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sábado, julio 10, 2021

Leer

Leer, a mí, me ha proporcionado episodios de felicidad sublimes.

Una novela larga, bien estructurada, con personajes creíbles, una trama entretenida y poesía entre sus líneas es un regalo que queda de por vida en los entresijos de tus vivencias.

Cuántas veces no habré confundido yo la realidad de mi pasado con escenas que sólo ocurrieron entre las páginas de libros que me marcaron. Cuántos personajes no han quedado entre mis mejores recuerdos.

Hay novelas que, de tan sólo ver su cubierta, me provocan emociones muy concretas.

La lectura enriquece, complementa, enseña, emociona, pero no hace milagros.

Conozco a gente muy lectora que tiene menos mundo que un niño mimado. Gente que ha leído toda la obra de Pérez Galdós y Dostoievski que se asusta al escuchar un grito, que no distingue los estados de ánimo en los demás, que mantiene conversaciones aburridísimas y se escandaliza por cualquier cosa.

No se aprende dejando que todos los riesgos los corran tus personajes de ficción.

Leer es riquísimo, pero mucho más lo es el vivir a pleno pulmón.

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