Así me lo aplico.
Hace muchos años acompañé a comer a un compañero de trabajo, y amigo, que se retorcía por dentro por un ascenso que no le habían concedido. Se quiso enfrentar a la dirección, puso su puesto a disposición de la empresa y acabó mal.
Antes de montar ese pollo, durante esa comida, compartí con él mi teoría.
―La única forma de ascender es ser brillante ―le dije―. Puede que no sea suficiente, pero es indispensable. Tienes que ser impecable y ya todo vendrá. Medrar solo sirve a corto plazo.
Cuando uno trabaja interiormente la búsqueda de la excelencia, se encuentran resultados sólidos. Aunque solo sea a nivel personal, de autosatisfacción, que es sin duda el mayor de los éxitos.
A mí la vida profesional no me ha tratado mal porque siempre he mantenido esa filosofía. No soy un gran ingeniero, ni me muero por los coches, ni conozco todos los entresijos de mi empresa, pero lucho por hacerlo bien.
No soy un escritor reconocido, pero no hay día en el que no saque tiempo para escribir, ni dejo de anotar aquellas ideas de los grandes autores que admiro, ni me vengo abajo cuando no recibo un aplauso de mis lectores. Persevero, pese a todo, en busca de la brillantez, en lograr la excelencia. No me valen los enchufes, ni los contactos, ni la promoción, ni los halagos si no consigo conmover el alma con mis escritos.
Luchar por ser muy bueno en aquello a lo que te dedicas es el mejor regalo que te puedes hacer, porque nunca conocerás el fracaso.
Si no luchas por tus sueños, nadie lo va a hacer por ti.
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