—En la nevera tienes un caldito para la cena.
Andábamos remoloneando, tras un día de paseos y comida, en nuestro apartamento de Conil. Mi hermana Raquel, con nosotros este fin de semana, aprovechaba una de sus múltiples conversaciones telefónicas con Mónica, mi otra hermana, para explicarle qué había en la nevera de su casa de Sevilla para la noche.
Han tenido relaciones y trabajos diferentes, pero nunca se han dejado de tener la una a la otra, conviviendo, casi siempre, de casa en casa, hasta llegar al piso de nuestra infancia, donde cuidaron de mi padre hasta su muerte.
No tienen nada que ver entre la dos, la extrovertida Raquel y la Mónica más metida para dentro, pero se cuidan mutuamente como no hay amor que lo consiga. Se cuentan todo, organizan su futuro, salen juntas, se pelean sin enfadarse, como un matrimonio perfecto.
Entre las dos se ocupan de Iván, al que se le saltan las lágrimas cuando, muerto de risa, imita a su tía Mónica en su día a día de potingues, cursos de inglés y ejercicios gimnásticos.
Iván nació con dos madres, Raquel y Mónica, que se convirtieron, desde que él nació, en sus dos ángeles de la guarda.
Si una está tristona, la otra está allí para tirar.
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