Con idea de entender su fama de lugar de moda, ayer nos adentramos, sin prisas, en Comporta. Es una experiencia inolvidable, sobre todo cuando empiezas la ruta tomando el ferry en Setúbal, para atravesar, por una carretera solitaria, la lengua de tierra que te lleva hacia el sur.
Comporta es verano.
Así lo entendimos cuando nos encontramos con calles desiertas y negocios
cerrados.
Fran, deseoso de
entender la magia del lugar, fue colocando lugares conocidos en el GPS del
coche para orientarnos por dónde estaría el núcleo del postureo en ese enclave
más alejado del mar de lo que pensábamos.
Por fin lo
encontró y vino a por mí, que andaba absorto en realizar fotos de esa ciudad
fantasma.
Paseamos una calle llena de tiendas de decoración, restaurantes de diseño, supermercados pijos…
En
una cafetería había apenas una chica, con ropa de gasa y una suerte de
turbante, sola entre las mesas, con un desayuno y un libro. Vio que yo la
miraba y me sonrió.
Yo me hubiera
cambiado por ella, un rato, ver la vida con la calma que da poderte tomar un
café a media mañana con un libro en un pueblo soleado sin un alma. Ver la vida
pasar así, tranquila, permitiéndote sonrisas con extraños, saboreando el café
sin relojes a los que mirar.
Yo, de pronto,
quise llevar turbante.
Ya conduciendo, camino del Algarve, se me heló la sangre.
¿Y si el turbante no era para presumir?
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