Hay que reivindicar la figura del solitario, mal vista en esta sociedad, por otro lado tan individualista.
Si te encuentras en la sala de cine a una señora sola, a un tipo comiendo en una mesa de restaurante sin compañía, a alguien aislado en un asiento de avión la tendencia es a calificarlo como raro.
Yo antes caía en ese error, quizás porque me llevé muchos años yendo al cine conmigo mismo a películas que nadie quería ver, viajando sin compañeros por trabajo, visitando ciudades por el puro placer de hacerlo a solas. Sentía esa mirada escrutadora de quien piensa que eres infeliz.
Yo he evolucionado a todo lo contrario, a admirar a aquéllos que viajan por la vida sin más que ellos y sus circuntancias.
El éxito se ha basado demasiado tiempo en tener pareja, en formar una cuadrilla de amigos, en tener una amplia vida social, estigmatizando al que disfruta de un vino a solas, reflexionando, observando cada detalle del restaurante que nunca antes vio al estar de charla, distinguiendo el cilantro en un plato en el que tiene puestos los cinco sentidos, emocionado hasta las trancas delante de una pantalla de cine sin darle apuro llorar.
Sintiendo que tú llenas todo tu espacio.
Cuando se elige, es preciosa la soledad.
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