Cuando se aplica a lo no tangible, se convierte en un atractivo de proporciones gigantescas.
La manera de criticar sin hacer daño, de mostrar afecto sin atosigar, de explicar sin levantar la voz convierten a una persona en una delicia que, en el caso de poseer el don de la bondad, debemos conservar a toda costa a nuestro lado.
Manejarse en las cosas del día a día con estilo no cuesta dinero, ni se aprende en los barrios altos. Requiere, eso sí, de la inteligencia suficiente como para saber cómo transitar por el mundo haciéndolo lo más amable posible.
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