La cabeza hay que comérsela lo justo y necesario, porque puede convertirse en un bumerán que nos haga ser más infelices.
Y lo escribe uno que se la come mucho.
Tenemos que encontrar el equilibrio para poder divagar con nuestros pensamientos a paisajes muy lejanos y sueños imposibles, siempre que mantengamos los pies en la tierra, con cuidado de no elucubrar demasiado con las cosas del comer, con el trabajo, las obligaciones caseras, la gente que nos rodea.
No debe llegar uno al curro cada día pensando en los años que le quedan para jubilarse, ni en lo largo que se le pasa el tiempo. Para esos escenarios hay que ser más prácticos y no permitir que se nos vaya la olla, sino centrarnos en hacerlo lo mejor posible, disfrutar de lo positivo que nos aporta, que siempre hay algo, sean los compañeros, el ambiente o algunas de las tareas en sí mismas.
A la mente hay que hacerla trabajar, sin duda, en grande, a todos los niveles, sin límites, aunque también hay que ser conscientes de que la vida está aquí, ahora, y que el fregaplatos hay que vaciarlo.
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