Pasamos fines de semana allí narcotizados por una dulce sensación de placidez que relacionábamos con la cercanía al mar.
-Será que eso nos baja la tensión -ha teorizado siempre Fran.
El caso es que esta semana he encontrado la explicación, que no tiene que ver con el hecho de que al llegar aquí dejemos atrás días estresantes de trabajo o una vida social sevillana riquísima.
No. Son los relojes.
La casa tiene relojes por todos lados. En las mesillas de noche, en el baño, en la cocina, en el salón, en los electrodomésticos, en los aparatos de la tele... Y ninguno en hora. Es más, con horas dislocadas entre sí.
Cuando me despierto en la noche, o doy una cabezada en el sofá, miro el primer reloj con el que me cruzo y no sé situarme en el espacio temporal. Tanto es así que, a veces, busco el móvil y coloco en Google "¿qué hora es?"
Fran quiere ponerlos en hora, yo le digo que ni se le ocurra.
Es terapéutico viajar a un sitio atemporal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario