A mí me hace feliz el inglés.
Lo utilizo a diario en el trabajo, veo películas en versión original, investigo las letras de las canciones que me gustan y siempre hay algo que se me escapa. No hay reunión, película o canción que no presente un reto, en la que no tenga una expresión nueva que consultar o una pronunciación que corregir.
Es un aprendizaje infinito porque es imposible llegar a la perfección en un idioma que no has mamado desde pequeño. Puedes utilizarlo de forma brillante y, aun así, siempre faltará la precisión que dan las tripas, lo que no se piensa, lo que se ha escuchado de siempre y no te has parado a analizar.
Quien dice inglés dice Photoshop o repostería, lo importante es ese reto continuo de querer saber más y mejor acerca de un universo concreto. Navegar por él. Maravillarte en su salsa.
A veces voy por la calle y suelto un palabro en inglés que acabo de ver en algún cartel, para memorizarlo y estudiarlo más tarde. Fran me oye sin entender:
—¿Qué has dicho?
—Nada, nada...
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