De hecho no sé si es su cuerpo el que decide por cuenta propia colocar ahí el dedo, sin consultarlo con él.
Entonces yo me calmo, poco a poco paso a despertarme, a abrir los ojos en la habitación en penumbra, con la mente en los planes para el día.
Mi barriga sabe que está ahí el dedo. Vigilante. Quizás Fran esté dormido y yo en mis cosas, pero el dedo lo controla todo.
Cuando por fin decido poner los pies en tierra, el detector informa al caballero que su marido se ha levantado. Es entonces cuando me giro y Fran, desde la almohada, me guiña un ojo de puro amor.
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