El primero fue el chasco, el segundo la amenaza.
—Salva, he copiado fotos comprometidas de tu ordenador y la lista de todos los emails de tu trabajo.
—¡Envíalas!
Por muchas novelas que tuviese por escribir, no imaginé nunca que nadie quisiera que yo lo amase bajo coacción.
—Si quieres me tiro por la ventana y acabamos antes —le propuse.
Nunca más volví a verle, a pesar de que lo introduje en mi vida con ilusión. Hay quien entiende que abrir la puerta implica que ya está todo hecho, que decir que sí una vez es decirlo para siempre.
Durante muchos meses sudé el terror de que mis compañeros de trabajo me llamasen para decirme:
—No imaginas las fotos que han llegado a mi correo.
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