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salvador-navarro.com

martes, agosto 28, 2018

Respeto

A la muy manida frase de que viajar abre la mente es fácil darle sustancia cuando tienes la suerte de visitar Japón.

Convivir durante varios días con los habitantes de este país y recorrerte sus calles es una lección de vida sobre el margen de progresión que tenemos los occidentales en terrenos tan fundamentales como el respeto al prójimo.

Puede sonar a ciencia ficción, pero en diez días ni una sola persona, ya fuera hotelero, camarero, empleado de metro o ciudadano de a pie nos puso mala cara. No sólo eso, sino que todos se dirigen a ti con una sonrisa. Se respetan las colas de forma ordenada, se cede el paso a los mayores, no se arroja nada al suelo, no se escucha una sola conversación telefónica en el metro o en el tren, bien conectados a la red en todo momento, ¡no suena un móvil en los espacios públicos! Los baños están limpios, en los bares no se grita, se ofrecen a ayudarte en cuanto te ven dudar, no te cobran el billete si has cogido el trayecto equivocado en un autobús, se desviven si les preguntas algo.

Sí vimos a un chaval borracho tirar una lata al suelo, sí a una chica intentar robar un libro en una tienda de manga... No hay mundos perfectos mientras los habite el hombre, pero sí es posible organizarse en sociedad privilegiando el bienestar común.

Puedo sentir, a partir de anécdotas concretas, que son menos maduros en lo emocional o que tienen más limitadas sus capacidades para improvisar.

También a ellos, seguro, les viene muy bien viajar para encontrar otras maneras de entender este mundo inentendible.

Mi duda es si, cuando visitamos otros lugares, sabemos retener e integrar lo mejor de ellos. Si sabemos hacerlo con las defensas bajadas, abiertos a aprender, dispuestos a empatizar, animados por un espíritu de crecimiento personal.

Yo lo intento, y disfruto como un enano olvidándome de mí y de dónde vengo, sin temor a perder, aún, mis ganas infinitas de aprender.

lunes, agosto 20, 2018

Tanizaki

En un esperadísimo vuelo a Tokio he caído en las redes de Junichiro Tanizaki. Leído en dos horas su ensayo 'El elogio de la sombra', he sentido picos del placer que sólo da la lectura, el silencio y la reflexión.

Un intelectual es aquél que sabe abrir tu capacidad de raciocinio a territorios desconocidos por ti sin por ello hacerse incomprensibles.

Escrito en 1933, intuyo que de un tirón y sin esquemas previos, Tanizaki se plantea en voz alta qué habría sido de Japón de no haberse cruzado con un Occidente al que considera más avanzado y ambicioso. ¿Cómo habrían ellos inventado la luz? ¿Qué medios de transporte habrían ideado? ¿Qué cine? ¿Qué fotografía?

En pasajes preciosos donde explicita el éxtasis que puede suponer para un japonés oír el agua hirviendo previo a la ceremonia del té o el disfrute del primer sorbo a una sopa de miso en un cuenco negro lacado con ribetes dorados, nos plantea cómo seríamos cada uno sin habernos cruzado con los otros, cuánto hay de nosotros mismos en lo que somos, con las licencias que da la literatura para fantasear sociedades y vidas que no existirán, que ya no pueden existir, salvo en nuestra cabeza.

lunes, agosto 13, 2018

Mamarrachos

Lo grave no es que existan Trumps, Salvinis o Putins, todos tenemos cerca fanfarrones de medio pelo con genética parecida; lo desgraciado es que haya gente que los vote a mansalva, a estos que se vanaglorian de no tener otra ética que su narcisismo, ni más palabra que sus exabruptos.
Son personajes incultos que no conocen el pasado de sus países más que de oídas, que juzgan a los que no son de su nacionalidad como enemigos y que ven en el inmigrante al terrorista.
Imagino que todos ellos, no puede ser de otro modo, estarían catalogados, de ser tratados por un psiquiatra, como personas con deficiencias mentales que combaten sus propios males, sin conocerlos, a base de bravuconadas.
Estoy convencido que los países debemos dotarnos de herramientas contra el fanatismo, de modo que nuestros dirigentes estén vigilados contra el dislate que supone tratar al ser humano, sea nacional o no, como mercancía barata.
Se están cargando el futuro a golpe de testosterona.

martes, agosto 07, 2018

Sollozo

Estaba terminando mi reunión de departamento, tenía a los míos rodeándome para aclarar varios temas puntuales y vi parpadear el icono del Skype con el nombre de Sardasthi.

Como desde que regresé de Irán las cuestiones técnicas con ella las trataba alguien de mi equipo, supe en ese momento que ese pestañeo del Skype era un grito de socorro.

Con su inglés exquisito me preguntó si podía hablar de un tema personal conmigo, le pedí cinco minutos para estar a solas con ella.

-La situación es terrible en Teherán, Salvador.

Las amenazas de Trump se concretan en embargos y la gente se desespera una vez más. En febrero encontré un país motivado por resurgir, una juventud que abarrotaba las calles y un pueblo amable. Estaban los que hablaban con sumo respeto del líder supremo y quienes, protegidos por el inglés y una mesa apartada de restaurante, confesaban estar hasta el gorro del régimen religioso.

Hoy mi empresa está a punto de salir de allí por las coacciones de Trump.

-No te pido ayuda por mí, Salvador, sino por la gente de mi equipo. Haz lo posible por sacar a alguien de aquí. Perdemos el empleo, nuestro futuro, el de nuestros hijos.

Hoy escuchaba en la radio que la Unión Europea quiere hacer frente a las decisiones del Estados Unidos más retrógrado, que se recrea en el machaque de todas las oportunidades de concordia.

Él dirá una barbaridad, el ayatollah de turno otra más grande, a Europa le temblará el pulso y, entre tanto espectáculo canalla, Sardasthi volverá a su casa, con toda su capacidad resolutiva y liderazgo debajo del brazo, a la espera de una nueva luz.

domingo, agosto 05, 2018

Verdad

Siempre tuve tendencia a adornar las noticias graves, y así, con esa pátina de deseos conseguía endulzar informaciones pesadas de digerir.

Los muchos años de trabajo en mi empresa me han educado a ir quitando edulcorantes a los hechos, enunciarlos con la austeridad de los datos contables, objetivos y no opinables.

El maquillaje suele manchar cuando de comunicar se trata. Sazonar, ocultar o exagerar no suele obrar efectos positivos. Te hace perder credibilidad y provoca reacciones en el otro que no son las que proceden.

Si te ha ocurrido algo que te oprime el corazón, cuéntalo tal como es o no lo cuentes. Si ves que puedes echar un cable a alguien querido, háblale con toda la franqueza de la que puedas hacerte. Decir a un amigo lo que quiere oír suele no traer cosas buenas. Las claves son el tono y el momento.

Cuando se averiaba una máquina durante una hora yo le decía a mi jefe que había sido media; si alguien había llegado una hora tarde, yo decía que media; si provocábamos un incidente a un cliente yo le restaba importancia. Quería evitar conflictos.

Si alguien a quien quiero se le hace un nudo entender por qué las cosas no terminan de irle bien, yo le digo lo que observo con toda la empatía de la que dispongo. Porque quiero que hagan lo mismo conmigo.

La verdad, con ese sonido tan rotundo, es mucho más amigable cuando se la mira de frente.