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martes, agosto 31, 2021

Mejorar

Uno de los placeres que te proporciona el vivir es cuando aciertas a progresar.

A mejorar como persona.

Mi mayor pesadilla sería confirmar que no crezco en mi interior.

De nuestro exterior ya se sabe, hay cuestas que una vez que comienzan a bajar, como mucho, las puedes ralentizar. Pero hay que saber emanciparse del cuerpo para llegar a tu mejor yo, conviviendo con él, cuidándolo, porque te da la vida, pero agrandando cada vez más aquello que nos hace grandes, especiales, auténticos, eso que no se pesa ni se mide, que no se refleja en un espejo ni se guarda en fotos, lo que transmites al mundo cuando el mundo cierra los ojos.

Crecer en sabiduría, en templanza, en amor a través de la consciencia de lo que realmente importa, que no se paga en euros ni se viste de colores.

Ser cada día más de fiar.

viernes, agosto 27, 2021

Sargento

Por no verme condicionado por las prórrogas, no me hice objetor cuando me tocó hacer la mili. Quería quitarme el 'muerto' de encima cuanto antes para empezar a trabajar.

Así que la empecé cuando terminé la carrera, desfasado respecto al resto de reclutas, a los que sacaba cinco o seis años.

El día de mi cumpleaños, en plena instrucción, esperaba como un tortolito más en la fila para entrar al comedor del cuartel. A voz en grito señalaron que empezaba nuestro turno y el sargento que había a mi lado me soltó un palmetazo en la coronilla, sin venir a cuento, para que me diese prisa.

Ha sido el momento en que más cerca he estado de perder los papeles y devolver el guantazo.

Si yo recuerdo como el momento de mayor vejación personal en mi vida ese tortazo de una persona que se servía de su jerarquía para hacer de las suyas, no quiero imaginar lo que podrá sentir una mujer a la que, contra su voluntad, un hombre la somete, la reduce y la viola.

No hay posible perdón con quien abusa de su fuerza para someter a otra persona.

Díselo

Si algo te gusta de alguien, díselo.

No esperes a que llegue el momento adecuado. Díselo ya.

Nunca sabremos de todos los monstruos que pululan por la cabeza de quienes queremos, ni cuántos de ellos tienen que ver con inseguridades descontroladas.

A mí me dijeron desde muy pequeño que era muy gracioso contando historias y me hice escritor.

¿Me habría lanzado a escribir relatos en papel de no haber tenido a mi lado a quien me hiciera ver que les gustaba?

Todo el mundo tiene su punto fuerte, luminoso; toda persona está muy por encima de la media en algo. Pero no todos saben verlo. Somos los que estamos fuera y lo vemos quienes tenemos que decírselo.

Me encanta cómo cuidas de tus padres, cómo sonríes, cómo cocinas, cómo cantas, tu disciplina, tu amor propio, tu forma de vestir, tu capacidad de tirar de la familia, tu manera de llevar una conversación, lo bien que llevas tu empresa, lo eficiente que eres en el trabajo, tu dominio de los idiomas, tu ironía, tus ojos, tu metabolismo, las ganas que le pones a todo, cómo amas a los tuyos, tu memoria, el modo en que explicas cosas complejas, tu fuerza para cambiar de trabajo, que estés pendiente de mí, tus fotografías, tus ganas de vivir, tu risa contagiosa, tu facilidad para emocionarte, tu contención, tu generosidad, lo fácil que haces todo, lo fiable que eres, lo puntual, tu capacidad de perdonar, tu altruismo, lo bonita que tienes tu casa, tu manera de ver la vida, tu fortaleza mental, lo bien que siempre me trataste, lo que presumes de los tuyos, tu olor, tus manos, tu mirada, tu empatía, tus ganas de cambiar el mundo, tu tono bajo al hablar, tu vozarrón, tu voz.

Son empujoncitos invisibles hacia una persona mejor.


RW2

El otro día comíamos en un restaurante de playa al que teníamos ganas de ir. Nos atendieron a la perfección, el sitio estaba decorado con buen gusto y la carta era original.

Cuando el maitre vino a tomar nota le pedimos primero el vino.

-Un Carmelo Rodero, por favor.

-¿Un Carmelo qué?

Hay determinados momentos, en el ámbito profesional, en los que no se debe fallar, porque haciéndolo pierdes la confianza del otro. Tú no tienes por qué conocer el Carmelo Rodero, el maitre de un restaurante de postín, sí.

A mí me ocurre en mi trabajo. En la industria del automóvil hay mil y una siglas: GMF, UCM, DSTR, RO, TPM, DSTAR, SSAR... Yo no me puedo permitir no saber qué significan, porque tiro por tierra mi credibilidad en mi puesto. Siempre hay quien tiene los colmillos afilados esperando cogerte en un renuncio.

Así que cuando alguien lanza un:

Salva, averigua el RW2 que tienen las fábricas de Sudamérica.

Yo, que no tengo ni idea de lo que es el RW2, respondo:

En cuanto lo tenga te lo paso.

Es entonces cuando tiro de la gente que me quiere o de mis dotes de investigador para conseguir el RW2 de Sudamérica.

En el ámbito profesional hay que andarse con pies de plomo, porque no estás rodeado de amigos sino de compañeros. Muchos te aprecian, pero otros aprecian tu puesto. 

Sí, la vida es dura, pero si quieres que en el trabajo te vaya bien hay que saber que no se pueden mostrar, a menudo, debilidades.

Porque te comen con patatas.

jueves, agosto 26, 2021

Almohada

Hay noches en que me despierto, de golpe, con la almohada agarrada, estrujada, con el puño de la mano.

Como si me la fueran a robar.

Especialista en controlar mis sueños, ese gesto de fuerza, de tensión, me confunde. Como si la placidez con la que suelo pasar las noches fuese de mentira y mi cuerpo librase batallas contra monstruos que andan dentro de mí.

Hay días en que me levanto con la espalda cogida, tal como si me hubiesen retorcido la columna.

¿Qué vidas paralelas llevan nuestros cuerpos? ¿se dedican a desfogar tensiones mientras andamos despistados en sueños engañosos?

Yo le pregunto a Fran:

—¿Me ves dormir bien?

—Como un angelito.

Sé que es así, que duermo con un abandono infantil, hasta que llega la noche en que un ruido me despierta, tal vez provocado por mi otro yo, y me encuentro agarrado a la almohada, clavando los dedos, como si mi vida dependiese de ello. Siento, en ese instante, una punzada de terror.

Por eso, quizás, voy desde hace años al osteópata una vez al mes. Me encuentre bien o mal, para poner así en sintonía el cuerpo con el alma.

¿Cuánto conozco del hombre que hay en mí?

Hámster

Recuerdo que tenía 45 años, porque me lo preguntó.

Quizás demasiada edad me dijo.

Desde los Recursos Humanos de mi empresa, se me habían propuesto una serie de entrevistas con altos cargos para comprobar mi potencial con la vista puesta en alguna promoción profesional.

Ésta era el último de los encuentros. El ejecutivo, de trato amable, incluso campechano, dio un repaso a su vida en voz alta, quiso narrarme su proceso personal hasta llegar al alto puesto que ocupaba, con miles de personas a su cargo; la importancia de los síes y de los noes, los errores al no aclarar condiciones antes de aceptar determinados puestos, la satisfacción de los proyectos bien acabados y, lo que me dejó realmente marcado, el apabullamiento de la presión.

Llegó un momento me decía en que empecé a sentirme como un hámster en una rueda, corriendo en un circuito sin fin, creyendo llegar al queso. Llevo diez años en esa rueda, que cada vez gira más rápido y de la que no sé cómo escapar.

Agradecí enormemente su sinceridad.

¿Eres feliz con lo conseguido? —le pregunté, con la esperanza de obtener, al menos, una reflexión sobre la satisfacción de haber llegado tan lejos, un atisbo de autocomplacencia.

Su expresión irónica como toda respuesta, seguro que algo teatral, fue la propia de un hámster atrapado en su carrusel.

Me acercó en su coche a la Plaza Mayor de Valladolid, cerca de mi hotel. Yo quedé allí, en medio de la plaza, planchado, perdido, desubicado.

¿Ése era el precio a pagar?

Siempre he querido ser impecable en mi trabajo, tanto como claro he tenido que no iba a convertirme nunca en un mercenario que pusiera a la empresa por encima de la familia y el bienestar personal, ni por ganar estatus ni por hacer más dinero, porque el día en que te jubilas, si llegas, el precipicio es insoportable. 

Y el queso, desapareció. Ya hay otro hámster detrás de él.




miércoles, agosto 25, 2021

Carrefour

Salíamos hacia Portugal y le propuse a Fran que hiciéramos escala en un hipermercado a la salida de Sevilla.

Quiero hacer una fabada.

Se la había visto hacer a un amigo en su canal de Instagram y, viendo lo sencillo que parecía, me lancé a buscar los ingredientes.

Yo voy a comprar un solomillo ibérico para cenar esta noche, que tenemos un tinto riquísimo en casa se lanzó Fran, con esa habilidad que tiene para entusiasmar con sus propuestas.

Allí estábamos lo dos, en la carnicería del Carrefour, observando cómo una mujer nos preparaba el solomillo. Con un cuidado casi oriental fue quitando cada pitraco, loncheándolo bien para hacerlo a la plancha, aplastándolo, limpiándolo. 

Fran y yo nos miramos.

Dile algo le propuse.

No lo dudó.

Señora, da gusto ver con el cariño que hace su trabajo. ¡Vaya solomillo bien preparado!

La carnicera enrojeció hasta casi perder el pie.

Me habéis alegrado la mañana —nos confesó.

Luego, camino de Portugal, escribimos un email al director del centro comercial para alabar la profesionalidad de esa mujer, que tenía impecable su territorio. 

Antes de cenar recibimos su respuesta. un 'muchas gracias' en mayúsculas y el compromiso de felicitar a la carnicera.

¡No he comido un solomillo más rico en mi vida!

A veces, muchísimas, es muy fácil hacer feliz. Y cuando lo consigues, sales ganando tú.

Banca

¿Cómo ha ido el verano? le preguntaba por teléfono un amigo mío a su compañero, el día de vuelta al trabajo.

La llamada se cortó.

"Están grabando las conversaciones" le escribió, como respuesta, a su móvil personal.

En cierto sector de la banca, a personas más que preparadas y con amplia trayectoria en la empresa les controlan hasta el tiempo para ir al baño, registran sus conversaciones y les marcan objetivos imposibles cada día.

"Hoy tenéis que firmar dos seguros de vida y cuatro tarjetas de crédito".

Y les llaman a las diez, y a las doce, y a las dos.

Si no han conseguido los resultados, les ponen mala cara, si los han conseguido, se los doblan.

Salva, yo antes estaba feliz en mi trabajo me decía esta semana.

Ahora tiene pesadillas y se le hace un mundo ponerse la corbata para ir a currar. De no ser porque tiene una vida personal feliz, sería candidato para entrar en depresión.

Multinacionales del Ibex 35 que presumen de modernidad y ofrecen su cara amable en reportajes a todo color en la prensa dominical.

La modernidad está en motivar al personal, hacerles sentirse orgullosos de su empresa, darles su espacio para conseguir los resultados, permitirles interrelacionarse entre ellos.

lunes, agosto 23, 2021

Padre

Cada vez que digo una frase muy larga pierdo el aliento en la última sílaba.

Como mi padre.

Hay tantos tics heredados, tantas miradas en el espejo en que lo veo en mí, tantos andares con los brazos cruzados atrás como él, tantos '¡ea!' para terminar una charla que siento que la grandeza de la vida se me muestra a diario en pequeños gestos. Ese transitar como un eslabón más de la cadena natural, casi animal, en la que consiste existir. Las mismas piernas, el mismo poco pelo, los ojos achinados y esa risa ronca.

Su impaciencia, sus ganas de calle, su ansia por aprender.

Todo lo conserva en mí.

Recordando su figura de viejo, veo al viejo que pretendo ser. Elegante, educado, buen conversador.

Cuando compruebas las trazas de tus padres que hay en ti comprendes la eternidad.

Valiente

Uno se cree valiente hasta que se topa con la cruel realidad de las cosas.

Hice escala en el aeropuerto de Miami, camino de Bolivia. Allí me esperaba una cita de amor. Estaba en la veintena.

Al decirnos que teníamos diez horas de escala en la ciudad estadounidense, salí de la zona de embarque y me lancé a la aventura de descubrirla contrarreloj. Tomé el autobús que me indicaron y rápidamente comprobé que la mayoría del pasaje hablaba en castellano.

¿De dónde eres? me preguntó el chaval que iba a mi lado.

De España.

Él era nicaragüense. Más jovencito que yo. Rápidamente descubrimos que los dos estábamos haciendo escala en la ciudad.

Voy a visitar a mi familia, vengo de Nueva York.

Me dijo que no tenía recuerdos de su país, porque ya desde muy pequeño vivía en un apartamento de Harlem, y me pidió si le importaba que me acompañase en ese recorrido exprés por la ciudad. 

Fue divertido. 

A mí me sorprendían los rascacielos, a él las playas. Así que con mi cámara desechable nos hicimos fotos con aquello que a cada uno más le llamaba más la atención. 

Ya me darás una dirección y te las envío la pena es que no me la dio en ese momento.

En la vuelta al aeropuerto todo se precipitó. Nada más bajar del autobús un par de policías nos pidió que les acompañásemos. Nos llevaron a una planta sótano, muy sótano, y nos comenzaron a interrogar. A mí medio me destrozaron el pasaporte para ver si era auténtico. Yo, aterrorizado, sólo quería tomar mi vuelo para Bolivia. Hacían llamadas a no sé muy bien quién y deletreaban mi nombre.

Su amigo tiene un billete falso de avión, ha cometido un delito. ¿Es usted consciente?

Él no es mi amigo confesé. Lo conocí hace unas horas en el autobús.

El miedo lo puede todo. Aún hoy en día me maldigo por no haber sabido despedirme de él ni tener una dirección donde enviarle sus fotos en esas playas que tanto le maravillaron.

domingo, agosto 22, 2021

No tocar

No les des la mano ni las mires a los ojos me aconsejó Hammid―. No las debes tocar.

Cuando tuve que ir por trabajo a Irán, poco antes de la pandemia, lo hice con los ojos muy abiertos. Quería saber de primera mano cómo era aquella sociedad y tenía una semana para descubrirlo.

Tuve dos grandes cómplices en esa corta aventura: el guía que encontré por Instagram y la ingeniera con la que tenía que tratar las cuestiones técnicas que estaban en el origen de mi misión.

Hammid, el guía, resultó ser un fiel defensor de la ley islámica. Con un trato excelente hacia mí, me enseñó Teherán con su mirada. Hablaba con devoción de los ayatolah, criticaba la agresividad de Estados Unidos, me llevaba a mezquitas para mostrarme el rito chií y defendía el modo de vida obligatorio.

Es nuestra ley, Salvador.

Nada más aterrizar, ya comprendí que el uso del velo por parte de la mujer no era opcional. En una semana no vi una sola que no lo llevara.

Yo no puedo más me decía la ingeniera a la hora de comer. Quieren disfrazar de democracia una dictadura religiosa. No hay partidos políticos agnósticos, Salvador. Aquí todo lo domina la religión.

Lo hablábamos con mucho cuidado, en inglés y en voz baja, porque sus compañeros comían en la misma mesa. Hacíamos por poner dos franceses de barrera para poder charlar con cierta tranquilidad.

Poco después, Donald Trump volvió a aplicar el embargo, mi empresa se tuvo que ir de allí y ella se quedó sin empleo. Una tarde recibí un mensaje suyo.

Salvador, necesito que me ayudes a salir de aquí. Al menos a alguien de mi equipo.

A pesar de que lo intenté, no conseguí nada, pero sí sé que ella consiguió escapar a Rusia con la familia. Me envió una foto desde allí, sonriente y con el pelo al viento.

En estos días me desayuno con el drama de Afganistán y pienso en ella. En tantas mujeres con el futuro roto. En cómo sus propios hijos, sus padres, sus hermanos se convierten, sin pudor, en sus propios carceleros. 

Demencial.

viernes, agosto 20, 2021

Precio

Los que no saben lo que es leer, cuando se enteran de que soy escritor me preguntan cuántos libros vendo, no las historias que cuento.

Yo trato de llevarlos a mi terreno y en ningún caso les respondo a esa pregunta.

Es extraño que conozcas a alguien y te diga que es enfermero, camarero o arquitecto y tú le interrogues acerca de su salario; sin embargo lo de escribir provoca una curiosidad malsana por saber si uno se puede ganar la vida con eso.

Tal vez ocurre porque el que no aprecia la lectura no sabe qué preguntar a un escritor. Incomoda interesarse por las razones últimas que llevan a alguien a inventarse historias con las que provocar una reacción al otro lado de los libros. 

El que no ama la lectura no encuentra sentido práctico a la escritura, porque un enfermero, un camarero o un arquitecto sí tienen su claro cometido. Es quizás por ello que se plantean, ¿cuánto dinero mereces ganar por contar cuentos?

Intento explicar el sentido de la literatura, aunque cada día tengo más asumido que hay terrenos baldíos en los que es improductivo sembrar la semilla de la curiosidad por lo que no es tangible, ni le ocurre al vecino de enfrente, personas incapaces de dejarse llevar por mi mano para pasear en determinados momentos fuera de sí.

jueves, agosto 19, 2021

Golpe

Cuando recibes un golpe emocional fuerte cuesta mucho volver a sentir el placer de las sábanas al amanecer, o el gustazo del primer sorbo de una cerveza helada. 

El mazazo personal te expulsa del Reino de las Pequeñas Cosas.

Te castra los sentidos, te los programa en el sistema básico de emergencia, de forma que ver sea exclusivamente ver, el olor no te lleve a ningún lado y el roce no te provoque más sensación que la de saber que tocas algo. La sensibilidad se te coloca en modo 'avión'. No captas ninguna onda mínimamente transgresora, la sutileza es una palabra tabú y todo funciona a pilas.

Es entonces, al verte exiliado en el País de las Cosas Serias, cuando comienzas a analizar ese nuevo territorio en blanco y negro en el que no quieres vivir, porque queda un rescoldo de lo que fuiste a pesar de tener reducidas las capacidades a la estricta supervivencia. Buscas rendijas por donde asomarte, abres puertas que están cerradas, gritas sin sonido que quieres volver.

Allí donde lo tonto te daba la vida.

Lo haces asustado, porque en ese espacio sin colores te encuentras con gente que un día entró y ya no supo salir. 

Yo les diré que no soy de allí, que mi Reina me tiene guardadas cintas de vídeo en las que aparezco caminando por la playa cogido de la mano de mi amiga Silvia, puddings de pan con una receta secreta, libros de aventuras donde guerreros dan la vuelta al mundo y veranos eternos.

Todo en color.

martes, agosto 17, 2021

Benavente

Tuve un jefe, y amigo, que me dio el mejor curso intensivo de idiomas, en una sola frase y en español.

Salva, tú habla francés del tirón hasta que veas que te fruncen el ceño.

Es cierto, la mejor forma de mejorar un idioma es practicándolo sin buscar la perfección, porque entonces nos bloqueamos. Es muy difícil dominar una lengua sin haberla mamado desde la infancia, pero eso no nos debe llevar a la frustración. Lo importante es poder enviar y recibir el mensaje, y está claro que cuanto más lo ejercites más recursos irás adquiriendo.

Lo que sí es básico es tener ganas de progresar, de modificar cada día un sonido, una expresión, de estar atento a las películas, a las canciones, a cualquier estímulo en esa lengua para adaptarlo en el futuro. Tengo compañeros de trabajo que repiten una y otra vez fallos incomprensibles en francés con frases que repetimos a diario.

Estos días en Lanzarote he ido todos los días al buffet del restaurante a cenar. Cada día tomaba algo a la plancha, rodeado de ingleses y alemanes. El cocinero siempre les preguntaba:

-¿Medium? -así, pronunciado tal como se escribe, para interesarse por el punto de la carne. 

Los guiris le respondían 'mídium', tal como se pronuncia.

Pero cada noche el cocinero vuelve a preguntar '¿médium?'

Llevará treinta años en esa plancha y no ha cambiado la 'e' por la 'i'.

Nitidez

El mundo se ve con más nitidez cuando viajas solo.

Cuando recorres paisajes sin nadie a tu lado te sientes transparente, como si te hubieran cogido con la pinza del Google Maps y te hubieran colocado como un muñequillo en una calle desconocida. Allí te quedas plantado, con tu cámara a cuestas, observando cómo deambulan los demás, que sí se sienten protagonistas de su propia historia.

Te conviertes en un intruso consentido que no ocupa espacio y que observa cada detalle con ojos frescos. En esos momentos no eres de ningún lado, porque no hablas y tu acento no te delata, porque no te preguntan y no tienes nada que contar. Eres el espía perfecto de ese paisaje que has decidido conquistar.

Cuando vas acompañado no todos tus sentidos están puestos en lo que es ajeno a ti y se te escapan cosas. Eres un protagonista más, que interactúa, se ríe y charla.

Yo quiero siempre viajar en buena compañía, pero cuando estoy solo me llevo la mar de bien con el turista curioso que hay en mí.

Insoportables

Tengo un problema muy serio: hay gente a la que no soporto.

Se cuentan con los dedos de una mano, pero ahí están.

El problema es real, porque son personas que no me han hecho nada malo ni han cometido ninguna tropelía.

Me siento como cuando un perro reacciona gruñendo cuando se le acerca alguien determinado. Igual. Una sensación de puro instinto que nace desde las tripas. No me gusta esa sensación.

Al ser una característica de mí que no me gusta, hago por reprimírmela y trabajarla. Me llevo mal con lo irracional. De hecho, algunas veces que a mis buenos amigos les he comentado que no puedo con tal o tal persona, ellos me han hecho ver que no hay argumentos.

Salva, de verdad, no es mal tío.

Yo trato de ser cordial, dejo los suspiros para después, pero es cierto que si estoy en la máquina de café y los veo acercarse, huyo. Cuando se sientan a charlar conmigo, me levanto para acelerar la conversación. Si me llaman por teléfono, no respondo y les envío un wasap seco. Es escucharlos reír y me pongo enfermo.

Lo preocupante es que no se dan cuenta de mi estúpida repulsión hacia ellos, lo que incrementa aún más mis ganas de tenerlos lejos.

lunes, agosto 16, 2021

Castrante

Pensar que todos nos miran es una de las actitudes que más nos puede empobrecer.

Nadie nos da la importancia que nosotros creemos tener. Suficientes preocupaciones tiene el personal como para inquietarse por la forma en que vistes, las cosas que dices o lo rápido que andas.

Los seres humanos nos empeñamos en creernos centros del universo, cerramos la puerta de casa y pensamos que todos con los que nos cruzamos saben de nuestros reconcomes. 

Tenemos que aprender a caminar libres de ataduras. Estemos tristes o alegres, no hay que disimular los gestos.

Comportarse así ayuda a crecer. Entender que para los demás eres invisible es una forma de ser más fuerte, porque te acerca a la realidad del mundo.

Hay que ser libres, respirar a pleno pulmón y sentirse ajeno al comentario de otros, porque ellos no están en tu piel, no saben qué es lo que te come por dentro y dormirán en su casa pensando en los fantasmas propios, no en los tuyos. 

Toalla

Es un reto tratar de definir el buen gusto, porque tiene que ver con la elegancia pero se puede confundir con la exclusividad.

Hay veces en que la mejor forma de explicar un término es recurrir a lo opuesto, que no es sino lo zafio en este caso.

Tener buen gusto no tiene que ver con el nivel social, sino que es una actitud de vida.

Rehúyo de la gente malhablada, escandalosa, desastrada, de los chistes escatológicos, de los vasos de plástico, de quienes visitan la catedral de León en bañador, de los que se hurgan las orejas mientras te hablan, de quien se pasea con calcetines y chanclas, de quienes hablan a voz en grito por teléfono en el tren, de los que no saludan al recibirte en su establecimiento, de los que tosen y tosen en el teatro, de quienes necesitan dos carpas, cuatro mesas y dos equipos de radio para ir a primera línea de playa, de los que hablan con un palillo en la boca, de quienes no te miran a los ojos al hablar.

Recuerdo una visita a la bellísima ciudad japonesa de Nara. Todo era armonioso. Su gran templo de madera, los jardines de arena, el gran parque central, incluso los ciervos correteando en busca de comida.

Justo al entrar en el inmenso Todai-Ji, donde un Buda gigante te recibe entre fuertes olores a sándalo, me adelanta un turista americano, cámara en ristre y con una inmensa toalla por debajo el sombrero, quizás para contener el sudor de su cabeza de chorlito. No imagino imagen más ridícula.

Vas a visitar uno de los lugares más hermosos del mundo sin entender nada. Como tomarse una ostra metiendo las manazas en la concha y comiéndosela a bocados. 

Tanto me impresionó esa falta de respeto, ese mal gusto, que se me ensucia el recuerdo de ese día maravilloso con ese turista mamarracho.

Suances

Acabábamos de llegar a la localidad cántabra de Suances y ya caímos entusiasmados por las vistas desde muy arriba, en el camino que nos traía desde Santillana del Mar. Un azul intenso tras una mañana de lluvia ayudaba, así como el paisaje de esa costa en pendiente. 

Decidimos entonces hacer parada y comer allí. 

Intentamos reservar por teléfono, pero los restaurantes mejor valorados estaban a tope. Conseguimos aparcar y nos acercamos a la zona que tenía más movimiento. Fuimos a uno de los lugares desde el que no nos respondían al teléfono.

Perdone, ¿tienen sitio para dos?

La chica nos miró como si fuésemos extraterrestres.

Es que sólo nos queda esa mesa de ahí nos dijo, con cara de asco.

Fran y yo nos miramos. Miramos la mesa, que estaba allí, bien plantada, igualita que las otras, en medio de la sala. Volvimos a mirarnos.

Gracias, nos vamos.

¿Qué tendría esa mesa infeliz? ¿Una maldición? ¿Se llenaba de humo de la cocina? ¿Le caería agua del aire acondicionado?

Qué importante es la actitud. 

De habernos dicho 'pues tienen suerte de que aún queda esa mesa libre' es seguro que nos habríamos sentado allí del tirón y le habríamos quitado a la pobre todos los maleficios.

sábado, agosto 14, 2021

Tradición

Yo a Fran le suelo contar mis novelas cuando tomamos el aperitivo en nuestras cenas románticas fuera de casa.

Suena pijo, cursi y pretencioso. 

Lo es.

Sigo sacralizando las cenas en nuestros restaurantes preferidos o en aquéllos que probamos, con ilusión, por vez primera. Ese momentazo de sentarte, ver la belleza de tu marido frente a ti y respirar hondo. 

Una cerveza bien fría, por favor.

Fran es de manzanilla. 

¿Te pongo en situación? le pregunto.

Y es entonces cuando le hago un resumen conciso de mi novela, al estilo de cómo lo hacía mi profesor de Regulación Electrónica, el gran Javier Aracil, para resumir todo lo que llevábamos de curso en apenas unos minutos.

En el fondo, lo necesito. El puro hecho de estructurar mi explicación, de meter en cuatro frases el contenido de una historia compleja, me abre la mente. Veo reflejado en sus ojos lo que entiende a la primera, lo que necesita una segunda vuelta, los personajes brillantes, las escenas que puedo suprimir, lo arriesgado de mis apuestas.

Ese giro de tuerca me encanta.

Si me dice algo así, ese giro de tuerca va a misa, le damos el último sorbo a nuestra copa, yo a la cerveza, él a su manzanilla, y nos metemos a celebrar, una vez más, la alegría de estar vivos.

Estos días en Lanzarote añoro tenerlo aquí, irnos a cenar frente al mar y decirle.

Fran, ¿te pongo en situación?

Saramago

En mi huida particular del mundo, esta mañana he disfrutado de la casa de Saramago en Lanzarote.

Tal vez la tristeza con tristeza se limpia, al menos a mí me ha reconfortado pasear por sus habitaciones en una visita reducida guiada con exquisita sensibilidad en la que se nos explicaba el día a día del Nobel portugués en su despacho, una austera mesa de pino con las patas mordisqueadas por sus perros, en un salón con vistas al mar lleno de pinturas relacionadas con sus novelas, la entrada con su alfombra de piedra volcánica, la cocina donde compartió almuerzo con escritores, cineastas, filósofos y presidentes.

Me daba miedo hacer esta visita por temor a que hubieran comercializado su figura, lo que pude descartar en cuanto vi a Pilar, su mujer, como una más entre los trabajadores de la Fundación.

En un momento dado el guía me pidió si podía leer en voz alta un texto. A mí, emoción en carne viva estos días, me tembló la voz al leerlo y se me humedecieron los ojos.

'Cómo se emociona este hombre con Saramago', pensarían el resto de visitantes.

Sí. Uno se emociona con lo bello. Se emociona con la emoción si tiene las puertas abiertas.

Paseamos por su jardín de tierra volcánica, por sus olivos traídos de Portugal. Agarramos la silla donde él se sentaba cada tarde viendo el mar para componer cada una de sus novelas.

Saramago decía que 'todos seremos mejores si vamos de la mano del niño que fuimos'.

Yo me agarro, más que nunca, a ese niño que fui.

viernes, agosto 13, 2021

Parálisis

La muerte, cuando te toca muy de cerca, te paraliza.

Más aun si la persona a la que secuestró para siempre estaba loca por vivir.

Es una parálisis destructiva, que ataca los cimientos de tus energías para decirte, 'conmigo no puede nadie'. Me llevo lo más hermoso y me río de tu impotencia.

Ante eso me planteo que no tengo nada que decir que gane al silencio, nada que escribir que mejore al papel en blanco. Todo parece prescindible. Superfluo.

Pero cuando te encuentras en el lado seguro del puente y ves, impotente, que alguien querido se agarra con todas sus fuerzas desde el otro lado para no despeñarse en el precipicio, que tus manos no llegan a la punta de sus dedos para socorrerle, lo mínimo que puedes hacer, si esa persona acaba cayendo, es apreciar la suerte de estar allí donde tu amigo quería estar, en la zona segura, vallada, donde hace sol y te puedes reír por tonterías.

Si al perder a alguien te dejas llevar indefinidamente por el desconsuelo, estás despreciando la batalla de esa persona por sobrevivir. Le escupes a la cara sus esfuerzos. Le quitas valor a su dolor. Te haces cómplice de la muerte.

No sé qué sentido tiene la vida, nos pusieron aquí sin preguntarnos, pero sí sé que cuando la vemos en peligro somos jabatos en busca de la salvación.

Uno muere cuando muere, pero no muere la vida, los que te quieren, la ciudad que te vio crecer, el cielo azul, los niños, las carcajadas sonoras ni el café de media tarde.

Cuando alguien se va tenemos el reto de valorar el ansiado regalo que para siempre habría perdido esa persona de no ser porque nosotros lo disfrutamos en su nombre, ofreciéndole nuestros ojos, nuestra risa y nuestro corazón. Haciéndoles presente entre nosotros. Dándoles su espacio.

Vivir es, también, homenajear a los que, queriendo vivir, se fueron.

miércoles, agosto 04, 2021

Circuito

Decidimos hacer una ronda mensual de invitaciones entre mi padre, Fran y yo.

Cada uno iba eligiendo su restaurante preferido para invitar a una cena a los otros dos. Así íbamos mostrando a mi padre lugares nuevos en sitios de Sevilla que él no visitaba y nosotros descubríamos su pasado a través de los restaurantes donde él fue más feliz.

Presumido como era, se vestía de punta en blanco y nos esperaba a la puerta del local elegido cuando era su turno. Jamaica, Cambados, Huracán. Eran noches en que se mostraba pletórico, bromeaba con los camareros, nos hablaba de la Sevilla de la época, de su historia con mi madre, de los amigos que ya no estaban.

Por mis viajes, por despistes, por enfermedades tuvimos que anular más de una cena. 

Hoy daría cualquier cosa por recibir una llamada suya para fijar hora y sitio.

-No lleguéis tarde -nos diría.

Si ese imposible ocurriese, aunque fuese en sueños, no existiría contratiempo imaginable que nos evitase llegar allí donde nos dijesa para verlo de nuevo bien maqueado, con sus pantalones bien planchados y su polo de Burberry's, atento a recomendarnos las especialidades de la casa.

domingo, agosto 01, 2021

Pánico

Un día una gran amiga me escribió:

Necesito verte, Salva.

Por mi cabeza pasaron mil posibilidades, todas muy fuertes, pero no esperaba en ningún caso el motivo de ese encuentro.

Mi hijo adolescente me ha dicho que es gay y he sentido pánico.

Justo pensó en mí al conocer la noticia y, me dijo, eso le tranquilizó, pues aunque ella había conocido de mi boca todo mi recorrido, duro, hasta salir del armario, veía dónde había conseguido llegar, en qué persona pude convertirme cuando terminé de derrotar todos los monstruos.

Ahora los tiempos son otros le dije. Todo lo que necesita es vuestro amor.

Ese chaval es hoy un chico feliz. Con veintipocos años estudia su carrera universitaria, tiene un joven amor adorable a su lado y una familia que lo quiere. 

Ayer, recién llegado a Galicia, su madre me escribió, para decirme lo mucho que ella nos quiere y el pánico que aún siente de pensar que la vida pueda complicársele a su hijo.

"A veces siento complejo de culpa de saberme parte de esa realidad falsa que tuviste que vivir. Me avergüenza".

Ya todo pasó. 

Desdentada

Me había retrasado para hacer unas fotos del castillo de San Jorge desde la zona universitaria cuando, subiendo unas escaleras empinadas, la anciana que iba a mi lado, toda de negro, lanzó un gemido como gata herida.

La agarré por el brazo, esquelético, y ella se quitó la mascarilla, negra también.

Con la boca desdentada, empezó a gritarme en voz alta una retahíla en portugués a tal velocidad que no me enteré de nada. No podía respirar.

Tranquila, señora.

Dudé cuál era la escena que estaba viviendo, pero saqué la cartera y le di un billete de diez euros. Ella me lo agradeció como si le hubiese dado un anillo de oro. Seguí escalera arriba, ella escalera abajo. Me asomé al llegar a lo alto del mirador y allá abajo estaba ella, aún lanzándome besos.

Los diez euros mejor empleados en todo mi viaje a Lisboa.