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sábado, enero 25, 2020

Tía

Y resulta que en una cena familiar viene alguien a quien yo aprecio y me dice que es de Vox.

Estás de coña, ¿verdad?

Por su cara vi que no.

Entonces, me querrías encerrado por homosexual, ¿no?

En ese tema, no reacciona su mujer.

Debió ver la estupefacción en mi cara.

No lo he votado, pero hay temas en los que coincido decía.

¿En que la violencia machista no existe?

Es violencia familiar.

Estamos a 24 de enero y van 5 mujeres muertas. ¿Violencia familiar o mujeres asesinadas por sus parejas?

Hay denuncias falsas.

¿Un 0,1 por ciento?

Nos separaron, porque en una cena familiar no es agradable este tipo de conversaciones. 

Se encargó más tarde de descalificar a un tipo definiéndolo como una tía mala. Adorable. Se me debió ver la cara de espanto. Entonces me viene a decir que coincide con Vox por su posición sobre Cataluña.

¿Tanto quieres a España que no te importa que dos millones de personas se quieran largar?

Han incumplido la ley.

Y quienes lo han hecho están en la cárcel. ¿Quieres meter a dos millones de personas más en prisión?

Horror de ultraderecha. Y están a nuestro lado. Comiendo en nuestra mesa.

lunes, enero 13, 2020

Muerto


De mí se ríen, con cariño, porque me gusta visitar iglesias. Yo me defiendo con el argumento de que las principales riquezas arquitectónicas de las ciudades históricas pasan por los monumentos religiosos. No sólo no soy un meapilas, ni tan siquiera soy creyente, pero reconozco la sensación enorme de paz interior que me produce la belleza de determinadas iglesias. Me apasionan la simetría, el acabado, los relieves, el silencio, las alturas, los olores, las vidrieras, los significados ocultos y sus leyendas. No recuerdo en mis últimas semanas algo más fascinante que el tiempo pasado en el interior de la catedral de León.

Con ese espíritu llego a toda ciudad conocida, o por conocer, y con él llegué a la aislada ciudad de Braganza, escondida entre montañas en un terreno fronterizo de nadie al norte de Portugal. Capital de la región de Tras-os-montes. El nombre lo dice todo. Las calles estaban inmersas en una niebla de película de terror y la temperatura rozaba la de un congelador. En circunstancias así hay un argumento de más, lo calentitas que son las iglesias.

Tras visitar la antigua Seo, caminamos sin rumbo entre sus calles empinadas a la búsqueda del castillo, cuando dimos de bruces con un templo minúsculo guardando la esquina de una callejuela. La puerta estaba cerrada, pero vi a una mujer entrar, y la seguí. Si la iglesia era chica por fuera, más lo era por dentro. De pronto, vi que todo el mundo me miraba. Todo el mundo era un puñado de ancianas sentadas en círculo alrededor de lo que parecía una pila bautismal. Olía a incienso. Hice que no me di cuenta de la severidad con la que me observaban, caminé con sigilo y, definitivamente, di marcha atrás, sin descifrar qué pasaba allí.

Cuando me giré hacia la puerta vi a Fran con la cara desencajada.

-¿No has visto el muerto?

-¿Qué muerto? -pregunté.

-Te has paseado alrededor del cadáver de un viejo, envuelto en plástico, con medio cuerpo al aire.

-Joder -se me cortó el cuerpo y, sin mirar atrás, empujé a Fran para salir cuanto antes de allí. 

-Estaba en medio de todas las señoras con las que te has cruzado, tendido sobre una mesa de mármol -creí ver el plástico esparcido en mi memoria inmediata.

A veces me pasa eso, que me meto de lleno en determinados sitios con ganas de observarlo todo, y no veo ni siquiera al muerto.

jueves, enero 02, 2020

Ansiedad

Fue atravesar una pared desconocida. Se me acercó un compañero de trabajo, me hizo partícipe de un problema nada extraordinario y noté que no me llegaba la respiración. Mi cuerpo, de golpe, dijo hasta aquí hemos llegado. Puede hacer diez años de esa escena.

Dicen que la ansiedad es un exceso de futuro, la depresión un exceso de pasado y el estrés un exceso de presente. Definiciones acertadas por su generalidad.

Entender por primera vez que el cuerpo se me desajustaba fue angustioso, porque nunca me había planteado que eso pudiese ocurrir, que situaciones que yo sabía resolver con soltura provocaran en mi organismo una reacción de rechazo. No conseguir llenar los pulmones, tener el cuello contracturado, sufrir taquicardias inesperadas, maldormir por las noches.

Acudí a la Seguridad Social para pedir ayuda y me ofrecieron una medicación que resultó milagrosa en los primeros días, sobre todo en las primeras noches, pero que no terminaban de paliar el desajuste. Insistí, hasta acabar en un centro de salud mental en que me recetaron algo más fuerte que calmara mi profunda inquietud.

Ese medicamento, casi milagroso, me ayudó no tanto a superar esos episodios de ansiedad como a entender que eran resolubles. Meses después, tal como me indicaron, dejé progresivamente la medicación.

Luego vino todo un trabajo personal de establecer prioridades claras en cuanto a mis tareas profesionales que me ayudaron a convertirme en una persona más fuerte, menos sujeta a los vaivenes de las decisiones de otros, de los imprevistos y los malhumores que uno no tiene en su mano controlar.

Ha habido nuevas alertas que me han asustado, períodos difíciles que he debido controlar con las armas de la racionalidad, a sabiendas de la debilidad del cuerpo que nos sostiene.

Haber pasado por situaciones así me hace mejor persona, más empática con aquéllas que atraviesan por períodos, a veces eternos, de ansiedad o depresión. Haberla superado una vez me ha vacunado en cierta medida contra los peores efectos, porque sé que se puede salir victorioso, con el corazón más grande, el pulso firme y la creencia clara de qué es lo importante y lo que no.