A la tristeza hay que mirarla de frente cuando viene a visitarnos; debemos sudar su presencia y entender las razones de su aparición, porque si echamos la vista hacia otro lado, ella nos embadurna con un aceite paralizante del que resulta difícil desprenderse.
No intentar buscar las razones de ese ataque de pesadumbre supone condenarse a que siga apareciendo, hasta acostumbrarnos a vivir con una eterna melancolía.
Me ocurre como tras las pesadillas. Me esfuerzo por recordar el mal sueño, para así entender bien mi angustia subconsciente. Una vez que doy con la escena que lo provocó, me dedico una sonrisa y empiezo el día con el ánimo despierto.
Si me entra una pena enorme al recordar a quien se fue, que me entra, le rindo el homenaje sincero de mis lágrimas y mi dolor, con calma, sin escondérmelo, apagando luces, dejando todo de lado, poniendo el corazón.
Cuando miras para otro lado por no querer sentir a esa tristeza que viene a verte, acabas por no saber para dónde mirar, porque la pena se instala por todos lados, se agarra aquí y allá y te secuestra.
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