No hablo de heroicidades, ni de generosidad, ni tan siquiera de ser buena persona. Hablo, simplemente, de poner en su lugar al amor.
Podemos actuar como un frontón y rebotar hacia donde vino aquel pensamiento acerca de quien nos hizo reír con su comentario, o podemos recogerlo y lanzarlo hacia esa persona.
—Me estoy acordando de aquel día.
Sí, me estoy acordando de ti. De lo simpático que estuviste, de la risa que echamos, de las veces que has estado ahí.
Es probable, no lo niego, que pasar de frontón a catapulta acabe por convertirme en empalagoso, pero no lo creo. Tampoco vivo en los mundos de Yupi, ni me asaltan sin cesar esos impulsos.
Pero llegan, de pronto veo una foto y te veo allí, pegó un frenazo con el coche y recuerdo de ese otro en aquel viaje, o suena esa canción que cantábamos cuando recorríamos Gran Canaria en coche y te digo.
—Cuánto me acuerdo de ti.
Qué pena sería no compartirlo.
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