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lunes, julio 05, 2021

Flexo

Yo iba con mi vespa negra casi a diario a la oficina de Correos de Los Remedios.

Solía ser a la salida de clase, en mis primeros años de universidad, justo antes de comer. A esa hora la oficina estaba vacía y en casa no se percataban de si llegaba quince minutos tarde.

Cuando te mueves con miedo, crees que hasta la señora con la que te cruzas subiendo las escaleras de Correos sospecha de ti.

Eran otros tiempos.

Yo vivía como un verdadero suplicio mi homosexualidad. No tenía ningún referente cercano, para la sociedad era un tema tabú, las chicas comenzaban a interesarse por mí, mis amigos ya se besaban con ellas y yo me sentía tremendamente perdido.

Y culpable.

Una mañana me presenté allí, con la estúpida idea de que me harían un interrogatorio exhaustivo, que me colocarían un flexo apuntando a los ojos y me descubrirían.

—Vengo a abrir un apartado de Correos.

Fue todo sencillo, el funcionario ni siquiera me miró a la cara. Di mi DNI, me cobró, firmé un papel y me dio un par de pequeñas llaves.

Ya tenía forma de comunicarme con otros chicos como yo. Podía escribir a chavales que se publicitaban, con otros apartados anónimos como el mío, en revistas de segunda mano, buscando con quien hablar.

Tendría que existir alguien que quisiera conocerme en algún rincón del mundo.

Yo iba con mi vespa negra y abría, cada mediodía, mi pequeña puertecilla de metal con la esperanza siempre intacta de encontrar una carta de respuesta de un tipo en mi misma situación.

Era la soledad de las soledades, pero en ella misma se encerraba la posibilidad de vencerla. Tenía las llavecillas que me conducirían a salir de ella.

Casi nunca había nada en ese hueco cuadrado, pero siempre, al ponerme de puntillas para asomarme, latía, acelerado, mi corazón.

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