de libros gordísimos con leyes por memorizar.

Lo mismo ocurre con los jueces, los inspectores de Hacienda y otras profesiones que, salvo contadísimas excepciones, pertenecen a la clase alta de nuestro país.

No conozco a ningún juez ni notario que provenga de una familia obrera.

De ahí el carácter netamentte conservador de la carrera judicial. Si la vida nos lleva delante de un tribunal, sabemos que quien nos juzgue, muy probablemente, tendrá una sensibilidad que no corresponde con el perfil medio de la ciudadanía.

Incluso siendo un hombre bueno, tendrá un recorrido vital más acomodado que la media, menos conectado con las capas menos favorecidas de nuestra sociedad.

Si los jueces eligieran a su propio Consejo del Poder Judicial, tendríamos uno de los tres poderes de la democracia alejado de la realidad de las cosas. 

Si el pueblo vota, que sean nuestros representantes quienes los elijan.

Manta

En esta vida lo fácil es tirarse en la cama y taparse con la manta hasta arriba.

A todos nos gusta.

Esconderse en ese refugio siempre a mano para no participar del juego de los retos es destructivo. Son millones las personas que se meten en esa cueva, por no arriesgar.

Llega un día en el que se les viene el mundo encima y se dicen, no he viajado, no suena el teléfono, no tengo historias que contar, no sé hablar de nada interesante, porque siempre que le propusieron algo, cómodo o retador, prefieron apagar luces y tirarse en diagonal en el colchón.

miércoles, febrero 14, 2024

Izaguirre

Tomaba una sardinas en la playa con mi padre y sus amigos.

Alguien que no lo conocía bien, le llamó Boris, en vez de Bori, que es como lo conocíamos.

¿Cómo Boris Izaguirre? preguntó a mi padre.

¡No! Que yo no soy maricón.

Tal como lo dijo, se dio cuenta de que tenía a su hijo homosexual a su lado, con una cerveza.

Horas después vinieron a buscarme mis hermanas para decirme lo mal que se sentía por haber soltado esa frase. Que le daba incluso vergüenza hablarlo conmigo.

Le dije que le dijeran que los homosexuales llevamos toda la vida siendo insultados..

Y que sabía que no había maldad en él.

martes, febrero 13, 2024

Despistado

Acostumbrado a tocarme la cremallera del pantalón al salir de casa y llevarla abierta, soy especialista en comprobar varias veces que llevo la cartera, las llaves o el DNI si salgo de viaje, 

Tan despistado soy que, cada cierto tiempo, en cualquier sitio, echo mano a la portañuela, al bolsillo, al móvil y a las gafas de sol por ver si está todo en su sitio.

De tan en la parra que suelo estar, he creado, sin querer, mecanismos de control que hacen poco creíble mi fama de despistado. 

Tan de un extremo que era que, sin darme cuenta, atravesé al otro lado.

lunes, febrero 12, 2024

Yiyi

Nosotros somos cuatro hermanos, pero, de pequeños, en las fotos, siempre aparecíamos cinco.

Mi tío Yiyi, el pequeño de la familia de mi madre, estaba más cerca de nuestra edad que de la de sus hermanos mayores, así que, cada vez que hacíamos una excursión, se venía con nosotros.

Largo, de piernas inacabables, él nos iba abriendo camino. En su habitación de la casa de la abuela nos ponía canciones de Pink Floyd y los cuatro nos quedábamos embobados. El día en el que se echó su primera novia se rompieron muchas rutinas con él.

Cuando murió su hermana mayor, nuestra madre, él debió sentir un desconsuelo más de hijo que de hermano. Supo de nuestro inmenso dolor y nunca dejó de acompañar a esos chavalillos huérfanos, en plena adolescencia, que éramos los cuatro.

Ese hombre vital, culto y chistoso, hoy, tan joven, está viviendo una situación crítica, inesperada, de salud, y los cuatro hermano-sobrinos que tiene no hacemos más que pensar en él, en nuestro tío preferido, el más divertido, el que siempre estuvo a nuestro lado cuando más lo necesitábamos.

Lo queremos sano y fuerte, y él lo va a conseguir.

sábado, febrero 10, 2024

Cariño

Cuando hay amor, se llega al equilibrio.

El amor de verdad, maduro, es una lucha por no ganar, es un tablero donde no quieres que pierda tu contrincante, porque el corazón es sabio y sabe que, si buscas tu beneficio, se derrumba el pastel.

No es un equilibrio sencillo, siempre hay quien está mejor posicionado, más animado, menos apático. Es esa persona, la que tiene la fuerza en ese momento, la que debe entender que el mayor esfuerzo debe estar trabajado desde su lado.

Querer de verdad es no buscar victorias en la que no ganen los dos.

Agradecido

Soy tan de decir gracias, que incluso las digo cuando me las tienen que dar a mí.

Interpreto que ese hábito lo tomé de mi período vital en París, cuatro años residiendo en un país donde el 'merci' está en la boca de todos, aunque no esté acompañado por el gesto.

Yo lo tomo como una ganancia, que, a veces, incluso llega a incomodar. No hay plato que me cambien en un restaurante, respuesta que me den en una tienda, comentario que me hagan en el trabajo que no vaya seguido de un agradecimiento por mi parte.

De ahí que, en ocasiones, me aparte para dejarle el paso a alguien en cualquier espacio público y, además, le dé las gracias, instintivamente, por llenar el silencio que no merecen las situaciones de cortesía.

Prefiero el exceso.

viernes, febrero 09, 2024

Elisa

Cada vez que paso por la puerta del McDonald's del edificio Cristina veo a Elisa.

Pero no a mi querida Elisa de Ubrique, ni a mi adorada Elisa de Huelva, veo a la Elisa de 'El hombre que ya no soy'.

Demacrada, atacada, golfa y vividora, no puedo no pensar en ella cuando paso por allí. 

Crear mundos desde cero provoca ese efecto surrealista de cruzarte con gente que no existe sino en tu cabeza. 

Yo paso con el coche y me asomo, inconscientemente, por ver si la está liando, una vez más, en el McDonald's.

Fría

Me descuadra la gente de sangre fría. 

La admiro, la envidio, la observo.

Yo vivo con una persona así, comparto mi vida con ella, estoy enamorado de él. Me enseña, sin discursos, a ver las cosas con perspectiva, a pensar las cosas antes de estallar, a no caminar siempre al borde del precipicio.

Yo le bajé varios grados la temperatura a mi sangre desde que estoy con él, pero aún soy un individuo que se revuelve con demasiada facilidad.

Hay que apretar los dientes, aguantar el pronto y mirar con perspectiva.

Se gana, siempre se gana, cuando se actúa uniendo la cabeza al corazón.


Católico

Llegado bien de mañana a Barcelona un domingo reluciente, me lancé a atravesar las Ramblas tras leer la prensa con un tazón de Cola-cao en el café Zurich.

Mis pasos me dirigieron, tras saludar a Colón, hacia la basílica de Santa María del Mar, pura poesía en piedra, un espacio austero de techos altísimos donde me senté a descansar mientras mis ojos iban por libre atisbando cada detalle.

Un intento fallido en el Museo Picasso, ¡cortaron la cola justo delante de mí!, me llevó a la plaza de la Catedral. 

Dos chicas impedían el paso a todo el que no entrase a misa, lo que no me desanimó. Con mis mejores palabras, les comenté que hacía años que no pisaba Barcelona, que me quedaría apenas un minuto al fondo del templo, sin hacer fotos. Ellas se miraron, sonriendo, con cara de decirse ¡vaya petardo de tío, la chapa que nos está dando!

Entonces, conocedor de la importancia que le doy al respeto, me hice, por un momento y por partida doble, mentiroso.

Perdonad, pero voy a entrar, soy católico y he venido a rezar.

Y allí las dejé, tan ancho, mientras subía las escaleras camino de la Catedral.

sábado, febrero 03, 2024

Regalo

Voy sin tiempo, Salva, perdona por no habértelo dicho antes me decía mi amiga Isa. No tengo ni tiempo para aparcar. El amarillo. 'Y si aparece'.

Le dije que no se preocupase y que me dijese el nombre de la cumpleañera.

Se llama Guada.

Mi gente no se imagina la felicidad que me produce cada vez que se acuerdan de mí para regalar un libro. Esa sensación tan potente de comprobar que se sienten orgullosos de mí.

Sí, tengo miles de lectores en toda España. Sí, dedico mis novelas con todo mi afecto a personas que no conozco. Todo implica una satisfacción brutal de confianza en mi capacidad de emocionar con mis historias.

Pero llega un amigo y piensa en mí para un regalo de cumpleaños.

Y floto.

Luque

Yo andaba recién llegado.

Me habían dado la ropa de empresa y una persona de mantenimiento con la que estar a todas horas, para aprender. Recién salido de la escuela de Ingenieros, yo no tenía idea de nada, así que preguntaba con ansia infantil cada operación que mi tutor, de la edad de mi padre, realizaba; mientras, poco a poco, me iban dando autonomía.

Salva me paró un veterano de la fábrica, ¿quieres un café?

Se lo acepté. Por el poco tiempo que llevaba allí, sabía que esa persona era un referente entre las decenas de técnicos que trabajaban en el mantenimiento.

No camines nunca por la fábrica con las manos en los bolsillos me sugirió, con una sonrisa en la boca y con la elegancia de hacerlo sin que nos escuchara nadie.

Supongo que enrojecí. Por la evidencia del consejo y por no haberme dado cuenta, imbuido en otras cosas de ese período del paso a la vida adulta.

Guggenheim

Pregunté a una de las trabajadoras del Guggenheim acerca de una sala, por ver si formaba parte de una exposición. Me contestó que sí, con entusiasmo.

Entré y comprobé que emitían un documental bastante peñazo y que no había nadie más allí; esa vigilante de sala y yo.

Me había programado una jornada cultural intensa en las dos horas libres tras el trabajo, por lo que apenas en un rato tenía que dejar el museo para asistir a la presentación de un libro no lejos de allí.

La chica observaba cómo miraba yo la película, que ocupaba toda la pared.

Apenas tenía cuarenta minutos y todo el Guggenheim, visitado mil veces antes y siempre con propuestas nuevas, por ver.

Me di media vuelta y me fui, cruzando la mirada contra el entusiasmo de la explicación de la chica.

Perdona, tengo prisa —me justifiqué, sin necesidad.

Tal vez ella pensaría que cuando uno va a una exposición no debe tener prisa, yo me dije a mí mismo que poco importa lo que piense de ti un desconocido.

Pero aquí estoy escribiéndolo...