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viernes, diciembre 16, 2022

Villaluenga

Llevábamos meses juntos, pero él vivía en Sevilla y yo en París.

Cada uno con nuestro trabajo, y nuestra vida, nos buscábamos cada fin de semana, aquí o allí, para estar juntos, con ese cosquilleo en la barriga que produce el enamoramiento.

Nos fuimos a celebrar Fin de Año con amigos a un pueblecito de la sierra de Cádiz, Villaluenga del Rosario, a una casa con chimenea, rodeada de un paisaje de ensueño.

Al día siguiente de las uvas, nos dimos un largo paseo Fran y yo por el monte. Yo no sabía cómo decirle lo que iba a decirle sin que se me pudiese criticar una palabra, porque moría de ganas de pedirle que se viniera a París a vivir conmigo. Comprometerlo implicaba que, si la cosa fuese mal, podría echarme en cara el haber puesto patas arriba su vida, sobre todo porque él tenía un trabajo fijo en una empresa que lo trataba muy bien.

—Fran —le vine a decir—, no quiero que veas en mis palabras otra cosa que amor, ni pienses que no tengo en cuenta los riesgos que supondría para ti, pero me encantaría que te vinieses a vivir a París conmigo.

Hace veinte años.

Y Fran me dijo que sí.

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