En mi fábrica hay puertas que se abren al revés del sentido lógico de las puertas. O del sentido lógico que yo tengo de ellas.
Así que voy a lo mío, con las prisas de una reunión o la inquietud de un problema que acaba de surgir, hasta que llego a la puerta. Es entonces cuando me digo, 'hay que tirar'.
No, había que empujar.
De hecho, viéndolo aquí desde casa, en mi mesa de escribir ideas, no sé si es una puerta de tirar o de empujar.
Caigo cada vez desde hace mil años y me preocupa. Me preocupa tropezar siempre en los mismos errores, me inquieta no saber corregirlos.
Hay situaciones, personas, conflictos, retos que me confunden, que cuando llego a ellos siempre actúo como no me gusta hacerlo. Luego, en el reposo de mi sofá mirando al techo, me prometo no volver a comportarme así.
Pero aparece la puerta, y tiro hacia mí.
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