x

¿Quieres conocerme mejor? Visita ahora mi nueva web, que incluye todo el contenido de este blog y mucho más:

salvador-navarro.com

martes, agosto 30, 2022

Haters

La modernidad de las redes sociales ha traído mucho bueno, pero también lo peor del ser humano.

El poder interactuar desde el confort de la soledad de una habitación ha sido tomado por muchos como barra libre para decir barbaridades, amparados muchas veces en el anonimato o la distancia.

Twitter es una fábrica de odiadores, de personas peleadas con el mundo que dedican su tiempo libre a insultar, a gritar lo mal que lo hacen los otros, a ridiculizar a quienes opinan, a enredar con bulos y mentiras.

Yo tengo el dedo fácil para bloquear. En la última semana me han llamado fantasma, clasista, ignorante, blandengue, me han invitado a irme de España, a callarme la boca, a ir a terapia. A la gente que desprende odio la expulso de mi territorio. Rápido. Sin contemplaciones.

Uno imagina un espacio de convivencia donde compartir ideas, recuerdos, reflexiones, imágenes, anécdotas, artículos de prensa, vídeos de gatos, recetas de cocina... Pero viene el amargado de turno a decirte que tu vida es una mierda.

Ya quisiera él.

Distancia

Idealizamos el sitio en el que no estamos, la estación del año en la que no vivimos, el frío cuando hace calor.

Luego llegamos a ese lugar, en primavera, para darnos cuenta que tal vez no estábamos tan mal en aquella cama, en invierno, donde soñábamos despiertos con ese día en el que, a nuestro pesar, confirmamos que no hay lugares mágicos.

La magia está en nuestros ojos, en la interpretación que hacemos de nuestra realidad y, sobre todo, está en el presente. 

Claro que es buena terapia soñar con paraísos inalcanzables, siempre que sepamos que el bienestar nace de nosotros mismos. No hay playa hermosa si la miramos con ojos tristes.

Soy partidario de hacer el esfuerzo de soñar con el momento en el que vivo, el aquí y el ahora, de encontrar el paraíso justo donde estoy, con el sol que entra por mi ventana.

sábado, agosto 27, 2022

Rabia

Son muchas veces las que he escrito para hacer ver lo mal que me sentó tal o cual cosa de alguien. Termino el texto, lo repaso e incluso le busco la pintura adecuada para ese tema. Sólo queda publicarlo a las cinco de la tarde.

Luego pienso en ese alguien, por lo general una persona querida, y lo borro. No quiero ofender a quien quiero, aunque esa reflexión hable de un anónimo cara a los demás.

Lo cierto es que me hace mucho bien poner palabras a las actitudes que me molestan, a los daños que me hicieron, a la rabia que un día sentí. Una vez que lo escupo con unas líneas, trabajadas, reflexionadas y releídas, me siento mejor, liberado de una carga que arrastraba sin saber, justo hasta que apareció ese fogonazo que me hizo recordar que hubo un día en el que me sentí herido.

Las malos rollos hay que aclararlos en su momento, cara a cara. De otra manera, el daño lo hago yo.

Generosidad

Nuestra casa es un centro de reunión con los amigos. Es su casa. No hay semana que no organicemos una cena, un almuerzo o un tapeo. Nos colocamos alrededor de la cocina para ponernos al día, para pasar después a la mesa a echar ratos que se alargan entre copas.

Si lo analizo, salvo mi amigo Joaquín, mis amigos no nos corresponden con la misma actitud. No hacen por invitarnos a sus casas, ni se complican en preparar cenas, a pesar de que siempre dicen sí a nuestra llamada.

¿Qué más da?, nos decimos Fran y yo. Nosotros queremos seguir teniéndolos en casa, ofrecerles nuestro cariño, hacerles sentir que están en familia.

En la vida aprendí hace tiempo que no se deben llevar las cuentas con los amigos. Si tú quieres entregarte, lo haces porque eres generoso. Desde el momento en el que empiezas a exigir que el otro lo sea también, tu generosiad empieza a ser de cartón piedra.

No vale decir a los demás cómo deberían actuar, sería patético. Pero sí debes expresar cómo sientes las cosas.

Yo quiero ser espléndido. Punto. Y quiero seguir escribiendo con libertad.

viernes, agosto 26, 2022

Rápido

Cuando pienses que la vida va demasiado rápido, escribe.

Si uno se deja arrastrar por la melancolía, hay muchas posibilidades de que caiga en la sensación de que la vida se nos fue en un segundo, pero no es verdad. La mejor manera es ir completando los huecos, hacer trabajar la cabeza, entrenar nuestra memoria para que salten imágenes y cazarlas al vuelo, anotarlas en un papel. Esas risas nos transportarán a un viaje, ese traje nos conducirá a una fiesta, aquella pintura nos llevará a un amigo. Descubriremos que de cada año vivido hay una anécdota, un elemento diferenciador, una huella en nuestra alma. Aquel en que murió mi amiga Montse, ese otro en el que encontré trabajo en Renault, el de la mudanza a mi casa en Santa Clara, ese otro de la excursión por Europa en tren con Raquel e Iván, ese de mi primera novela.

Entonces vas haciendo zoom, ampliando imágenes y empiezan a aparecer personas, momentazos, hábitos que ya perdiste, regalos que te hicieron.

Apúntalo todo. Escríbelo. Verás que no se queda el papel en blanco, que todo lo viviste, que muchos te quisieron, que fuiste protagonista. Que la vida se llenó mil veces en ti.

A eso me dedico yo, a escribir, a narrarme mis vivencias, mis pensamientos, mis miedos sin barreras, para confirmar el sentido de las cosas. Que no todo ocurrió sin más. Que lo vivido, mucho, viaja con nosotros.

Ayuda a ser feliz.


lunes, agosto 22, 2022

Dinero

Hay personas que tienen la cabeza bien amueblada, a las que normalmente les va bien en la vida, que tienen una visión muy particular del dinero.

Digamos que aman lo que tocan, y si sueltan pasta es para tener algo material a cambio, aunque derrochen en la compra de aparatos que no sirven para nada en Amazon. Pero tienen algo, físico, que les ocupa un lugar en la casa.

Son aquéllos que no entienden que te lo puedas gastar en una cena, un viaje o un cine. Que cuando lo dedican a algo que no se puede guardar se ponen malos. Es tirarlo a la basura. Hacerlo desaparecer.

Imagino que en su mente está muy asociado el esfuerzo al dinero, y ya que cuesta tanto ganarlo no se puede perder sin recibir algo a cambio.

En el fondo, son personas que ven la vida con ojos simples, que no entienden que lo material no irá con ellos a la tumba, que nunca soñarás con el aspirador último modelo dentro de 20 años, pero sí te acordarás de esa película que viste con tu amor de entonces antes de invitarlo a cenar.

Coñazo

Sin quitar el carácter abierto que nos suele caracterizar, los españoles somos un coñazo en el extranjero, sobre todo cuando se trata de entrar en un restaurante, un museo o utilizar un medio de transporte.

Somos escandalosos allí donde vamos.

Habituado a frecuentes viajes a Francia por trabajo o a Portugal por placer, ir a cenar a cualquier local en esos países implica, salvo excepciones, un entorno agradable para conversar mientras se degusta un buen vino.

Recuerdo que, durante los cuatro años que viví en París, cada vez que volvía a Sevilla me escandalizaba por el ruido de los bares. Por el ruido de la ciudad en general. Hay mucha gente que charla queriendo que las personas que están a cinco metros a la redonda se entere de lo simpático o inteligente que es.

No sé cómo se puede educar a un pueblo para hacerle entender que los decibelios no son sinónimo de simpatía.

María del Valle

Durante algunos años de mi infancia fue mi segunda madre.
Las dos familias compartíamos una enorme casa en La Antilla cada verano. Con cuatro hijos cada matrimonio, esos meses playeros quedaron para siempre en la retina de los críos que crecimos allí.
Amigas de toda la vida, mi madre y María del Valle acordaron alquilar ese chalet para regalarnos unos veranos divertidísimos.
Ella, fuerte de carácter, con acento grave y fumadora, me tenía calado.
—Borete, siempre llenas el ojo antes que la barriga.
Porque yo siempre quería un filete más, un huevo frito más, un poco más de macarrones, para al final nunca terminarme el plato. Aún me ocurre, cuando salgo a cenar, que me acuerdo de ella al elegir el menú.
Por aquella época, cuando todo el mundo que conoces es tan limitado, pensaba que siempre estaríamos juntas las dos familias. La vida, sin embargo, tenía preparados mil caminos diferentes.
Hubo un verano en el que ya no compartimos esa casa y no lo hicimos nunca más.
Hace unos días me llegó la noticia de su muerte y el estómago me pegó un pellizco. Lloró el niño que hay en mí al recordar a esa mujer resuelta, vividora, de voz ronca, que hubo un tiempo, maravilloso, eterno, dulce, lleno de sol, en el que nos crio.

Saliva

No hay como tragar saliva para delatarte, sobre todo cuando lo haces en la oscuridad,  a solas con otra persona, y el silencio invade el espacio,

Que el otro escuche ese sonido incontrolado de líquido atravesando la garganta es la más bella declaración de amor, porque es tu cuerpo entero el que habla, descontrolado, independiente de la razón.

Tengo la suerte de que me pase a menudo, cuando la noche ya solo queda para nosotros y la ciudad duerme. Unas veces yo, otras Fran, perdemos el poder de nuestro gañote, emitiendo ese ruidillo que nos delata, mientras sabemos que nos miramos sin podernos ver.

La mejor recompensa es, a los pocos minutos, escuchar al otro tragar saliva. Es el clímax del amor. 

domingo, agosto 21, 2022

Vale

Pablo podría haber salido un niño caprichoso, pero es un amor.

Nacido en una familia a la que queremos, más que solvente, podría haber aprovechado ese poder inconsciente de comprobar que todo es accesible para pedir más. Un regalo, una excursión, un helado, una salida al cine, una fiesta de pijamas, otra tablet, un poco más de tiempo antes de acostarse, otro balón de fútbol.

Sin embargo, bien educado que está, cuando se le dice que no es posible, él responde de inmediato.

-Vale.

Yo pienso en ese chaval de 7 años muchas veces, cuando propongo algo a Fran, o en el trabajo, o planteo una cena, o un viaje, o me apetece quedar con un amigo para tomar un café. Cuando me responden que no, no busco tres pies al gato. Respondo con un 'vale' y me acuerdo del chaval.

Hay muchas ocasiones en las que un niño también puede enseñar.

Tensión

La tertulia es un formato muy rico para aprender.

Una serie de personas, conocedoras de una materia, enfrentan sus diferentes puntos de vista para que el espectador haga suyo tal o cual posicionamiento, de forma que se reafirme en sus convicciones o se plantee la duda acerca de ellas; o simplemente aprenda de algo que le era ajeno hasta ese momento.

Las tertulias ocupan una parte significativa de la oferta informativa, y una tertulia requiere de tertulianos. La pena es que estos, de tanto repetirse, se han vuelto portavoces indisimulados de opciones políticas determinadas.

En estos foros todo se orienta a la política, hay que ser de un bando o de otro, y ya sitúan descaradamente a los tertulianos a derecha e izquierda, con lo que desconfías de la potencia de su argumentario, porque siempre van a defender al mismo, sin margen de crítica al partido político con el que simpatiza, o que quizás le pague por repetir mantras salidos de sus programas electorales.

Todo a base de gritos y desconsideraciones.

Yo no podría defender todo lo que dice un partido porque pienso con libertad; y como razono, me doy cuenta de que siempre hay, en cada opción política, posicionamientos que me gustan y otros que no. Quiero, por tanto, que me traten como adulto, que abran el abanico de argumentos para hacernos pensar y no nos quieran como espectadores hooligans que aplaudan los gritos de los del bando bueno.

Radio

No sé cuántas sorpresas nos deparará el futuro, pero espero que no acabe con la radio.

Reconozco que sólo la escucho al conducir, pero llevo tantos kilómetros encima que atesoro historias inolvidables en mi memoria radiofónica, en un cóctel, el coche y la radio, que me produce grandes dosis de felicidad.

Atravesar la Mancha, con ese horizonte inabarcable, mientras te acompaña una tertulia sobre el cine americano de los años setenta, o recorrerte la cornisa cantábrica entregado a una entrevista con un filósofo alemán. Placeres insuperables.

No sé la de carcajadas que he echado, solo, en mi coche. Ni cuánta emoción he sentido con historias personales. 

En la radio, tan básica, no estás más que tú y quien te habla, nada empaña esa relación, nada la distrae. No hay otra que tú a la escucha de lo que te quieren contar, en un juego en el que aceptas que eres solo receptor. Escuchar, qué verbo más grande. Tomar el coche para un camino largo y darte igual el destino.

jueves, agosto 18, 2022

Crímenes imaginaros

Me divertía contar las novelas que leía. 

Mantenía a mis amigos embobados. Hacía trampa, utilizaba las historias inventadas por otros para poner a prueba mi capacidad de emocionar, dando pinceladas por aquí y por allá para hacerlas más divertidas o terroríficas en función de los ojos de quienes me escuchaban.

Hubo un verano de adolescencia, cuando mi hermana Raquel me descubrió a Patricia Highsmith, en el que quedé prendado de sus 'Crímenes imaginarios', una preciosa novela en la que el protagonista, un escritor como el que yo soñaba ser, imaginaba el asesinato de su vecina de enfrente, una anciana que vivía sola en una casa aislada, en medio del campo, frente a la suya.

El escritor simulaba cómo un ladrón entraba, la mataba y envolvía su cuerpo en una alfombra, para sacarla de allí. Entonces él hacía lo mismo, sin anciana dentro, para calcular los tiempos, el recorrido, las dificultades de ese asesino. Hasta que un día la vieja desaparece y alguien denuncia haberlo visto a él, sacando una alfombra enrollada de la casa.

No sé cuántas veces lo conté, ni cuántos giros le inventé, pero recuerdo que, por un rato, yo me volvía el centro de atención de mis amigos que, embaucados, me pedían que les contase más. 

Yo, un chaval introvertido, con grandes conflictos en la cabeza, había descubierto un don en mí. Sabía contar historias.

Besugo

No sé cuánto hay de auténtico en los sueños. 

Si los analizamos desde el punto de vista científico, nos hablan de una regeneración del cerebro, que aprovecha esa pausa diaria para meter en talleres esa cabeza nuestra que no para un solo segundo de pensar.

Yo, desde mi libertad individual para interpretarlos, agarro de ellos aquello que pienso que puede hacerme crecer, porque hay noches en las que ellos me martillean situaciones con las que ponerme a prueba. Mi capacidad de aceptar la crítica, mi espíritu valeroso, el compromiso con mi empresa, las obsesiones sexuales, los miedos atávicos, la visión del futuro, el apego a la familia, la calidad de mis amistades. Todo aparece representado como cuadros de Dalí, donde se mezclan personas que son unas u otras dependiendo del espejo en el que se reflejen.

Hay muchas veces que aparece Fran, tan amoroso como en la vida real. El Fran que me cuida, el que me alerta, me escucha, me prepara de comer, me acurruca por las noches, el que me mira cuando leo, el de las risas, de las propuestas, de las cenas entre amigos, el Fran amante de vivir.

Entonces viene a darme un beso, al niño que está dormido con cuerpo de hombre. Yo lo veo venir, sin saber que no estoy despierto, y me hago el remolón. Hay veces, pocas, en las que un ruido rompe la magia y yo me veo, como un besugo fuera del agua, dando besos al aire.

miércoles, agosto 10, 2022

Trampa

 -¿Otra vez Murakami?

Sí. A mí no me cansa Murakami, ni siquiera admitiendo que tiene trama, que cierra en falso las novelas. No me importa que se invente efectos para salir de un atolladero argumental, ni que se le vaya la olla a sus personajes. Yo le sigo, me gusta pasearme con él, confío en acompañarle allí donde me quiera llevar.

Otra vez he vuelto a él y, cuando lo cuento, siempre es la misma reacción.

-¿Pero te queda algún libro suyo por leer?

Quedan pocos, la verdad. Los administro como manjares por devorar en una parte refrigerada de mi librería, en un rincón donde existe aún la magia y se esconden recetas de comida japonesa y discos de jazz.

Mi bienestar proviene del equilibrio entre mis rutinas y experimentar con lo nuevo. Las primeras me dan calor, lo segundo me aporta luz. Las dos cosas encuentro cada vez que me asomo a una novela de Murakami.