Así llamaban a uno de los puestos de vigilancia del cuartel de Caballería de Sevilla, donde me tocó hacer la mili.
La historia se llamaba 'Tres' y no sé si habrá dos o tres ejemplares, en papel fotocopiado y encuadernación de anillas, entre mis amigos. Sé que Irene tiene uno, lo que siempre me tranquilizó porque quizás llegue el día en que quiera volver a leer lo que escribí en esos años de enorme pulsión dramática, para lo bueno y lo malo, en los que se desarrollaba mi vida.
No puedo sino recordar con nostalgia, desde la distancia, esas guardias eternas, algunas heladas, en las que yo dejaba el Cetme en el suelo, sacaba mis papeles y mi boli, y me metía en el mundo de esos tres universitarios que compartían su amor.
Creaba con tanta pasión esa historia que los reclutas con los que compartía guardia, aburridos como ostras, esperaban a que les contase cómo transcurrían los nuevos acontecimientos de mi novela. Creían en mí.
Es curioso cómo uno hace cuentas con su pasado. Yo me veo vestido de militar y me siento el mejor escritor del mundo.
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