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miércoles, noviembre 02, 2022

Ajo

La vida es una continua lucha entre nuestro yo que prefiere quedarse quieto y aquella otra parte de nosotros a la que le gusta echarle sal y pimienta al día a día. 

Lo malo es cuando le echas ajo.

Llevaba días durmiendo mal por un picor continuo en los oídos, así que investigué por internet qué podía ser. Como siempre ocurre en la red, ya había millones de personas que habían preguntado lo mismo y la respuesta mayoritaria era que se trataba de una descamación de la piel del oído interno. La solución, una gota de aceite de oliva virgen.

Hice malabarismos para echarme el aceite, pero lo conseguí. Y empecé a dormir como un lirón.

Así que decidí comprar un botecito con cuentagotas para facilitar la labor. En el tiempo que tardó en llegar, leí más sobre el asunto. Había quien sugería triturar algo de ajo en ese aceite, para aprovechar las propiedades curativas de la planta. De modo que cuando tuve el bote, trituré el ajo y me vertí una gota en uno de los oídos, para no manchar la almohada.

¡¡¡Qué picor!!!

Me desperté a media noche con una molestia insoportable y con un olor intenso a bar cutre de carretera que le llegaba por dentro a mi nariz. Así que me levanté, traté de limpiarme el oído con un bastoncillo y comprobé que lo tenía lleno de sangre. Se me heló el corazón. El novelista que hay en mí pensó que se me estaba derritiendo el cerebro. Tanteé el otro oído, la nariz, por ver si la sangre caía por todos lados.

Tras una inspección rigurosa, comprobé que la causa no era sino una pequeña herida externa producida por rascarme mientras dormía.

Me eché aceite del bueno, y me acosté.

Yo soy de los que le echan sal y pimienta a la vida, pero ajo... Ajo, nunca más.

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