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sábado, enero 14, 2023

Mequinenza

No sé qué propiedades podría tener, pero cada vez que llegábamos allí compraban zumo de pera.

Entré a hacer remo por complicidades entre mi madre y mi tío Yiyi para sacarme de casa, de mi timidez. Hablaron con Anchoa y, a los trece años, me vi metido en una dinámica diaria que me hacía mucho bien, pese al miedo inicial.

Todos los días entrenábamos duro y eso le venía muy bien a un enclenque como yo. Entre el grupo de chavales conocí, además, todo tipo de situaciones y clases sociales que se me escapaban de mi colegio elitista de curas. ¡Descubría el mundo!

Si intensos eran los entrenamientos, más lo eran las charlas tomando palmeras de chocolate al salir del club. 

Yo me esforzaba en remar con la mejor técnica, porque no tenía la fuerza de mis amigos para hacer avanzar el bote, y el premio ya llegó el primer año, cuando me llevaron a los campeonatos de España en Mequinenza, un pueblo zaragozano rehecho tras quedar sepultado el original bajo el enorme embalse donde íbamos a competir. Mequinenza era el sueño dorado de todos los que entrenábamos.

Los desayunos cuando llegábamos allí, con los nervios de las regatas, eran intensos. Siempre con zumo de pera.

Esta semana me acordé y busqué entre las estanterías del Carrefour hasta dar con él. He desayunado todos los días bebiéndolo y no me hacía falta sino cerrar los ojos para volver a esos tiempos al aire libre en los que, de puro nervio, se me abrían las puertas de la vida.

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