A esas rebanadas rebosantes de nocilla que nos zampábamos frente a la tele, cuando no había dietas y el azúcar no era un concepto antipático.
La merienda era una frontera que dejó de existir, entre el mediodía y el anochecer, una pausa en nuestros juegos, un alivio para dejar de lado los deberes, la mejor excusa para plantarse en la cocina y tirar de las faldas de mamá.
Sin darte cuenta dejas de utilizar una palabra y la envuelves en el paño de los recuerdos, aunque uno siga tomando el café a media tarde con una magdalena dietética.
Solo meriendan los niños.
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