Cuando un tema se me pasa por la cabeza, en cualquier lugar y a cualquier hora, me escribo un mensaje a mí mismo. A veces son cuestiones nimias fruto de la observación, otras son miedos anclados difíciles de descifrar, en ocasiones son recuerdos de juventud que quiero retener para evitar que queden perdidos en mi desmemoria.
La disciplina no está ahí, sino en hacer que ese granito germine, en no permitir que esa idea, por simple que sea, se evapore hacia ningún lado.
Le doy vueltas por aquí o por allí, le busco la vena cómica, o le añado un toque filosófico, o lo personalizo con mi experiencia vital, o lo tomo como una tarea descriptiva. Pero debe salir un texto. Siempre. No hay granito que no germine para compartirlo con vosotros.
Hay días en los que mi propuesta no llega al corazón, cuando más espero de mi relato; otras, a veces, me sorprenden por la emoción con la que las recibís.
Este ejercicio diario, que respeto desde hace años, es mi mejor escuela como escritor y sois vosotros los que me ayudáis a comprender cuáles son mis puntos fuertes, aquéllos que debo trabajar más y los caminos que me quedan por recorrer.
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