Los que son muy organizados, y lo llevan todo para delante, me asustan. Suelen ser personas rígidas, acostumbradas a que si es martes y son las nueve tenemos que estar cenando alcachofas.
Las que son un desastre me hacen gracia, pero me agotan. Su imprevisibilidad y dejadez acaban por agujerear la confianza.
En cambio, la gente que pretende estructurar las cosas y no lo consigue se convierte en la más atractiva para mí. No se dejan ir, suelen saber dónde van y son los que mejor se adaptan al día a día, porque no santifican los planes, especialistas como son en hacer lo contrario de lo previsto sin el mínimo síntoma de ahogo.
Son los que tienen la pechuga en la nevera para la cena de esta noche, pero que prefieren dejarla para mañana cuando te los cruzas y les invitas a una cerveza.
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