Siempre he pensado que ser pesimista es de torpes, porque por el mismo precio se enfocan las cosas de otra manera y se vive mejor.
El caso es que seguramente tenga más razones el que lo ve todo negro, porque la realidad es que nos plantaron en este mundo sin preguntar y no nos dieron escapatoria, nacimos condenados a morir.
Esa premisa la conocemos todos, sin embargo es posible trabajar nuestro espíritu, no digo que sea fácil, para apreciar las luces que nos ofrece la existencia en este corto recorrido que se nos regaló sin nosotros pedirlo.
Cuando esas luces se nos apagan, de tanto en tanto, las buscamos en el bienestar de aquéllos a los que queremos. Si no es por mí, que sea por ti.
El optimismo comienza por uno mismo, por buscar esas cualidades que tenemos y potenciarlas, dejar de flagelarnos por lo que pudimos ser y no fuimos, para reconciliarnos con nosotros mismos y querer a la persona que somos hoy. Cuando das con esa parte sana que hay en ti, se irradia esa energía positiva en todo tu interior.
Sí, tal vez los optimistas seamos ilusos, pero vivimos mejor, sabemos encontrar la mayor parte de las veces la salida digna a cada disyuntiva, nos juntamos con gente cálida, oteamos el horizonte a la búsqueda de estímulos que nos cosquilleen el estómago. Y aunque no siempre se consigue, lo transcendente es la actitud.
Actitud de mimetizarnos con la naturaleza, de dejarnos llevar por ella, sin oponer continuas resistencias al devenir de las cosas, sino nadando impulsados por la corriente hacia islas alcanzables donde poder disfrutar, de tanto en tanto, la felicidad de estar vivos.
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