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jueves, mayo 30, 2019

Perdón

Madurar es asumir nuestras limitaciones, pero aceptar que somos muy imperfectos es un sapo duro de tragar. Rebelarse contra nuestras miserias puede resultar un ejercicio honesto, pero improductivo. Es más sano saberse perdonar.

No sé dónde está la línea, pero existe, a partir de la cual tu bienestar personal cuenta más que las ambiciones de triunfo, por modestas que éstas sean. No hay que dejar de exigirse, lo contrario es dejarse ir y eso lleva al pozo, pero sin establecerse metas imposibles que nos frustren cada cierto tiempo por lo que pudimos ser y no fuimos. Las metas deben ser realistas, alcanzables, motivadoras.

Es agotador darse latigazos por no cumplir expectativas que uno no sabe bien si nos hemos autoimpuesto o vienen envenenadas, camufladas, desde fuera.

Vivir perdonándose es una terapia brutal para crecer. Me perdono porque me quiero, y no sé vivir sin mí.

martes, mayo 21, 2019

Mayores

Cuando une cumple años, sobre todo cuando atraviesa un decenio, cree que los que tienen esa edad siempre la han tenido y, en el fondo, te justificas como un intruso. 'Oye, que yo acabo de llegar'.

Esa sensación terriblemente vital de estar siempre recién llegado a períodos de vida que se precipitan sobre uno puede resultar demoledora o motivadora, según las circunstancias. Nuestro subconsciente tiende a agarrarse a lo que fuimos para definirnos, porque el presente es una prueba demasiado inquietante para enfrentarla.

A mí me gusta hacer fotos cerebrales para acumular el hombre que dejé de ser, el chaval que un día existió, para recrearme en valorar mis coherencias o lamentar mis pasos mal dados. Aparece el jovencillo esmirriado con una camisa verde de flores guiñándole un ojo, borracho, al espejo de una discoteca de Portimao, asustado por la avalancha de sexo que suponía nacer a la etapa adulta; el abrazo de mi padre cuando Renault me llamó para decirme que estaba contratado; los paseos dominicales por los Jardines de Luxemburgo tras leer el periódico con la idea estúpida de que ya no habría futuro posible en que pudiese ser más feliz.

Hay noches preciosas en que ceno con Fran en restaurantes de relumbrón, con camisa blanca, perfume y velas, en que miro alrededor y me digo qué hago yo aquí jugando a ser mayor.