Hay veces en las que no me veo hasta que no me ve alguien.
Entonces confirmo en sus ojos que está observando a alguien serio y fuerzo una sonrisa, no para quien me mira sino para mí, porque no soy consciente de lo huraño que puedo parecer hasta que no me siento reflejado en la mirada de quien me presta atención.
Sonrío, y al sonreír me doy cuenta de que puedo ser mucho más atractivo que con la cara de cuerno que traigo de serie, ésa que no refleja todo lo bien que me siento, habitualmente, con mi propio cuerpo.
Dicen que cuando sacas esa sonrisa, aunque sea falsa y presumida, tu cuerpo reajusta los huesos de puro placer, porque no sabe distinguir cuándo es real y cuánto fingida.
El caso es que al forzarla, porque no quiero mostrarme tan seco, el propio gesto me hace sonreír por dentro, se me produce un cosquilleo en la barriga y, entonces sí, sale la expresión verdadera de mi felicidad.
Fuerzo la mueca y el cuerpo entiende que hay fiesta interior.
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