Así iba montando mi libro de pájaros, a partir de la enorme enciclopedia de Espasa, de varios tomos, que teníamos en el salón de casa de mis padres.
Al lado de cada foto, una explicación. En qué región del mundo vivían, hacia dónde emigraban, qué comían, cuánto medían... Me esmeraba con la letra.
También era experto en los emperadores romanos que comenzaban por A, con especial fascinación por mi paisano Adriano, un sevillano que ya hace dos mil años llegó a lo más alto del poder en el mayor de los imperios.
Y montaba mi cuaderno de emperadores.
Me hice también especialista en ciudades que empezasen por A, ¡cuánto aprendí de Adis-Abeba!, y de escritores, como Vicente Aleixandre, o ríos, me encantaba dibujar los ríos en los mapas, como el Amazonas.
A veces llegaba a la D, otras me quedaba en la B, raramente alcanzaba la M.
Mientras los niños de mi edad jugaban al fútbol en el descampado, yo me sumergía en la Espasa para inventar un nuevo cuaderno, comenzar un nuevo estudio, investigar algo que me impresionara.
Entrar allí, en esos tomos, era salir de casa, soñar en grande, descubrir la vida. La curiosidad no me dejaba terminar de aprender acerca de los desiertos para empezar con el mágico mundo de las estrellas.
¿Dónde irían a parar esas libretas infantiles sin terminar?
¿Dónde van a parar los sueños que desaparecen?
No hay comentarios:
Publicar un comentario