Yo no sé qué día se topan con el sexo los despistados.
A mí me provocó una auténtica conmoción descubrir ese placer inhumano que se originaba en mi propio cuerpo, por mucho que escuchara bromas, cuchicheos entre mis compañeros de clase; incluso si sabía que los mayores bajaban la voz cuando hablaban de ciertos temas y las risas socarronas delataban que tras esa palabra se escondían aventuras de calado.
Cuando uno llega a él, normalmente a solas, en el baño, inspeccionando el cuerpo con torpeza, se da cuenta de que ya nunca nada será igual, que ha atravesado una frontera que desaparece en el mismo instante en el que la cruzas. De pronto te dices, con palabras adolescentes, ¿la vida era llegar aquí?
Yo escucho a mi sobrino Iván hablar con naturalidad del sexo con diecinueve años y ya sé que tiene medio recorrido hecho. Cuando a mi hermano David le descubrí entre sus apuntes una foto de una mujer desnuda me alegré infinito por él.
Lo malo es descubrir el sexo por personas que lo sueñan de otra manera, en esos años de adolescencia en los que creces al mundo. Cuando mueres por besar a tu amigo y quien te mete mano es tu amiga.
Entonces das un paso atrás y trazas todo un plan para asegurarte de que eso no es bueno, que no te conviene, que te hace sufrir. Que es feo, es sucio, es malo. Te lo repites tanto que te lo acabas creyendo.
Luego lleva mucha terapia llegar a encontrarte, por segunda vez, ya hecho un hombre, con ese placer esplendoroso que una vez te hizo pensar que la vida podía ser eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario