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jueves, julio 29, 2021

Lisboa

Esta noche cenaré en Lisboa y me reiré del mundo. Brindaré por mi felicidad y la de los míos. Me subiré al carro de la euforia que provoca dejar de trabajar unas semanas. Viviré con emoción ese paseo por las calles empedradas de una ciudad que pretendo hacer mía los próximos días, abierto a olerla, a montarme en sus tranvías, a alquilar motos eléctricas con las que ir de los barrios altos a la Plaza del Comercio con mi amor, a untar paté de sardinas y beber vino alentejano, a recorrer las rutas que nos ha preparado mi amiga Mariángeles, a buscar bares donde canten fado para nosotros.

Hay quien dice que la euforia es de tontos, porque la vida pone todo en su sitio. Que ser tremendamente feliz por empezar unas vacaciones es no ser consciente que antes que te des cuenta estarás de nuevo en reuniones de trabajo.

Yo, no. Si no celebro hoy que soy feliz, ¿cuándo lo hago? ¿A quién hay que pedir permiso para perder los papeles y gritar que me muero de ganas de aprovechar estos días que serán sólo para mí?

En un rato cogemos el coche, en unas horas seremos lisboetas y durante días recorreremos un puñado de ciudades y muchos paisajes para disfrutar de la alegría de estar vivos.

¿Me acompañas?

Intimidad

Quién sabe cómo nos tocamos, qué hacemos con nuestros cuerpos, cuánto nos besamos, en qué posición nos agarramos cuando estamos a solas.

Qué obsesión eterna la de controlar la intimidad del otro, los gustos en el otro, las ganas que puedan tener de amar de ésta u otra manera.

No sabemos lo afortunados que somos de vivir en una sociedad donde las leyes protegen al individuo de la hoguera de las infelicidades de los otros, de sus envidias y dobles morales.

Siempre seguirá habiendo violencia contra el prójimo por el simple hecho de vivir su propia sexualidad, con la diferencia de que en los tiempos actuales no están permitidas las inquisiciones de antaño, aquéllas que se sustanciaban en denuncias por lo que uno pensaba que el vecino hacía.

Queda todavía un reducto de sociedad casposa, sí, carca y malhablada, corroída por sus ganas de imponer visiones divinas de la vida de los demás. 

No podrán nunca con las ganas, que la inmensa mayoría tenemos, de querernos en libertad.

Sartén

Convivimos con objetos que nos molestan y son fáciles de eliminar.

La sartén que tiene el fondo quemado, la taza descascarillada del café, la almohada con la manchita de sangre, la camiseta con el surco de lejía, la puerta descolgada de la nevera, la persiana que nunca baja bien, ese trapo de cocina que nos da grima al tacto.

Es sencillísimo tirar a la basura o resolver problemas con los que vivimos a diario, y no lo hacemos. Puede la pereza, de forma que sólo nos acordamos de la sartén cuando nos ponemos a cocinar una pechuga de pollo.

¡Tírala! me digo a menudo.

Hay que saber deshacerse de los trapos que nos dan grima y aplicarlo a nuestra vida diaria. Hacemos demasiadas cosas porque siempre las hemos hecho, mantenemos relaciones con gente que nos interesa un pimiento, damos mil oportunidades a escenarios que no nos dan alegría.

Tenemos que tirar la sartén. Hay que tirarla. Aunque lleguemos con la pechuga de pollo y tengamos que congelarla. Seguro que en la siguiente compra no se nos olvida pasar por la zona de cocina del supermercado.

Coge la sartén por el mango. 

¡Y tírala!

Gallardónicos

En muchas ocasiones nos preguntamos cómo alguien puede aguantarle tanto a su pareja.

Fran y yo encontramos hace tiempo la respuesta: 

Son Gallardónicos.

Nos ocurre con un amigo, cuyo supuesto apellido fuera Gallardo. Tiene una mujer encantadora y él, por mucho que lo queramos, un carácter terrible. Respuestas fuera de tono, nada fiable cuando quedas con él, narcisista y fanfarrón.

Pues si ella está con el señor Gallardo, es porque ella es Gallardónica. Ni él es tan malo, ni ella tan buena.

Hace cincuenta años quizás, pero en los tiempos que corren si una relación de pareja funciona es porque están hechos del mismo material. Si su relación es larga y ambos se entienden es porque dos personas que se buscan se encuentran. Salvo excepciones de personas acomplejadas, nadie se junta con nadie para sufrir.

Fran es Navarrónico, por muy diferentes que podamos ser. O yo soy Antunezónico, aunque pueda parecer que somos el agua y el aceite. En lo fundamental, en las grandes decisiones a tomar, en nuestras relaciones con el mundo exterior, no hace falta más que miramos una décima de segundo y ya sabemos por dónde vamos a tirar.

miércoles, julio 28, 2021

Pastillas

Hubo un día en que, sin venir a cuento, noté que me faltaba el aire.

Era en el trabajo, hablaba con alguien de mi equipo de temas habituales entre nosotros, pero el pecho se me quedó cogido. Salí como pude del tema, me fui al baño y me encerré un rato. Hice los ejercicios que pude imaginar para volver a recuperar el aliento. Me asusté.

De eso hará diez años. Había mil razones y ninguna para ese ataque de ansiedad. Así lo definió mi médico de familia, al que tuve que volver una segunda vez tras un mes con el cuerpo descontrolado. 

Ya anteriormente había tratado con gente de mi equipo que padecía ese tipo de episodios, personas que se daban de baja y con las que yo quedaba fuera del trabajo para establecer un vínculo de confianza, mientras había quienes en la máquina de café criticaban a quien sufría esos descontroles.

-Ése se hincha a pastillas, está mal de la cabeza.

Sí, el fuerte siempre critica al débil.

Yo acabé mi recorrido en un centro de salud mental. Le expliqué a la médico lo que me ocurría, lo descontrolado que andaba mi cuerpo y ella me tranquilizó.

-Es la enfermedad de nuestro tiempo -me dijo.

Seis meses estuve medicado, poco a poco todo volvió a su cauce, el pulmón volvía a abrirse a tope. La mayor victoria fue saber que tenía solución, así que cuando, de higos a brevas, el pecho se me queda cogido, sé que hay un camino de salida y ése es el mejor tratamiento. Saber que se sale.

Quien critica a quien tiene un problema de salud mental debe hacérselo mirar.

martes, julio 27, 2021

Paz

Yo quiero transmitir paz.

Hay momentos, cada vez más recurrentes, en que confirmo que ése es mi objetivo. 

Transmitiendo paz gano yo, porque es algo que no puede conseguirse sin un avanzado estado de serenidad, y ganan los que están a mi lado. Siempre es placentero compartir el mundo con quien desprende sosiego.

Desear algo está bien lejos del hecho de poseerlo, pero al menos ayuda a orientar bien el tiro de las decisiones por tomar.

Es más fácil plantearse objetivos más concretos. La próxima novela, una cena romántica, un curso de literatura romántica, un viaje a Nueva York.

Lo bueno de buscar la paz interior es que todos los objetivos caben, aunque sin urgencias ni talibanismos. 

La serenidad se compone de muchas cualidades que hay que trabajar. Hay que saber fluir, hay que ser paciente, debemos ser empáticos, aceptar derrotas, priorizar la escucha, amar la naturaleza, alejarse de lo negro, no medir las ambiciones en euros, querer sin condiciones.

Es todo un plan de trabajo. Duro, pero bien trazado.

Yo no quiero sino transmitir paz. Es un deseo ambicioso y egoísta, porque en él cabe toda la felicidad que nadie nunca me podrá robar.

Familia

Vivo mal las relaciones familiares rotas, sobre todo cuando toca a personas a las que quiero.

Siempre, salvo que la trastada sea tremebunda, pongo todo de mí para que busquen el camino del reencuentro. Tal vez sea más latino que nórdico, más emotivo que racional, lo sé. Como sé que en todas las familias se pueden encontrar argumentos para acumular odios concretos y romper, en un terreno abonado para que eso ocurra, porque los padres no se eligen, los hermanos tampoco, ni tus hijos tienen por qué ser de la manera que tú imaginaste. No hay, por tanto, motivos sólidos de afinidad que provoquen el que nos llevemos bien en la casa común.

Hay que ser generosos precisamente por eso, porque sólo compartimos la sangre y el pasado. Que ya es mucho. Admito, sí, un componente de comportamiento animal, de rebaño, de protección mutua.

En mi entorno hay amigos concretos, con nombres y apellidos, que sufren esas fracturas con dolor. Yo mismo he tenido episodios de no hablarme con mis hermanos, de querer escapar. ¡A todos nos pasa! 

La lucidez propia de quien ha vivido con pasión me hizo tener claro, hace mucho tiempo, que donde esté mi familia estaré yo.

No hay argumentos racionales. Es la sangre.

lunes, julio 26, 2021

Vacunas

Hay gente que se da mucha importancia.

Todavía están los hospitales llenos de enfermos por coronavirus, una pandemia que se ha llevado por delante la vida de millones de personas por todo el mundo. Muertes horrorosas ligadas a la angustia de no respirar, de no poder despedirte de tus familiares, de impotencia por la falta de tratamiento.

La ciencia, no un concepto abstracto, sino el conjunto de miles de profesionales más que preparados a todo lo largo y ancho del planeta, han encontrado una vacuna en tiempo récord. Desde que se ha empezado a inocular se han salvado miles de vidas. Se salvarán millones. Personas que no verán cortadas de cuajo su existencia por la mala suerte de haber estado cerca de alguien contagiado.

Aun así, hay quien se resiste a vacunarse no vayan a meterle un microchip, o a sufrir efectos secundarios. Poco les importa que su egocentrismo favorezca que puedan contagiar a otras personas, o que el virus siga latente más tiempo. Para ellos no les resulta suficiente que grandes eminencias en investigación hayan dejado lo mejor de ellos para encontrar una barrera a esta pandemia.

Su supuesta sacrosanta libertad está por encima de la salud del colectivo al que pertenecen.

El otro día me lo decía alguien cercano, que tenía dudas. Yo no podía evitar mi indignación.

¡Que te pongas la vacuna!

viernes, julio 23, 2021

Tokio

No hubo decisión más acertada en mi juventud que apuntarme a hacer remo.

Tendría 13 años, muy buenas notas y una vida social que se limitaba al paseo de ida y vuelta a clase.

Fue, a esa edad, cuando comprendí la grandeza del deporte, no sólo por lo que implicaba de esfuerzo, disciplina y solidaridad, sino porque me permitió salir de mi caparazón, encontrar ilusiones fuera de mi círculo cerrado, conocer otros círculos sociales y empezar a valorar mi cuerpo.

El deporte es un reflejo aumentado de la vida. Forjar un proyecto, luchar por él, trabajar en equipo, disfrutar de cada paso ganado, comprender cuáles son tus límites, abandonar cuando no puedes más. Como la vida misma. 

Como la vida, también, tiene su parte negra, allí donde entra la corrupción, el dopaje, la trampa.

Disfrutar de un partido de tenis o de un campeonato de natación es un puro disfrute. Cuando sientes que lo entregan todo en pos de la victoria.

Hoy empiezan los Juegos Olímpicos, una vez más, marcando nuestros períodos vitales. Qué época de juventud más hermosa cuando tuve la posibilidad de estar en Barcelona durante las Olimpíadas. 

Sidney, Atenas, Seúl, Atlanta, Londres, Pekín... ciudades que han quedado grabadas en nuestra memoria personal gracias a la grandeza del ser humano, que un día se organizó para ver quién era el más fuerte, el más rápido, el más alto.

El deporte como símbolo de la Vida, porque todos vamos detrás de un sueño.

miércoles, julio 21, 2021

Mamarrachos

Yo he tenido la suerte de enamorarme hasta los huesos, siendo muy joven, de mamarrachos que no valían un pimiento.

De impresentables que buceaban en mis inseguridades para convencerme de que tenía que muscularme a todo precio y me enviaban desde Madrid botecitos de cristal con anabolizantes. Yo les quitaba la etiqueta y llamaba a una enfermera para que me los pinchara sin ser consciente de la mierda que me estaba metiendo. De fantasmas que me decían que se tenían que acostar con otros, porque yo no estaba lo suficientemente bueno para satisfacerles. De aprovechados que me pedían la tarjeta de crédito para arreglarse la boca a mi costa en nombre del amor.

Yo, atribulado por tanta maldad, le dije a la enfermera que no viniese más y guardé mi tarjeta sólo para mí.

Tuve la suerte de enamorarme de impresentables que me hicieron mucho daño, porque rápidamente supe lo que nunca querría en mi vida.

De haber caído rendido en los brazos de un tipo mediocre, hoy tendría, con muchas probabilidades, una relación mediocre.

Comprobar lo que no quería me hizo tener muy claro lo que sí. Elevó al máximo mi nivel de exigencia y me hizo fuerte como a nadie.

Tardé mucho tiempo en encontrar lo que buscaba, pero qué feliz soy hoy.

martes, julio 20, 2021

Pausa

Iván ha pasado unos días con nosotros en Portugal.

Ya no sabe venir solo, siempre se trae a un amigo. He empezado a entender por qué. Necesitan algo que ya, nosotros, no le podemos dar.

¡No paran de hablar!

Hace unos años no tenía más que decirle que se viniera e íbamos a recogerlo. No preguntaba cuánto tiempo ni si habría alguien más.

Ahora, la primera pregunta es:

—¿Puedo ir con alguien?

Son chavales encantadores, pero es agotador cómo hablan. Todo el tiempo, sin parar. Me cuesta imaginar que haya tantos temas sobre los que charlar. Y, en cuanto paran, rápido al móvil y a escuchar tiktokers, o youtubers, o raperos.

Qué agotadora la adolescencia. Qué alegría saber que no tendremos nunca más esa edad. Esa cabeza todo el día a la búsqueda de estímulos.

No se ofenden cuando les cortas de golpe la conversación, porque están todo el día dándole a la comba y no hay forma de entrar sin agarrar, con decisión, la cuerda.

—Ya está la cena.

La madurez te trae el silencio. Bendito regalo.

Práctico

Aquéllos que no leen y descubren mi faceta de escritor, lo primero que me preguntan es cuántos libros vendo, cuándo dinero gano, cuántas novelas he publicado, pero nunca se interesan por qué es lo que cuento, cómo lo cuento y por qué.

A los que no leen, la ficción le suena a ficción, a cuentos chinos y paparruchadas.

Hay, entiendo, quien es capaz de sustraerse de su realidad individual y colocarse en un mundo inventado. A mí me pasa con las tres dimensiones. Tengo un problema desde pequeño en los ojos que me hace torpe para ver las cosas en relieve. Todo lo veo plano.

Cuando a esas personas les explico de qué va mi última novela me dicen, ¿cómo se te ocurren estas cosas? Porque en el fondo no le ven sentido a inventar otras vidas. Es, para ellos, una cuestión de pragmatismo. Son los que leen libros de historia, ensayos políticos o revistas de automóviles, porque piensan que todo lo que no esté apoyado en datos reales es una pérdida de tiempo.

Yo, sin esperanza alguna de convertirlos, les explico todo lo mucho que yo crecí como persona a partir de esas historias inventadas que nos dio por llamar novelas. Todo lo que he viajado, todas las personas que he sido, todas las veces que me he muerto, todas los hijos que he tenido.

Ellos me miran con simpatía y me preguntan:

-¿Te merece la pena dedicar tanto tiempo a escribir?

Nada

No sé mucho de nada.

Hay días en que envidio no saber mucho de algo, sobre todo cuando escucho a grandes eminencias hablando del coronavirus, o de la literatura húngara de los años sesenta, o de la conexión a la red eléctrica de las plantas eólicas; cuando alguien explica con palabras simples cuestiones bien complejas.

A mí me gustaría al menos ser experto en algún tema menor, aunque fuese acerca de las diferentes formas de obtener chocolate en polvo, pero ni siquiera eso. Por mucho que rasco, no sabría lucirme respecto a nada de lo que me apasiona. Tal vez, por excusarme, se debe a que mi abanico de inquietudes es demasiado amplio.

Me quedo colgado como un niño chico si emiten un programa sobre la construcción de las pirámides mayas, tanto como si es sobre las investigaciones sobre el Parkinson, o el cultivo de la remolacha en Corea del Sur. Todo me interesa y de todo soy analfabeto.

Es por eso que prefiero escuchar, porque no tengo una opinión construida sobre todo aquello que nos atañe, ni encuentro con facilidad los orígenes de los conflictos que nos acechan.

Si ni siquiera sé explicarte la gama completa de los vehículos Renault, ¿cómo te voy a hablar de las constelaciones en el cielo?

lunes, julio 19, 2021

Espía

Yo soy de los que espía.

De los que están al loro de la señora que sale cabreada del banco, de los que observa cómo se agarran los adolescentes, de los que disfruta viendo bañarse a un viejo en la playa.

A mí me encanta trascender de mí para ser cajera del supermercado, camionero de trailers internacionales o alcalde de mi ciudad. 

Me gusta, mucho, olvidarme de mí.

Soy cotilla del dolor ajeno, de las alegrías, de la forma de hablar, de las prisas de la gente, de los bloqueos mentales del personal.

Vivir mi vida es la leche, pero simular que vivo otras es brutal.

Y a eso juego cuando me siento en la silla del novelista, a crear un universo sólo existente en mi cabeza, a pensar y sentir como un arquitecto lituano, como una directora de hotel valenciana, como una dependienta de cabinas de rayos uva sevillana, como un librero onubense, como un chaval recién entrado en la mayoría de edad que instala routers en viviendas privadas.

Me lo paso en grande escapando de mí.

sábado, julio 17, 2021

Desbordado

Hay días en que el amor de Fran me desborda.

Momentos en que, antes de pedirle algo, él se planta a mi lado y me lo trae, situaciones duras de teletrabajo, cuando termino reuniones de alta tensión, en las que él lo adivina y me da un abrazo.

-Estás sudando.

Están las noches, todas, en que me abraza. A una hora intemporal en que el mundo duerme, que me agarra, me revolea y me besa el cuello.

Sabe, sin preguntarlo, qué comida no me está gustando, qué canción tiene que cortar, cuándo tiene que decir que no estoy en casa, cómo de arisco estoy ese día.

No me llama a las horas en punto cuando viajo, porque sabe que estoy pendiente de las noticias por la radio. Guarda un silencio monacal cuando me sabe escribiendo. Escucha, atento, por dónde va el argumento de mi última novela los días en que salimos a cenar. No duda en dar un toque a alguien cuando yo le digo que lo echo en falta. Me hace tostadas de aguacate con huevo para desayunar.

Y yo me pregunto, ¿cómo nadie puede quererme tanto?

Cabeza

Hay mucha gente que, a la mínima, te suelta:

-¡No me comas la cabeza!

Sí. Una parte no desdeñable de la población no quiere que le coman la cabeza. Que le hagan pensar, vaya. Que le planteen algo más allá del qué vas a hacer esta noche o qué te apetece de comer.

Quizás porque no quieran indagar mucho en ese cerebro perezoso, porque saben que si lo hicieran trabajar empezaría a plantearles que la forma de organizar sus prioridades deja mucho que desear.

Mejor dejarlo al ralentí.

Son muchos los que prefieren vivir con el piloto automático puesto, y así les va. Porque cuando se coloca el piloto automático éste no distingue los obstáculos imprevistos, las sutilidades de las cosas, sino que se dedica a hacer lo que siempre se ha hecho. Los mismos horarios de siempre, las mismas cervezas en el mismo bar y el partido de fútbol de los domingos.

Un día alguien le mira de frente, lo zamarrea y ese individuo le pide que le explique cómo pudo llegar hasta aquí.

Precipitado

Sé que es algo precipitado, pero podríamos organizar una cena esta noche.

Eran las seis de la tarde.

Nunca, nada, es precipitado contesté.

No sé cuántas veces habré dejado la comida a medio hacer, o habré congelado el pescado, o sacado las cervezas del congelador porque he recibido una propuesta 'precipitada'.

Yo me he autoeducado en el sí.

Quizás venga de lejos, de cuando era adolescente y tenía miedo a que se olvidasen mis amigos de mí. Ahora, en el día de hoy, es un sí convencido, maduro e incontestable.

Con el sí tienes lo imprevisto garantizado y lo imprevisto trae la vida, porque no sabes qué te van a contar, quién puede acudir, qué comida nueva vais a descubrir, cuántas carcajadas vas a soltar.

Los noes son el alimento de las propuestas que no te harán.

Los síes mueven el mundo, los noes lo congelan. Que no me cuenten que la edad es un freno.

Los planes están para romperlos cuando alguien querido te dice 'quiero cenar contigo'.

viernes, julio 16, 2021

Viejas

Echo de menos los veranos de mujeres mayores en las terrazas contando sus cuitas, con vestidos fresquitos de flores en las noches de calor.

Siempre me gustó observarlas, meterme entre las faldas de mi abuela y escuchar cómo describían el mundo con la gracia, la sabiduría y el aplomo de quienes ya no tienen nada que perder.

Vivimos en mundos menos entrelazados con los demás, la tecnología sustituye tertulias de antaño y se pierden ciertos olores, charlas en voz alta y risas flojas de tiempos que no fueron mejores, pero que a veces se añoran.

No reniego de nada de mi presente, faltaría más. 

Tan sólo ocurre que hay días en que me gustaría que el ocio estuviese menos programado, que no pasáramos tanto tiempo en nuestras burbujas de confort y abriésemos más las orejas, el tacto y el olfato a disfrutar de los que tenemos al otro lado del tabique, en el banco de la plaza tomando pipas, para soltar el estrés de estos mundos perfectos que necesitan carcajadas de viejas tomando el fresco para ponerlos en su justo lugar.

jueves, julio 15, 2021

Pesimista

Me cansa la gente que repite que el mundo es una mierda, porque quizás tengan razón, pero no hay que decirlo.

No hay que decirlo todo el tiempo.

Sí, si ponemos encima de la mesa todos los datos, siempre ganará el pesimista. Porque la vida, analizada con objetividad, es absurda. 

La grandeza del ser humano está en darle la vuelta a los datos y poner en valor lo emocional.

Lo emocional no se mide en kilos, ni se le pueden aplicar fórmulas matemáticas. No tiene que ver con la carne ni con la física, pero precisamente ésa es su fuerza, que consigue salvar las barreras de lo que se restringe a la supervivencia para dar el salto al alma humana, a lo que nos hace inteligentes, seres sociales, individuos que se mueven por afectos, por proyectos, por ilusiones.

Recuerdo las viejas imágenes de un Paquirri moribundo en la ambulancia.

"Tanto luchar, para nada"

Sí, hay veces que nos puede atacar ese sentimiento de que la vida nos lleva a callejones sin salida, de que siempre busca más de nosotros, de que nos consume sin dar nada a cambio, de que siempre pide más comida, más esfuerzo, más carnaza.

Está en nosotros el buscar las rendijas de luz en nuestra existencia, romper esos cristales opacos de lo evidente y encontrar el sentido a todo lo que somos en nuestra capacidad de amar. A nosotros, a los nuestros, al mundo y a esta vida pasajera que hemos tenido el lujo de conocer.

No es de ingenuos amar la vida, es de personas muy inteligentes.

Vivir en el lamento es una forma de no vivir.

miércoles, julio 14, 2021

Juventud

La publicidad, las redes sociales o la música nos están educando de tal manera en el culto a la belleza que los establecimientos de moda o los restaurantes de diseño tienen vetados a quienes tienen más de 30 años o no tienen las proporciones físicas de lo que se considera un cuerpo atlético.

Y esa mancha se extiende a cada vez más negocios que tienen que ver con el trato comercial.

La otra noche estrenábamos uno de esos restaurantes en Sevilla, de una estética espectacular, repleto de buen gusto en cada detalle, y se me acercó un señor bien entrado en la cincuentena a preguntarme si ya estábamos todos en la mesa. Mi primera reacción fue pensar, éste es el jefe. Pero no, era un camarero más, muy eficiente por cierto, atento como pocos al desarrollo de la cena. Quizás porque se le exija un plus, o se lo exija él mismo, a la vista de no cumplir con los cánones que esta sociedad establece para un servicio al público de máxima calidad.

Apartamos a quien envejece o a quien engorda.

A mí me gusta comprar en el Zara que hay por la calle Tetuán, y cada vez que voy miro de reojo por si sigue en la caja la dependienta que lleva tantos años allí, porque las leyes de la juventud que mueven el mundo la tienen condenada a desaparecer en cuanto nos descuidemos, como en 'La fuga de Logan'.

Ponte crema, corre mucho, no te rías, que se te hacen arrugas, bebe agua, cuida el pelo.

Seguro que es más agradable para la vista estar servidos por modelos, ¿pero es sano para nuestra sociedad? ¿Potenciamos lo suficiente la buena actitud?

Hay algunos chavales en sitios de copas que parece que se han tragado un palo, que tienen más tontería que un mueble-bar y que, encima, te miran por encima del hombro. ¿Perdona? 

¿No preferiríamos un tipo profesional con picardía y don de gentes?

La dictadura de la imagen.

lunes, julio 12, 2021

Repetición

Soy malo para hacer cosas que no me gustan.

Porque si no me gustan quiero que el tiempo pase rápido mientras las hago, y soy tan friki que encuentro maneras de hacer que así suceda, al motivarme con ilusiones que me hacen olvidar el presente, como si de un agujero negro se tratase, como si durante ese tiempo apretara la cabeza muy fuerte y dejara de ser yo.

Si estoy incómodo con una tarea que me ocupa los lunes por la tarde, doy por perdidos los lunes por la tarde en mi mente. Y, si hago las cuentas, perder todos los lunes por la tarde durante mucho tiempo es perder capítulos preciosos de mi vida.

Por eso busco mil juegos para hacer de lo insufrible algo divertido, porque no quiero dejar volar sin más momentos que son míos.

Eso me ocurre con las tareas repetitivas en el trabajo. Me mosquean. De ahí que busque mil métodos para hacerlas entretenidas, más rápidas y darles un sentido. Lo pinto todo de colores, cronometro cada paso, invento fórmulas matemáticas, pongo música de Pet Shop Boys y me aseguro de que la próxima vez será todo más liviano y diferente. Casi siempre lo consigo.

Estoy convencido de que si hiciera todos los días exactamente lo mismo, en un año de mi vida cumpliría veinte años del tirón.

No estoy dispuesto.

domingo, julio 11, 2021

Guaratinguetá

Guaratinguetá. No se me olvidará el nombre.

Mi amigo Quino, imprescindible en mi época universitaria, tuvo el arrojo de coger una beca e irse para allá a currar.

Ciudad de unos cien mil habitantes, por entonces, Guaratinguetá fue un aprendizaje brutal para él y una experiencia perturbadora para los que seguíamos sus andanzas.

Fue aterrizar en Brasil y ser atracado en la primera parada de autobús. Le quitaron maletas, pasaporte y dinero. Tuvo que ir al consulado para pedir socorro.

Aun así, Quino se iba enamorando del país. Me escribía postales con una carga emotiva espectacular.

"Salva, no puedes imaginar lo grande que es el Mundo"

Así, el Mundo con mayúsculas. Él me iba escribiendo de su trabajo, de la música que escuchaba, que yo buscaba como loco por las casas de discos de Sevilla, de la gente que conocía.

Fui amando Brasil a partir de sus relatos, tanto así que cuando viajé por primera vez allí por cuestiones de trabajo, a la ciudad de Curitiba, veinte años después, yo ya pisaba suelo conocido.

Ben

Un día conducía hacia el trabajo y escuché en la radio que Ben Watt estaba muy enfermo.

Se me descompuso el ánimo, como si de un gran amigo se tratase.

Yo le había escrito, de muy joven, cuando salió su disco 'The language of life'. Junto con su chica, Tracey Thorn, formaban el grupo Everything but the Girl.

Rendido a su música en una época compleja de mi juventud, les conté por carta el mucho bien que me hacían sus canciones, la poesía que había en ellas y cómo se quedaban grabadas sus melodías en mi corazón.

"Aprendo a amar el inglés gracias a vosotros"

Meses después, cuando ya había olvidado mi osadía, llamó mi padre a la puerta de mi habitación. 

-¡Una carta con el sello de la reina de Inglaterra! -me comentó, sorprendido.

En ella Ben, de su puño y letra, me agradecía la pasión con la que le hablaba de su música y me prometía que en un futuro vendrían a actuar, a Sevilla, en mi honor.

"Tu maravillosa ciudad", me escribía...

Aparqué triste al llegar a la fábrica tras escuchar de su enfermedad, pero con el tiempo se recuperó, ahora lo sigo por las redes sociales, y algún día le recordaré que me prometió bajar desde Londres para tocar para mí.

sábado, julio 10, 2021

Leer

Leer, a mí, me ha proporcionado episodios de felicidad sublimes.

Una novela larga, bien estructurada, con personajes creíbles, una trama entretenida y poesía entre sus líneas es un regalo que queda de por vida en los entresijos de tus vivencias.

Cuántas veces no habré confundido yo la realidad de mi pasado con escenas que sólo ocurrieron entre las páginas de libros que me marcaron. Cuántos personajes no han quedado entre mis mejores recuerdos.

Hay novelas que, de tan sólo ver su cubierta, me provocan emociones muy concretas.

La lectura enriquece, complementa, enseña, emociona, pero no hace milagros.

Conozco a gente muy lectora que tiene menos mundo que un niño mimado. Gente que ha leído toda la obra de Pérez Galdós y Dostoievski que se asusta al escuchar un grito, que no distingue los estados de ánimo en los demás, que mantiene conversaciones aburridísimas y se escandaliza por cualquier cosa.

No se aprende dejando que todos los riesgos los corran tus personajes de ficción.

Leer es riquísimo, pero mucho más lo es el vivir a pleno pulmón.

Cantante

Íbamos muy a menudo a un bar de copas a escuchar a una chica cantar.

Lo hacía como los ángeles.

Había noches en que sólo estábamos nosotros y ella nos lo agradecía. El objetivo de su contrato era atraer nuevos clientes y fidelizarlos. Fuimos llevando cada vez a más amigos, llenábamos la sala para disfrutar de su voz.

La avisábamos por teléfono para que nos reservara mesas cerca del escenario y ella nos respondía al minuto para decirnos que ya las teníamos listas para nosotros. 

Cuando ya se había establecido buen rollo con ella de tanto ir, le escribimos al mismo teléfono, desde el que siempre respondía raudo, para invitarla a la presentación de mi última novela, muy cerca de ese bar.

Nunca supimos más de ella.

Ni ella de nosotros.

viernes, julio 09, 2021

Memoria

Toda memoria es mentira. No hay recuerdo que no esté filtrado con los tamices de nuestro presente. 

No puedo pensar en mi andanzas con Gregorio, mi amigo inseparable de la infancia, sin estar influido por todo lo que nos ha llevado a ser a día de hoy dos desconocidos.

Es imposible traer al tiempo actual conversaciones que nos marcaron de por vida. De mi primera declaración de amor sólo me viene la imagen de mi dedo haciendo círculos con el resto de agua que había dejado mi Cocacola mientras recibía un no como respuesta.

Es difícil recuperar escenas que el paso del tiempo ha velado, por lo que rellenamos los espacios en blanco con parches que colocamos nosotros, hasta formar un collage que está más cerca de lo que querríamos que hubiese pasado que de la realidad de entonces.

Tal vez por eso cause tanta impresión el viajar físicamente a sitios donde fuimos felices, porque de pronto se rasga el escenario que hemos ido pintando en nuestra cabeza y resulta que la plaza era más pequeña, que no había fuente en el medio. Y al ver que no está la fuente ya pones en duda si realmente ese día inolvidable te dijo de verdad 'te quiero'.

jueves, julio 08, 2021

Extremo

Antes me lo planteaba ya tarde, cuando había lanzado el torpedo; ahora consigo reflexionarlo y evitar apretar el botón sin más.

Abusamos de calificativos tremebundos como facha, cateto, chorizo, indigno, mafioso, pervertido o iluminado cuando nos referimos a personas concretas, lo que provoca no sólo un enrarecimiento del ambiente en el que nos movemos, ya de por sí cargado, sino que además nos hacen un flaco favor a nosotros mismos como individuos maduros, serenos, de mente abierta que muchos pretendemos ser. 

Si alguien mete en la conversación un comentario de índole religiosa ya es un facha, si otro no conoce determinado restaurante de moda es un cateto, si en un sitio te cobran más cara la caña de cerveza ya son unos chorizos.

Llevamos tan al límite nuestros señalamientos que acabamos por construir artificialmente una sociedad de malnacidos irreconciliables.

Yo me he metido en la cabeza el no definir gratuitamente a nadie con esos epítetos, para que llegado el caso, cuando lo haga, se comprenda mi punto de desengaño con esa persona.

Mientras tanto, admito que mucha gente no piensa como yo, no actúa como yo, no ve el mundo que yo veo ni le sacuden comportamientos que a mí me desconciertan.

Tienen todo el derecho a sentir distinto.

miércoles, julio 07, 2021

Reto

Se llama Antonio Millán. Poco más sé de él. Que tiene ochenta y tantos años y vive solo. En la calle San Luis. Un apartamento pequeño y oscuro, que se le hace una cárcel, del que sólo puede salir en su silla de ruedas cuando un voluntario viene cada semana a pasar unas horas con él.

Es la soledad la palabra que más vais a escuchar.

Ayer tarde nos reunimos con Marisa cuatro escritores que hemos aceptado el reto de narrar la vida de cuatro octogenarios sevillanos que viven con muchos apuros su soledad.

Marisa dirige una ONG, Solidarios, que ocupa su tiempo, y su esfuerzo, en labores sociales. Con personas sin hogar, con reclusos, con gente desvalida, con gente mayor y sola.

Quería publicar este libro y me llamó.

Salva, he pensado que no hay nadie mejor que tú para narrar la vida de Antonio Millán.

En unos días iré a visitarlo por primera vez a su casa. Dejaré que hable, que me cuente, sin prisas, que se emocione, que suelte todo aquello que le oprime el corazón, que se ría hablándome de esos años en que se comía el mundo por las calles de Sevilla. 

Me dice Marisa que su historia es apasionante, una persona avanzada para su época.

Yo trataré de poner lo mejor de mí para sacar lo mejor de él.


lunes, julio 05, 2021

Desengaños

Hay desengaños terribles que dejan mella para siempre en quienes los padecen.

Yo pongo cara a quienes, cercanos a mí, no quieren volver a saber de amores, de amistades, de confianzas, de proyectos, porque sufrieron palos tan gordos que el miedo puede con todo atisbo de ilusión.

Maldigo a ésos que no quisieron valorar las lágrimas de quien le quería, a quienes aprovecharon el sentirse amados para tirar de la cuerda hasta romperla, a los que traicionaron la confianza de personas crédulas, a aquéllos que ridiculizan al que siente y carecen de la mínima empatía para entender los destrozos que provocan el desprecio, el desinterés y el engaño.

Maldigo a quienes se escondieron, tras provocar incendios, en su burbuja de cristal.

Y al maldecirlos, maldigo la parte que hay en mí que un día no estuvo a la altura de personas a las que no supe querer como se merecían, de quiénes hui para evitar sufrir sin pensar que había formas de alejarse sin carreras alocadas de no mirar atrás.

Detesto haber hecho daño cuando no era consciente del daño que se puede hacer y de cómo de arrebatador es el dolor de quien se siente abandonado.

Flexo

Yo iba con mi vespa negra casi a diario a la oficina de Correos de Los Remedios.

Solía ser a la salida de clase, en mis primeros años de universidad, justo antes de comer. A esa hora la oficina estaba vacía y en casa no se percataban de si llegaba quince minutos tarde.

Cuando te mueves con miedo, crees que hasta la señora con la que te cruzas subiendo las escaleras de Correos sospecha de ti.

Eran otros tiempos.

Yo vivía como un verdadero suplicio mi homosexualidad. No tenía ningún referente cercano, para la sociedad era un tema tabú, las chicas comenzaban a interesarse por mí, mis amigos ya se besaban con ellas y yo me sentía tremendamente perdido.

Y culpable.

Una mañana me presenté allí, con la estúpida idea de que me harían un interrogatorio exhaustivo, que me colocarían un flexo apuntando a los ojos y me descubrirían.

—Vengo a abrir un apartado de Correos.

Fue todo sencillo, el funcionario ni siquiera me miró a la cara. Di mi DNI, me cobró, firmé un papel y me dio un par de pequeñas llaves.

Ya tenía forma de comunicarme con otros chicos como yo. Podía escribir a chavales que se publicitaban, con otros apartados anónimos como el mío, en revistas de segunda mano, buscando con quien hablar.

Tendría que existir alguien que quisiera conocerme en algún rincón del mundo.

Yo iba con mi vespa negra y abría, cada mediodía, mi pequeña puertecilla de metal con la esperanza siempre intacta de encontrar una carta de respuesta de un tipo en mi misma situación.

Era la soledad de las soledades, pero en ella misma se encerraba la posibilidad de vencerla. Tenía las llavecillas que me conducirían a salir de ella.

Casi nunca había nada en ese hueco cuadrado, pero siempre, al ponerme de puntillas para asomarme, latía, acelerado, mi corazón.

Colonia

Soy de echarme colonia aunque esté solo.

No sé si tiene un punto estúpido, pero me gusta sentirme guapo en casa, ponerme una mesa bonita para comer, vestirme de calle y abrir ventanas, aunque ande recluido conmigo mismo.

Más que terapia barata acerca de amarse a uno mismo, tiene mucho de subconsciente. 

Yo, sin saberlo, quiero ser así.

Tal vez si ahondara en mis razones, para cuidar mi aspecto y mis rutinas cuando no comparto mi espacio con nadie, me toparía con respuestas que no quiero encontrar. De ésas que hablan de inseguridades, miedos o narcisismos.

Yo sólo sé que me levanto, me ducho, me visto y me echo colonia para mí.

Que luego me cruzo con mis reflejos en los cristales y me gusta guiñarme el ojo.

Escudos

Cuando viajé por primera vez por Europa, nada más llegar a Burdeos, descubrí el mundo de los escuditos.

Piezas de tela bordadas con el símbolo de cada ciudad. 

Solían comprarlo los mochileros para coserlo en su petate y así dar muestra de los sitios por donde habían ido pasando.

A mí me encantaba coleccionar, así que me llevé todo el viaje a la caza y captura de los escuditos. París, Bruselas, Gante, Brujas, Ámsterdam, Copenhague, Berlín, Zurich, Ginebra... Lo recuerdo como si fuese ayer. 

Mi mochila era prestada, así que, al no poder coserlos, decidí guardarlos en una caja.

Me llevé veinte años obsesionado con tener el máximo número de ellos. No valía que nadie me los regalase al viajar. Debía ser yo, siempre poniéndome retos. Pero el radio de acción se ampliaba, y en América o Asia esos souvenirs no eran fáciles de encontrar, para mi disgusto.

Con el tiempo me fui dando cuenta de lo tonto que puede ser querer almacenar recuerdos en una caja de metal.

Las experiencias no se miden en escuditos ni viajar es una competición por ver quién recorre más kilómetros.

Los escudos están en el corazón.

TséTsé

Al aparcamiento que mis suegros tienen en el Algarve le llamamos la casa Tsé-Tsé, tal como si la famosa mosca revoloteara eternamente en su interior. 

Pasamos fines de semana allí narcotizados por una dulce sensación de placidez que relacionábamos con la cercanía al mar.

-Será que eso nos baja la tensión -ha teorizado siempre Fran.

El caso es que esta semana he encontrado la explicación, que no tiene que ver con el hecho de que al llegar aquí dejemos atrás días estresantes de trabajo o una vida social sevillana riquísima. 

No. Son los relojes.

La casa tiene relojes por todos lados. En las mesillas de noche, en el baño, en la cocina, en el salón, en los electrodomésticos, en los aparatos de la tele... Y ninguno en hora. Es más, con horas dislocadas entre sí.

Cuando me despierto en la noche, o doy una cabezada en el sofá, miro el primer reloj con el que me cruzo y no sé situarme en el espacio temporal. Tanto es así que, a veces, busco el móvil y coloco en Google "¿qué hora es?"

Fran quiere ponerlos en hora, yo le digo que ni se le ocurra.

Es terapéutico viajar a un sitio atemporal. 

Fast

Llegábamos a Sevilla tras pasar bastantes días fuera, teníamos ganas de cenar en casa pero la nevera amenazaba con estar vacía. Y apetecía un vino.

Así que, subiendo por la autopista desde Cádiz, Fran encontró una aplicación con estética vanguardista para conseguir alguna botellita a horas raras de domingo.

-He encontrado una aplicación: 'Fastwine'

Sonaba muy bien. Fastwine. Vino rápido. Hay aplicaciones para todo. Podías llamar y te llevaban el vino que quisieras a la hora exacta que tú marcases. Una gozada para completar un fin de semana espléndido. 

Fran llamó con el manos libres y al otro lado del teléfono respondió una mujer a gritos.

-¡Papá! ¡¡¡Papá!!! ¡¡¡Papaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! 

Los dos nos miramos alucinados y Fran bajó el volumen al móvil.

-¡Un chaval! Que quiere vino el colega. ¡Vente pa'bajo! Que estoy 'atacá'. Que no sé cómo funciona esto. ¡¡¡Papaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!

El padre no le iba a la zaga.

-A ver -nos dijo con malas pulgas-. ¿Qué quieren ustedes a estas horas?

Yo no sé si me alegré de que todo fuera tan desastre, pero a veces viene bien que todo salga al revés para reírte de este mundo moderno que queremos construir. 

Tuvimos que acercarnos al almacén a recoger la botella que encontramos por 'Fastwine'.

-A estas horas no hay reparto que valga.

No estaba malo.


viernes, julio 02, 2021

Olor

La Antilla se llamaba nuestro paraíso.

Una playa de Huelva de arena fina, agua muy fría, casas preciosas en primera línea y ambiente familiar, donde pasamos veranos eternos desde muy pequeños. 

Llegó un año en el que a nuestra madre terminó de írsele la última esperanza de curarse y ocurrió todo allí, en una casa con un pino alto en el patio, junto a barcas de pescadores. Un verano dolorosísimo.

El cuerpo, la mente, se construye protecciones que no consulta contigo, así que la familia le puso una cruz a esa playa, que pasó de paraíso a maldición. Mis hermanas rondaban los veinte años por entonces y nunca volvieron a ir.

Hace algunos meses, yendo a Portugal, las convencí para desviarnos de la autopista y visitar ese paisaje de nuestra infancia treinta años después de que ellas dos lo hicieran por última vez. Gritaban desde el coche a cada chiringuito, cada casa o recuerdo con el que se topaban. Aparcamos y se adentraron, emocionadas, en la arena.

Huele como entonces reaccionó Raquel, mientras Mónica se quedaba noqueada reviviendo las imágenes de aquellos tiempos que nunca volverán.

Sueño mucho con La Antilla desde esa visita relámpago me contó esta semana, mientras tapeábamos.

Sí. Ellas bajaron a la misma arena de aquellos veranos lejanos, con el mismo jaleo de niños jugando, las casas de siempre asomadas al mar. 

No sé cómo una playa puede oler a algo tan concreto pensó Raquel en voz alta.

A lo que Mónica respondió.

Olía a mamá. 

jueves, julio 01, 2021

Estadística

Nadie es de ninguna manera por haber nacido en ningún lado.

Es algo que parece de perogrullo, pero suele ocurrir que a uno lo etiqueten, antes de conocerlo, por sus circunstancias natales, familiares o culturales.

La Estadística es una materia que me apasionó desde el momento en que la descubrí en la universidad. Y sí, es una ciencia que llega a ser exacta cuanto más número de individuos tome en una muestra.

En cambio pierde su fuerza cuando de una sola persona se trata. Los españoles salen más a la calle, cenan tarde y hablan alto. Pero un españolito cualquiera tiene todo el derecho a ser taciturno y hacer ayuno por las noches.

Ya me ocurría desde mis primeros viajes en tren con mochila por Europa. Tendría 18 años y ganas de conocer el mundo. Me enamoraba de cada encuentro, de cada conversación en inglés, me entusiasmaba observar otras formas de comer, de tocarse. Lo vivía todo en carne viva.

Hasta que, al preguntarme de dónde era, yo respondía que andaluz.

Ay, qué gracioso. Cuéntame un chiste.

Toda mi emoción y mis enamoramientos se me iban a los tobillos.

¡Que no sé contar chistes!