Los chavales de mi generación nacíamos con el regalo de tener hermanos, los de hoy en día se han especializado en no tenerlos.
A mí me cuesta encontrar entre mis amigos quien no los tenga, pero abundan los que solo tienen un hijo.
Todos los argumentos para llegar aquí son entendibles, e incluso es lógico que hayamos llegado a este punto en el que lo que antes era una rareza, ser hijo único, se haya convertido en habitual.
Salvo excepciones, que de todo hay, tener hermanos supone una protección inconsciente, proporciona un bienestar emocional que nunca nos paramos a cuantificar, por muy distintos que sean a ti. Ahí están. Habrá situaciones fuertes. Allí estarán.
Nacer sin esa compañía seguro que te hace más avispado, facilitará el ahondar en tus amistades para encontrar el calorcito de gente querida que todos necesitamos, tanto como que te dificulta el tener con quien hablar de la familia propia, ésa que no ha vivido más que él.
Cuidar de los padres, avistar el futuro, no tener ese abrazo de amor animal que se dan los que han salido de la misma barriga es algo que les define.
Ser hijo único es nacer con un regalo menos.
Hay que cuidar de ellos.
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