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miércoles, marzo 29, 2023

Alfombra

Fue la primera vez que visitaba Marruecos.

Se nos ocurrió sobre la marcha y, al no tener los pasaportes con nosotros, la única forma de entrar era mediante un tour organizado de un día completo, que incluía paseo en camello y comida en la medina de Tánger.

¡Qué bien nos lo pasamos!

Veíamos Tarifa desde la Alcazaba de la ciudad, donde jóvenes con chilaba se colocaban serpientes alrededor del cuello, y nos planteábamos cómo podía haber tal salto cultural a tan pocos kilómetros de distancia.

La ruta, en autobús, incluía paradas en el zoco, en tiendas compinchadas con la compañía turística que organizaba la visita. Entramos en una farmacia bereber, en un mercado de especias y en una tienda de alfombras. A pesar de la explosión de colores, y olores, de estos lugares, yo quería que nos sacaran de allí. ¡Había tantas cosas por ver!

Nos tratan como a rebaño protesté—, y todo para sacarle los cuartos al turista tonto que se acabará comprando una alfombra —insistí.

Entonces me saludó el de la tienda.

El único que iba con una alfombra a los hombros, en el ferry de vuelta a España, era yo.

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