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domingo, diciembre 04, 2022

Ahogadilla

Le había hecho tanto daño en el pasado que no podía mentirle de nuevo.

Alejados durante años, sin hablarnos, contactamos por correo para darnos una oportunidad de ponernos al tanto de nuestras vidas. Ella había estado profundamente enamorada de mí y yo la quise con todo mi corazón.

Eran nuestros primeros años de universidad, para ella y para mí. Yo salía de copas los viernes por encontrarme con ella, con anteojeras para no querer ver lo que estaba escondido debajo de la alfombra. El alcohol nos llevaba a abrazarnos, los abrazos daban paso a los besos y luego nos metíamos las manos por debajo de la ropa. 

Yo siempre desaparecía y la volvía loca.

Me gusta hasta cuando te veo estudiar me decía ella, ante mi impotencia por decirle que mi cabeza era una explosión de contradicciones.

La relación, no podía ser de otra manera, terminó mal.

Muchísimos años después nos encontramos en la playa. Cada uno habíamos hecho un camino en la vida, los dos trabajábamos, a los dos nos había ido bien. Ella me habló de su amor, un bibliotecario de la facultad de Químicas. Yo no podía hablarle de nadie, porque no había nadie. Sólo sabía que no podía engañarle otra vez.

Nos tumbamos en la arena, nos bañamos, nos volvimos a tumbar, seguimos hablando de aquellos tiempos y nos volvíamos a tirar en las toallas. No encontraba el valor, el momento, la fortaleza para decirle lo que creí que ella sabría o podía imaginar.

Fue en el agua, que nos llegaba por la cintura. Decidí que sería justo tras darme el chapuzón. No había vuelta atrás. Así que me metí en el agua.

¿Sabes? Le pregunté al salir. Ya le dije a mi hermana Mónica que soy homosexual.

Ella se quedó callada y se fue a su toalla. Fue un rato largo, larguísimo sin hablar.

Hoy es mi mejor amiga.

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