Tras décadas sin tomarlo, aún puedo recrear en mi cerebro el sabor, la textura, el placer que me producía, la fiesta que yo le hacía cada vez que llegaba a casa y lo olía.
Llevo media vida preguntando a la gente si sabe hacer pudin de pan y, no es que nadie sepa hacerlo, sino que nadie conoce ese pastel de mis sueños.
Con un pensamiento romántico, evité buscarlo en internet o en un libro de recetas, quería que esa delicia me encontrase a mí.
La otra noche, mi hermana Raquel me envío una foto.
—Te he hecho un pudin de pan, y sabe igual que el de mamá.
Muero de amor.
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