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salvador-navarro.com

martes, enero 30, 2018

Hamid

El chaparrón de emociones contradictorias que me está suponiendo este viaje a Teherán explota dentro de mí con un ramalazo de ideas a desplegar e informaciones a investigar. 
Hamid ha sido la trinchera desde donde poder asomar la cabeza a una ciudad que, de no tenerlo a él como catalizador, se me habría escapado por todos lados de tan extraña. Él, sin embargo, me ha permitido acompañarle en sus abluciones y me ha reservado un hueco en la moqueta de su mezquita, regalándome un rato enorme de sosiego sintiendo los espíritus brotar en genuflexiones aprendidas de pequeños. Es él quien me ha llevado al Gran Bazar para presentarme al más viejo preparador de tés, sonriente en su cuchitril de fuegos y cacerolas. He comprobado cómo sus vecinos se meten en todas las conversaciones, aparentando un pequeño pueblo de ocho millones de habitantes. 
Tomamos unos kebabs de corderos tan grandes en su rincón preferido del bazar que no pude terminarme el plato. Lo observé hablando con el camarero y entendí que me disculpaba por haber dejado comida, pero me confesó que estaba rogándoles que se la entregara a los pobres de esa plaza. Ha sido él quien me explicó por qué la ley obliga a las mujeres a llevar pañuelo y ha asumido con naturalidad mi disimulado mosqueo. Me ha sorprendido el fervor con el que habla del líder supremo, Alí Jamenei, sin admitir poner en discusión su carácter democrático. ‘Lo votan los religiosos, Salvador’. Me habló del Sha con respeto, de sus tres mujeres, de la dinastía Palevi y sus errores. Visitamos tumbas de mármol de antiguos reyes, palacios llenos de paredes de cristales y jardines nevados. Y cuando, ante un gran cartel de Jomenei le pregunté, con cierta maldad, si estaba muerto, él me contestó ‘he passed away’.
Me abrió la puerta de una antigua residencia. 
-¿Ves la oscuridad? –asentí-. A esto se le llama ‘ichta’. Es la entrada octogonal a las casas, sin ventanas…
Me explicó por qué hay dos llamadores. Los hizo sonar. El más agudo indicaba que era una mujer quien visitaba la casa, el otro un hombre. Pero si el hombre engañaba utilizando aquél de la mujer, y si al otro lado abría la dueña de la casa, la oscuridad protegía a quien recibía, hecha a lo negro. Si encontraba un hombre tenía tiempo de cubrirse o de cerrar. ‘Así es la naturaleza humana, Salvador, desconfiada’.
Le pedí visitar la torre Azadi, y me llevó a la carrera entre un tráfico infernal. Me daba la mano con naturalidad y me hacía cruzar parando coches. Un policía nos paró.
-Por aquí no se puede atravesar.
Y se sonrieron los dos.

lunes, enero 29, 2018

Catar

Hordas de obreros enfilaban el páramo urbano al que me asomaba este amanecer desde la ventana de mi hotel de Doha. Su formación disciplinada y el color oscuro de piel me hizo pensar en sus vidas desprotegidas de todo lo que un occidental considera exigible.

Un país con fotos de su jeque en todas las calles y edificios, una bandera omnipresente y ausencia de elecciones libres en un estado donde sólo tienen la nacionalidad propia menos de una décima parte de sus habitantes es un cóctel complicado de digerir. ¿Quién se atreve a protestar?

Doha se muestra como una ciudad artificial en plena efervescencia urbana en la que los turistas deambulan sin saber muy bien qué ver. Todos, en cambio, tienen aprendido su rol para que el sistema funcione, a pesar de que falta, a simple vista, la alegría propia en las calles de quienes se sienten dueños de su ciudad.

La mejor noticia ha sido ver mujeres militares, azafatas, camareras, directivas... Y no siempre con el pelo tapado. No llegué a ver a ninguna conduciendo por más que puse interés.

Observaciones ligeras de un tipo curioso que se sustenta en los datos frágiles y escasamente estadísticos de un viajante más.

Ahora toca Teherán.

jueves, enero 25, 2018

Teherán

Envié este lunes la foto para obtener el visado por la vía rápida sin advertir de la letra pequeña del comunicado de la embajada iraní: 'No debe aparecer sonriente'. Así que le pedí a la compañera de Comunicación de la fábrica que me hiciera una foto contrarreloj y cara de mosqueo.

Hace unos días leí que deberíamos conocer un nuevo lugar en el mundo cada año y poco después me tuve que organizar este viaje laboral de urgencia a Teherán. No es un sitio que hubiese elegido por placer, porque soy cagueta y existen muchos a prioris, alimentados por decenios de confrontación, guerras y embargos desde el derrocamiento del Sha de Persia, que han corrido paralelos con mi vida personal desde la infancia. Ahora, sin embargo, a pocos días de salir, me horrorizaría suspender el viaje, no poder visitar su gran bazar o dejar escapar la oportunidad de perderme entre las calles por las que huyeron los protagonistas de Argo.

El miedo lo he conjurado fichando a Hamid por Instagram, un guía turístico free-lance que me recogerá en el hotel el único día libre de trabajo con el que cuento para poder visitar los palacios y museos de la gran metrópoli persa, a quien invitaré a comer en el restaurante que él me recomiende y de quien escucharé las leyendas que todo buen cicerone narra de su ciudad.

A partir de este domingo, y durante una semana, quiero olerlo todo, sentir sus calles abarrotadas y entregarme a la pura observación activa de un pueblo milenario.

Tengo apenas tiempo para comprarme alguna novela de Parinoush Saniee con la que alimentar mis horas de vuelo hasta aterrizar en la gran meseta donde descansa la capital.

Qué afortunado me hace trabajar para Renault.

martes, enero 23, 2018

Duda

Uno de los enemigos que tengo mejor identificados tiene que ver con el embotamiento en las decisiones por tomar que éste adversario me provoca. Microparálisis la mayor parte de las veces, pero que sumadas entre sí lo convierten en un ladrón de vida que te hace patinar en espacios vacíos.

Ese contrincante que me mantiene en tensión, sin embargo, se hace invisible para muchas de las personas que quiero. Se camufla entre los pliegues de sus ropas, se alía con las sábanas de sus camas, se confunde con el agua de sus duchas para insinuarles por qué salir esa noche con lo tranquilo que se está en casa, para tentarles con una siesta cuando les apetece un café, para obligarlos a lanzar un mensaje cuando en realidad quieren llamar a ese amigo que les importa.

Luchar contra él me lleva a veces a precipitarme por no darle cancha. No hay disyuntivas que no tengan una respuesta rápida. Si el cuerpo me pide salir a correr, me deshago de él para ir a calzarme las zapatillas de deporte. Si no quiero correr, no permito que me enrede en remordimientos.

A veces salgo magullado en mi lucha contra este enemigo de nombre femenino que me asalta en las horas bajas para decirme que no tiene sentido implicarse tanto en currarse proyectos que no me llevarán a ningún lado, porque este oponente te necrofiliza en cuanto te descuidas, jugando con esa parte de ti que ya está desengañada del mundo.

Hay días en que tengo la sensación de que caigo enredado en su tela de araña; que me coge la vuelta y me narcotiza el hermoso veneno paralizante de la duda.


lunes, enero 15, 2018

Calambrazos

A fuerza de resultar contradictorio, la ciencia en su más estricto significado es mágica.

Sorprende cómo el ser humano se hace a sus descubrimientos, los aplica y los integra, con la naturalidad de un crío. Nos paramos poco a pensar en la magnificencia de un vuelo en avión, en lo inenarrable de enviar un mensaje que es recibido décimas de segundo después al otro lado de la tierra o en la proeza de un transplante de corazón.

Del científico tenemos, tengo, la imagen ingenua del personaje menos humanista, más abstraído, menos sometido a los vaivenes de lo terrenal, sostenido en su fría capacidad de analista para ver el mundo en otros ritmos en pos de objetivos que apenas suponen, en la mayor parte de los casos, un avance minúsculo en el hallazgo de una molécula, en el aumento de velocidad de un milisegundo en la transmisión de datos, en la comprensión certera de un fenómeno físico inapreciable para el resto de la humanidad que les puede llevar una vida de trabajo.

Yo hubiera querido serlo, como quise siempre ser tantas cosas, e introducirme en aparatos que no entiendo para viajar por lo más profundo del sistema neuronal del hombre. Cabalgar por su cerebro de colinas retorcidas a lomos de microscopios inteligentes que me enseñaran a descifrar qué calambrazos minúsculos son los que provocan la sorpresa o el terror, cuáles son las combinaciones químicas que hacen que una persona caiga en el desconsuelo, cuánto de auténtico hay en una sonrisa, cuánto de acto reflejo.

Daría media vida por averiguar cómo se producen las conversaciones que mantenemos, desde pequeños, a solas con nosotros mismos, dándonos ánimos, justificándonos, retándonos a ser mejores, más valientes, menos dramáticos. Querría ser un sabio que al final de sus días supiera discernir cuánto de nosotros hay en nuestra cabeza, cómo de dependiente somos del azar del espermatozoide que navegó ufano en busca de la vida que un día nos trajo aquí.

Cuánto de nosotros nació realmente de nosotros.

domingo, enero 14, 2018

Gijón

Hace tantos años que no pongo en pie qué era de mi vida por entonces, en ese bar de la calle Betis donde un matrimonio joven de Gijón recién llegado a Sevilla me preguntó, con la excitación propia del recién llegado, qué era imprescindible visitar en la ciudad.

Es un flash de felicidad que asoma de vez en cuando; esas risas y las cervezas mientras les señalaba en un mapa la ruta a seguir, convencido plenamente de que el mayor placer siempre es del que da.

Esa experiencia simplona me sirvió para establecer una consigna vital: Sevilla no es de los sevillanos. En ese bar trianero me sentí como simple facilitador de la entrada de un par de asturianos en la magia de una ciudad que era tan suya como mío es Gijón, donde nunca estuve.

La vida me ha llevado a visitar decenas de ciudades por todo el mundo y a recibir invitados de lo más variopintos, de ahí que siempre intento tratar a aquéllos que vienen a casa como a mí me gustaría que se detuvieran y me explicasen sus terruños con la magia que no desprenden las guías de viaje ni wikipedia, con el sabor exquisito de la irrepetible visión individual de quien la habita.

Nada más torpe que creerse propietario de lugares en los que tuvimos la suerte de nacer.

miércoles, enero 10, 2018

Respeto

Como nací pequeño, delgado y con bizquera, perfecto candidato a fuente de escarnios en el colegio, mi lema supremo, trabajado desde la autodefensa, era 'hazte respetar'.


Eso me llevaba a tener que equilibrar mis fuerzas para no volverme un ser aislado, porque mi obsesión por no sufrir mofas me hacía necesariamente distante a bromas propias de los niños de mi edad. No sé cómo lo hacía, pero mi técnica funcionaba. Siempre estaba en el bando de los fuertes, protegido por mis propios compañeros. Había algo en mí que irradiaba una cierta luz de seguridad que me convertía en un chaval atractivo.


Todo lo que funciona se protege, se potencia, te estimula.


Me operaron la bizquera, me obsesioné con el deporte para abandonar al niño enclenque y crecí convencido de que en la fortaleza estaba la clave de mi vida equilibrada.


Dejé por el camino confidencias que me hubieran hecho más humano, pero lo daba por bueno para guardar mi torreón. Abandonar el castillo, la coraza y el escudo era escapar de esa figura que era yo para convertirme en alguien irreconocible. Uno no podia defraudar.


Afortunadamente los años me hicieron comprobar que había ganado mi sitio entre personas que me querían; cuando fui consciente de ello comencé a convencerme de que había mucha gente valiosa a mi lado a quienes les debía un relato construido de mis silencios de entonces.


Nunca, sin embargo, abandoné mi lema. Hazte respetar. Porque en el respeto a la persona, trabajoso de mantener, está la clave de mi existencia.


Puede llegar a ser jodido, pero no puedo ser yo sin ser fuerte. Mi felicidad va en ello.

viernes, enero 05, 2018

Orejitas

Soy consciente de mi amplio sentido del ridículo, quizás alimentado desde la niñez por mi padre, especialmente reacio a disfraces, desnudos y payasadas; algo que contrastaba con su carácter abierto y alegre. Que el pudor sea algo común a sus hijos debe implicar que nos inculcó esa suerte de recato en lo más interno de nuestro subconsciente.

Si a eso le añadimos, en mi caso, lo poco dado que soy a la frivolidad, se conjura en mí la receta perfecta para mantenerme totalmente ajeno a personajes, programas y tendencias que abundan en el recurso al esperpento.

Ser así no implica querer serlo, porque los miedos al ridículo seguro que están cargados de prejuicios y la crítica interiorizada a quien no tiene vergüenza puede que implique cierta envidia por tener tantos fantasmas en la cabeza.

Una vez en mi vida decidí ir a una fiesta de disfraces, temática para más inri. La fiesta del terror. Hace más de diez años. Como sólo consiguieron convencerme en el último minuto, no había disfraz para mí. Fran se acercó a Pichardo antes de que me arrepintiese y se hizo con el traje de 'la muerte eterna'. Le costó diez euros e implicaba un kit de maquillaje. Cara blanca con trazos rojos.

Hice por liquidar todas las fotos de esa noche en las que yo aparecía, porque me lo pasé tremendamente bien hasta que me vi retratado. Entre todos los monstruos aparecía Sara Montiel. Y ese ser pálido de túnica negra no era ella, sino yo.

Ahora veo en las redes sociales a la gente poniéndose orejitas y narices de chimpancé, o de cerditos. Y sigo sin entender la gracia. Aparto las imágenes rápido con cierto sonrojo ajeno, intentando olvidar quiénes son para no grabarme estampas que no quiero retener.

Hasta que el otro día abrí Instagram y apareció mi sobrino Iván con las orejas y la nariz de lo que debía ser un conejo.

¿De dónde ha salido este niño?