Leí hace un tiempo un reportaje sobre las ciudades con mayor y menor calidad de vida en España, un asunto espinoso, ya que siempre es subjetivo establecer cuáles son los parámetros para medir el bienestar de una población. ¿Cuánto cuenta la falta de ruidos? ¿Cuánto los días soleados? ¿Cómo puntúa la simpatía de los habitantes? ¿Cómo se mide? ¿Qué valor tiene la cantidad de parques? ¿Y el número de camas de hospital?
Demos por bueno que el periodista se basó en unos datos bien documentados y estableció unas bases. El salario medio puntuará tanto, el número de parados esto otro, las plazas de guardería por habitante otro poco más... hasta definir la ciudad ideal y aquella de la que más vale salir corriendo.
Pues el artículo se ilustraba con fotos de las dos ciudades, la buena y la mala. De la primera, por supuesto del Norte, aparecían maravillosas fotos en color, de parques, calles sin tráfico y gente sonriente. De la segunda, sin duda del Sur, las fotos eran en blanco y negro, de escombreras, atascos de coches y graffitis en la pared.
Qué poco elegante es retorcer el mensaje para llevarnos allá donde el manipulador quiere llegar.
Ésa es la historia de estos nuestros tiempos, en los que hay que estar ojo avizor, sin dejarse llevar por titulares que te explican evidencias que no lo son.
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