Todo me conmovía.
Las luces, las gentes, los trenes, los escaparates, los ruidos, las casas. Son esos momentos que se graban en la parcela que la memoria deja para las imágenes definitivas.
Ya muy cansados, llegamos al hotel.
¡Hotelazo!
Un Sheraton en Yokohama que nos había buscado la empresa, en pleno centro del bullicio de la ciudad. Una gran puerta rotatoria nos recibió y, nada más entrar, una corte de empleados nos recibió a base de reverencias.
Ellos movían la espalda, recta, dejando las piernas quietas, hasta llevar la cabeza a la cintura. 'Tacatá'. Instintivamente tu respondes ante semejante recibimiento, y te inclinas. 'Tacatá'. Ellos responden a tu reverencia con otra. 'Tacatá'. Y entras en bucle. 'Tacatá' tú, 'tacatá' yo.
A la mañana siguiente, en el trabajo, nos explicaron que el anfitrión siempre es el que da el último espaldarazo, por lo que era suficiente con responder una sola vez con ese movimiento.
Días después, cuando ya llevábamos semanas en Japón, quise volver a entrar por la puerta principal del hotel. Una compañera me advirtió.
―Pero, Salva, el ascensor está más cerca entrando por la puerta lateral.
Pero en la puerta lateral no había quien nos recibiera y a mí me apetecía una tanda de 'tacatás'.
―Es que hoy estoy triste.
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