Es frustrante no vivir de acuerdo a la edad que uno tiene.
Rechazar el juego de pequeño, la pandillas de adolescente, los enamoramientos de joven, la búsqueda de tu lugar en el mundo al madurar, las cenas tranquilas con amigos al asentar tu vida, la preocupación por las generaciones que vienen cuando éstas van llegando.
Sin embargo, hay quien nace viejo.
A mí me aparecen varios rostros en la cabeza de gente que siempre ha sido así, aferrada desde pequeña a lo que no es consustancial a los años nuevos, aquellos tiempos que se deberían disfrutar con la inocencia propia de quien lo descubre todo.
Esas personas, resabiadas, antiguas, miedosas de todo lo que no sea lo de siempre, impermeables a los cambios que traen los futuros de cada uno, son referentes de lo que nunca quise ser. Yo, que lamento no haber sido más gamberro de pequeño o de haber perdido media juventud por culpa de la homofobia instalada en la cabeza de quienes nacieron viejos, me agarro a personas como Carmen Estellés, dulce, serena, en el mundo, sin miedos, tonterías ni prejuicios, alma libre que disfruta de lo que el viento trae, junco salvaje que se deja mecer sin oponer resistencia a los ritmos azarosos del existir.
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