Esperabas las manos mágicas de tu madre sobre la frente para que confirmase
-Estás destemplado.
Nunca estaba uno tan contento de estar malo. Escuchabas a tus hermanos en el desayuno, el baño, los gritos de mi padre.
-¡Llegamos tarde!
Entonces llegaba el silencio de persianas a medio echar, y escuchaba los andares de mi madre por la casa. Tenías que hacer el papel de enfermo, para no descubrirte.
-¿Cómo estás, Borete?
-Regular.
-Parece que se te ha ido la fiebre.
-Pero estoy mal.
Eran mañanas deliciosas, eternas, prohibidas. Dabas una cabezada y remoloneabas con la almohada, siempre pendiente de los besos de mamá.
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