Llegamos a la fábrica tras pasar un fin de semana pletórico en la costa surfera del sur de Java.
Tras horas caóticas de carretera desde Yakarta, entramos a la hora prevista en la fábrica indonesia de Nissan. Un recinto pequeño, para lo que estábamos acostumbrados, rodeado de verde. Inmensas palmeras, árboles gigantes, una naturaleza desparramada que incluso atravesaba los muros de la factoría.
Hicimos una reunión donde nos presentaron al personal, simpatiquísimo, extrañados quizás por recibir la visita de dos ingenieros europeos de grandes narices, habituados como estaban a que los únicos extranjeros que aparecían por allí eran los grandes jefes japoneses.
Cuando nos dejaron ya libertad para recorrer las instalaciones, Pablo y yo sacamos la misma conclusión. Parecía que iban bailando. Como si el traje gris de Nissan no fuese otra cosa que un disfraz y viéramos, como con rayos X, el cuerpo de esos hombres con un collar de flores y una falda roja hasta los muslos por debajo del mono de operario.
El capitalismo se instala allí donde hace falta mano de obra barata y crea una realidad paralela para los indígenas del lugar. Les montan una fábrica en un lugar paradisíaco y los visten para la ocasión.
Afortunadamente, aún no han perdido la sonrisa ni ese bailecito interior que ese día supimos ver.
Hay esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario